jueves, 7 de septiembre de 2023

CENCERROS (CRÓNICA ASTURIANA IV)


Esperaba un concierto de cencerros y, aunque lo hubo (más bien una obra de cámara), no fue como lo recordaba, atrás quedaban aquellos verdes prados y sus vacas pastando felices. Verde todo, vacas pocas y un burro, eso sí. Yo, como las vacas, feliz igualmente al escuchar el sonido de un cencerro y acercarme a una valla para ver nuestra fauna patria sobre la campiña asturiana (me pregunto si ello dirán campina).
Pues bien, entre campina, casas, gallinas, un hórreo y un banco -importante este detalle pues me senté al subir y, al bajar, otro buen rato, esta vez dándole otra batida a la novela mientras "almorzaba" a la sombra ¿de un ciprés?



Desde el banco, casi casi, atisbaba mi meta, la iglesia románica Santa María del Naranco; bueno, siendo puristas, hablaríamos de prerrománico. Mi paseo desde el hotel terminaba en las dos iglesias que me había propuesto visitar, la mencionada Santa María del Naranco, que aparece a la izquierda cuando menos te lo esperas, después de haber admirado la ciudad de Oviedo desde uno de los miradores naturales a lo largo del camino ascendente, vistas donde destaca como un grano el ya comentado Palacio de Congresos, la calatravada, el centollo. Oviedo en todo su esplendor y, a mi espalda, la modesta y fantástica edificación. En Wikipedia leo que no se trató originalmente de una iglesia sino de un palacio que formaba conjunto con la iglesia, ésta sí, de San Miguel de Lillo.
Santa María del Naranco es un antiguo palacio situado a cuatro kilómetros de Oviedo (Asturias, España), sobre la ladera sur del monte Naranco. Originalmente no se proyectó como iglesia, sino que fue el Aula Regia del conjunto palacial que el rey Ramiro I mandó construir en las afueras de la capital del reino de Asturias, y que se terminó en el año 842. Su estilo artístico es el denominado arte asturiano o "ramirense", dentro del prerrománico. El edificio se ubica en la ladera meridional del Monte Naranco donde existía un bosque en el que abundaba la caza. La ausencia de un ábside destinado a contener el trono del rey hace pensar que el edificio hubo de tener carácter de palacio de campo o residencia real dedicada al ocio. El templo fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en diciembre de 1985.








Hordas de turistas salidos de la nada, donde por supuesto no me incluyo porque a ninguno de ellos recordaba haber visto en mi subida sin prisa pero sin pausa, tomaron en unos minutos la zona con sus selfies y móviles en ristre, no antes de que afortunadamente pudiera tener una visión de esta maravilla prácticamente yo solo. No había ningún japonés, únicamente turismo patrio, mayormente familias y parejitas de enamorados porque aún se hablaban.
El románico tiene algo especial; el espacio que crea sin los alardes que vimos después en el gótico, pudiendo imaginar a los señores feudales que en él en el siglo IX, coetáneos de los ataques de los piratas normandos, los vikingos, que asolaban las costas de Gran Bretaña, Irlanda y Francia.
Atalaya, rodeada de vasto campo, disfrutaba, y aún lo hace, de un lugar privilegiado para ver acercarse a las mozas o, por qué no, a los enemigos del rey.
Y mañana Avilés.


























Salvado por la campana, esta vez en forma de gotas de lluvia, pocas, pero suficientes para que toda la turistada desapareciera en un tris, llevándose con ellos sus selfies dichosos. aunque mi gozo en un pozo, la felicidad de encontrarme solo en casa (sí, me apropié del lugar, es lo que tiene la imaginación, ¿o no) duró poco porque, tras una ligera caminata ascendente por una pequeña senda en el margen izquierdo de la carretera, llegué hasta San Miguel de Lillo que, literalmente, estaba tomada, con fila de paraguas frente a la entrada, paraguas que hacían cola, junto a sus secos dueños,  para acceder. Las imágenes de Google me vinieron a la cabeza, quedándome en dar la vuelta al edificio y listo.



















Víctor Manuel, *Atrás queda el pueblo.

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