Es más que probable que en cualquier reunión de amigos, entre frivolidades, salga a la palestra el tema de los nombres de las calles, de aquellos puestos por Franco durante sus 40 años de dictadura. Como en botica hay opiniones para todos los gustos, unos a favor de eliminarlos, otros más conservadores. He aquí un interesante artículo que leo y comparto.
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Merkel no llama a las calles por sus nombres nazis
No se pide a Rajoy que juzgue al franquismo, pero que al menos se sitúe
en este tiempo, nuestro tiempo.
Elijan a un gerifalte nazi cualquiera y luego imaginen a Merkel
defendiendo que siga dando nombre a una calle en Alemania. El Gran Almirante
Dönitz, por ejemplo, que hundió unos cuantos submarinos al mando de la Marina
de Guerra del III Reich, sería un equivalente aproximado al de Salvador Moreno,
cuya calle sigue vigente en la memoria y el particular universo de Rajoy.
¿Lo imaginan? Merkel, con aire nostálgico frente a unos marinos
alemanes a bordo de un buque militar, rememorando los tiempos en que vivía
junto a una Escuela Naval de su Hamburgo natal (es un decir). “Ay, la calle
Dönitz. No sé por qué quitaron la calle. He vivido allí muchos años y la sigo
llamando así”. Imposible. Materia de escándalo. Y de rendición de cuentas al
más alto nivel.
Pero eso es exactamente lo que ha ocurrido con el presidente del Gobierno, que a bordo del patrullero
Infanta Cristina relató con añoranza su cercanía de toda la vida a
la Escuela Naval de Marín (Pontevedra) y a la calle en cuestión. “No sé por qué
le quitaron la calle al almirante Moreno pero en fin, yo he vivido allí muchos
años y la sigo llamando así”. Karl Dönitz no solo hundió submarinos sino que
también, al suicidarse Hitler el 30 de abril de 1945, se convirtió en su
sucesor hasta el 23 de mayo, cuando fue detenido. Nuestro Salvador Moreno no
tuvo exactamente la misma misión —aunque precisamente contribuyó a la
construcción de submarinos para Alemania—, pero sí varias que convendría no
olvidar: participó en el golpe del 18 de julio que desató la Guerra Civil; se
hizo fuerte en el arsenal de Ferrol; bombardeó Gijón; combatió a los vascos en
la Batalla de Machichaco y, trasladado después al Mediterráneo, bombardeó a la
población civil que huía de Málaga en un ataque que dejó entre 3.000 y 5.000
muertos. Fue ministro de la Marina de Franco y almirante desde 1950. Por todo
ello fue uno de los 35 altos cargos del franquismo imputados por Garzón en la
Audiencia Nacional en la causa que intentó en 2008.
Pero no se pide a Rajoy que juzgue al franquismo, sino que se sitúe en
su tiempo, en nuestro tiempo, que es el que gobierna y en el que no deberían
caber estas cosas. La calle perdió su nombre mucho antes de la Ley de Memoria
Histórica, cuando a socialistas y BNG de Pontevedra les pareció lo obvio: que
el golpista no merecía una calle en democracia. En 2002 pasó a llamarse Rosalía
de Castro.
En el mejor de los casos, estamos ante esa forma hilarante de Rajoy de
reaccionar en ocasiones, como cuando se distanció del cambio climático porque
se lo decía su primo o cuando aborda una reforma de la Constitución, como el
miércoles, con una declaración de principios como: “No digo yo que no”. En el
peor —y en realidad— estamos ante un nuevo capítulo de la popular serie “Vamos
a ignorar a las víctimas y la necesidad de superar las heridas”. Al fin y al
cabo por eso el PP ha vaciado la Ley de la Memoria Histórica. Y por eso el Pazo
de Meirás sigue incomprensiblemente en manos de la familia de Franco. Aunque su admirada Merkel nunca lo pudiera a entender.
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