La autora de ‘Azul y ‘Luna lunera’ fue editora, traductora, dirigió la Biblioteca Nacional, y ganó los premios Planeta y Nadal.
Mar Rocabert Maltas, 17.07.2024
Solo hace dos meses que Rosa Regàs presentó su último libro, titulado Un legado. La aventura de una vida (Navona), donde miraba atrás para dejar escritas sus últimas palabras, en un testamento vital donde reflexiona sobre su trayectoria alrededor de la literatura y el pensamiento. La presentación se hizo en su casa de Llofriu (Girona), donde llevaba años refugiada, en un lugar cercano al mar que le inspiró una de sus grandes novelas, Azul, con la que consiguió el Premio Nadal en 1994. Hoy, a los 90 años, en la misma casa y cerca del mismo mar, le ha llegado el punto final a una vida intensa, rodeada de su gran familia y sus amigos.
Con Regàs desaparece una autora con múltiples caras: editora, escritora, traductora, ex directora general de la Biblioteca Nacional, Legión de honor de la República Francesa y Creu de Sant Jordi, premios Planeta y Nadal y mujer de la gauche divine. Aunque sobre todo lo que hizo fue vivir como le dio la gana y pudo y así lo contó: “Siempre que he podido y cuando era joven a costa de mentir todo el día para poder hacer lo que quería”, explicaba en un entrevista en EL PAÍS hace dos años.
Libre, con las ideas muy claras y de una generosidad desbordante. Así recuerdan a Rosa Regàs las personas más cercanas, como la periodista Lidia Penelo, que escribió su último libro. Costó convencerla porque ella pensaba que ya lo había dicho todo, pero Penelo quería reivindicarla. “Tenía muchas cosas para contar y estaba totalmente abandonada”, lamentaba poco después de conocer un final que estaba anunciado.
En los últimos años, su vida consistió en reunir a su gran familia en su casa del Empordà, muy parecida a la que Rosa Maria Sardà mostró en la serie Abuela de verano, basada en su libro Diario de una abuela de verano (2004). Gran anfitriona, también recibía a amigos, muchos de ellos intelectuales de todo el mundo con quién departía largas charlas. Tocó muchos temas todavía candentes, desde la relación con los hijos (tuvo cinco) en Sangre de mi sangre o El valor de la protesta, sobre el gobierno del PP y sus consecuencias.
Regàs se matriculó en Filosofía y Letras cuando ya estaba casada con Eduard Omedes y habían tenido un par de hijos. Allí entró en contacto con poetas españoles como José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma o Gabriel Ferraté, y se enroló en la llamada gauche divine, el colectivo cultural que combatía el tardofranquismo con ideología de izquierdas y largas noches en Bocaccio. Su verdadera educación literaria la adquirió de Carlos Barral, con quien trabajó seis años en la editorial Seix Barral. En 1970 decidió fundar su propio sello, que llamó La Gaya Ciencia. Publicó a escritores como Juan Benet, Álvaro Pombo, María Zambrano, Manuel Vázquez Montalbán o Javier Marías. Cuando murió Franco, lanzó la primera colección política, llamada Biblioteca de Divulgación Política.
Tenía casi cincuenta años y los hijos independientes cuando se planteó que quería escribir porque había hecho muchos papeles en el sector, pero todavía no el de autora. Fue al comenzar a trabajar como traductora y editora en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuando encontró el momento. De ahí salió Ginebra (1998), un libro a caballo entre los viajes y las ideas, que dio paso a una veintena de títulos más, de ensayo y ficción, entre los cuales también un par de recopilatorios de sus artículos en prensa.
La primera novela fue Memoria de Almator (1991), sobre una mujer que toma las riendas de su propia vida, pero el éxito le llegó con Azul, de la que se vendieron once ediciones de 10.000 ejemplares en el primer año y se llevó el premio Nadal. Luego zarparon Viaje a la luz del Cham (1995) o Luna lunera (1999), una novela de estilo autobiográfico por el que mereció el Premio Ciudad de Barcelona de Narrativa. En el 2001 ganó el Premio Planeta con una novela de intriga y denuncia, La canción de Dorotea.
Más tarde fue nombrada Directora General de la Biblioteca Nacional, puesto que ocupó de 2004 hasta 2007. En 2005 la Generalitat de Catalunya gobernada por Pasqual Maragall le concedió la Creu de Sant Jordi. Pero ella ya no volvió nunca a su ciudad natal. Lidia Penelo recuerda que decía que Barcelona no la quería. A modo de memorias publicó Entre el sentido común y el desvarío (2014), Una larga adolescencia (2015) y Amigos para siempre (2016). Sin buscarlo, justo antes de morir, dejó otras, fruto de las conversaciones con Lidia Penelo, que la visitó durante un año y medio y la describe como una mujer libre y osada. Un legado que ahora cobra más sentido.
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