He escrito en muchas ocasiones mis pensamientos acerca de la muerte de nuestros padres, de las personas mayores de nuestro entorno, de lo poco preparados psicológicamente que estamos -al menos yo-, del deterioro que vamos percibiendo a medida que pasa el tiempo, de lo acostumbrados que estamos a estar con ello y de la poca o nula predisposición a ir encajando las piezas de lo que llaman "ley de vida". En mi caso, que tengo a mi madre cerca, los últimos años han supuesto un duro cambio por muchas razones, la primera fue la muerta de mi padre y la soledad de mi madre; sus hijos siguen con ella, pero no su marido.
Provengo, en general, de una familia materna muy longeva y esto no aporta tampoco demasiadas pistas sobre cómo gestionar la vejez, aunque parezca lo contrario. Lo normal durante mi vida ha sido tener a mis abuelos y a mis padres siempre conmigo, como referencia, sin enfermedades.
Mi padre murió de viejo, así lo quiero recordar yo. Respiración deficiente un día y al par de día nos dejó. Posiblemente se trate de una muerte maravillosa, sin sufrimiento alguno, plácida y hasta desconsolante. La pena fue que tanto en su vida como en la de mi madre, que era la misma, había ocurrido una perturbación en su statu quo que nunca superó mi padre y lo llevó a la muerte. Mi madre, una mujer fuerte y abandonada por la familia externa al quedarse viuda, lo ha ido llevando bien, como puede, pero al final todo cobra su precio. La tristeza debe pesar tanto que lo va nublando todo, una pena muy grande.
Quedamos pocos con ella, pero quedamos; parte de su familia incondicional y sus amigas que son como sus hermanas, todos familia en definitiva. El mundo y su vida se convierte en un torbellino que se acerca al punto inferior, el mismo que gira disminuyendo un poco más cada día.
Difícil gestionar la vejez y peor aún la pérdida, pero aquí seguimos y nuestra obligación es acompañar a nuestros padres todo el tiempo que podamos y de la mejor manera posible.
Increíble cómo un simple correo entre hermanos puede distorsionar un estado mental, pero las sosas suceden de manera inesperada y nosotros no somos más que simple peones.
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