Suicidio
¿Dónde hay que firmar, incluso con sangre o si existe el
riesgo de que me multen o me entrullen, para exigir el sagrado derecho a la
eutanasia?
Creo escuchar en Espejo público esta contundente
expresión de un hombre que aparenta cierta entereza, aunque debe de sentirse
devastado: "Las campañas electorales me la traen al pairo". Ha pasado
una noche en un calabozo y le puede caer pena de cárcel. Porque ayudó
a su mujer a suicidarse. La esclerosis múltiple se había
ensañado con ella, la morfina ya no suponía un alivio, anhelaba morir, le pidió
ayuda a su marido y grabó ante una cámara su deseo, imagino que para evitar que
la ley le masacrara. Y me conmuevo. También me entra una mala hostia
sanguinaria contra los que creen que solo Dios puede acabar con la existencia
de esos enfermos que suplican que los ayuden a largarse al otro barrio.
¿Dónde hay que firmar, incluso con sangre o si existe el
riesgo de que me multen o me entrullen, para exigir el sagrado derecho a la
eutanasia? En nombre de algo tan devaluado llamado humanidad, de la compasión
activa, del derecho. Pero iría más lejos. No solo podrían acceder a la
eutanasia los que están corroídos por el dolor físico, insoportablemente
enfermos. También aquella gente que tiene irremediablemente rota el alma,
aquellos cuyo único deseo es dormir y que ese sueño fuera eterno, pero se
despiertan aterrorizados al amanecer y los ojos se les empapan de lágrimas, los
que no pueden esperar ya nada de nadie, los acorralados permanentemente por el
monstruo de la soledad, la desesperanza, la ruina, el abandono, el sufrimiento
crónico, el hastío, la inconsolable sensación de que todo está perdido.
Y vale, que se suiciden los aquejados de cáncer de espíritu.
Pero igual les falta coraje y necesitan ayuda, que su tránsito a la nada sea
dulce y que haya compañía. A lo peor no saben cómo matarse. Todo requiere
conocimiento.
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