Durante el velatorio de mi madre tuve la oportunidad de hablar con mucha gente, posiblemente más que los que logro recordar porque ya se sabe que la cabeza estaba en su mundo de duelo. Sí recuerdo la conversación con un buen amigo de mi padre, que le tenía mucho cariño a mi madre y a nosotros, sobre la biblioteca de cine de mi padre y, no sé cómo una cosa llevó a la otra, sobre mi prima M, presidenta de la Memoria Histórica de Tenerife.
> ¡Ah!, eres primo de la que está obsesionada con el Monumento a Franco de Santa Cruz.
> Sí, obsesión que comparto con ella, por cierto.
Como no era el momento ni el lugar para discutir y dado que ambos éramos dos caballeros, desviamos el tema y la conversación fluyó agradablemente.
El tema de la memoria histórica es simple, aquellos que quieren recuperar a sus muertos suspiran por ello; enterrarlos de forma digna, cerrar el círculo como las familias de los marinos cuando pierden a un ser querido en el mar y no pueden darle sepultura. Según he leído, el ser humano es el único animal que entierra a sus muertos. Entiendo que muchos no quieran "remover el pasado" -frase repetida constantemente por los más reaccionarios, claro que si no tienes cuerpo, padre, tío, abuelo, amigo que recuperar, entiendo que te sea fácil postularte negacionista.
Cuando los arqueólogos occidentales abrían las tumbas del antiguo Egipto se decía que las almas de sus ocupantes se liberaban tras milenios de silencio.En cierta forma lo mismo ocurre con nosotros.No hemos hecho más que esperar en silencio durante más de setenta años. Esperamos casi cuarenta años a que muriese la dictadura y volviese la democracia. Y esperamos cuarenta años más para que la democracia se preocupase por devolver la dignidad a los muertos.Ha sido una larga espera."El abismo del olvido", Paco Roca/ Rodrigo Terrasa.
La lectura de "La penísula de las casas vacías", de David Uclés, me ha enseñado otra visión de la Guerra Civil española, dura y crudísima, escrita con tanta dulzura, a pesar de todo, que deseas que el libro no se termine nunca. Ahora empiezo un cómic sobre un viaje al pasado para recuperar la historia real de Leoncio Badía, un joven republicano obligado a trabajar de sepulturero; de José Celda, fusilado y enterrado en una fosa común (ejemplo de las decenas de miles de españoles represaliados por el régimen franquista, incluso "en tiempos de paz"); y de Pepica Celda, hija de José -tenía 8 años cuando mataron a su padre-, ya octogenaria, y que espera poder recuperar por fin los restos de su padre para restaurar su dignidad.
Los dibujos son una delicia y el texto duro también, como no podía ser de otra manera.
Un desgarrador laberinto que intenta desentrañar las miserias de un país obsesionado con despreciar su memoria. Astiberri Ediciones.















