domingo, 13 de abril de 2025

LA LONCHERA Y EL PASAPORTE


¿Otra estrella de David?
Trump ha embarcado a EE UU en una violenta política de persecución de los inmigrantes.
Leonardo Padura, 13.04.2025

1. En los días finales de 2024, mis amigos J. y M., acompañados por sus hijas L. y S., viajaron a La Habana desde la ciudad estadounidense de Tacoma, Estado de Washington. Más que a celebrar la Navidad, vinieron para resolver asuntos legales pues, unos meses antes, y luego de una tenaz lucha contra el cáncer, acá en la isla había muerto la madre de M. Mi amiga, como se infiere, es cubana y se radicó hace unos 30 años en Estados Unidos cuando comenzó su relación amorosa con J., un estadounidense hijo de emigrantes libaneses. Ambos son profesores universitarios. Sus hijas, nacidas en Estados Unidos, son dos jóvenes muy bellas con físicos contrastantes: L. es rubia, de piel muy blanca y S., morena, de pelo y ojos negros como los de sus ascendentes libaneses. L. es filóloga, como su padre, y S. bailarina, como su madre. Este clan podría ser considerado una típica y hasta exitosa familia estadounidense, migrantes de primera y segunda generación que, por más señas, comparten el pensamiento liberal de muchos de los habitantes del noroeste de ese país.

Mientras cenábamos, salió a relucir el tema de la cercana instalación en la presidencia del país del electo Donald Trump, y S. contó que, desde los mismos días en que se anunció la victoria del republicano, ella había sentido la creciente presencia de una tensión racial que nunca antes había percibido del mismo modo. Su piel y sus ojos delataban que sus orígenes no eran arios, sino provenientes de otras partes del mundo. Y aunque era estadounidense de nacimiento, podía parecer extranjera, más aún, una migrante. Y nos confesó que había comenzado a tener miedo a posibles reacciones provocadas por su entreverado origen étnico.

2. Cuatro meses después, ya en práctica una violenta política antimigrante, me han comentado la noticia de la desesperación de una madre mexicana radicada en California que, cada día, coloca en la mochila escolar de su hijo el pasaporte que lo avala como nacido en Estados Unidos, ciudadano estadounidense, y además, una lista de teléfonos de familiares y centros de atención a los migrantes, pues esa mujer teme que un día, al regresar de sus clases, su hijo encuentre que ella ha desaparecido, y no precisamente secuestrada por unos narcos, sino por el muy temido Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos, dotado con el poder de investigar, detener y deportar a cualquier migrante que sea marcado por ellos como ilegal, delincuente o pandillero. A veces sin juicios ni apelaciones.

3. Otros amigos cubanos, J. A. y A. M. se trasladaron hace unos meses a Estados Unidos donde reside, desde hace 10 años, su único hijo, técnico informático. La alegría de la reunificación familiar no solo entrañaba la posibilidad de escapar de las carencias cotidianas que J. A. y A. M. sufrían en Cuba, sino volver a vivir con su vástago que, además, poco antes había sido padre. J. A. y A. M. se estrenarían como abuelos que ayudarían en la crianza del nieto tejano.

La vía que ellos utilizaron para entrar en Estados Unidos fue el programa llamado parole humanitario, que la Administración de Biden habilitó para ciudadanos de varios países. En el caso de los cubanos, el principal requisito era tener un patrocinador que asumiera el sustento de los aspirantes al visado, algo con lo que, por supuesto, contaban J. A. y A. M. gracias a su hijo, nacionalizado norteamericano y a su esposa, también estadounidense. Mis compatriotas contaban, además, con el atractivo de una Ley de Ajuste Cubano con décadas de existencia que les garantizaba la residencia legal al año de haber ingresado en el país.

Como otros miles de cubanos que han emigrado, huyendo de las duras condiciones económicas y políticas del país, o en busca de un aliento de futuro que su medio les niega, J. A. y A. M. vendieron todos sus bienes para reunir algún dinero con el que viajar. Se deshicieron así, a precio de remate, de su casa, sus efectos electrodomésticos y hasta los libros de su biblioteca doméstica.

La felicidad de esa familia, de nuevo reunida, ahora ha sido oscurecida por la orden presidencial a revocar el programa del parole humanitario, pues J. A. y A. M., en trámites de hacer firme su residencia estadounidense, podrían correr la suerte de otros migrantes que ya han sido deportados a sus países de origen o a otros sitios como el carcelario El Salvador de Bukele o el presidio de Guantánamo.

Ante tal situación, la organización conocida como Centro de Acción por la Justicia ha abierto demandas a la Administración de Trump por la decisión de revocar ese programa migratorio, pues considera “ilegal y si precedentes” que se cancelen estos “procesos de libertad condicional humanitaria”. Según datos oficiales, son unos 531.690 migrantes los que se acogieron a este beneficio y la mayoría de ellos ya se quedarían sin permiso de trabajo mientras se espera que las órdenes de deportación entren en vigor a finales de abril.

Aunque varios especialistas advierten de que la derogación del parole humanitario sería impugnada en los tribunales federales (donde hay abiertos 130 casos contra diversas decisiones y órdenes ejecutivas presidenciales), lo cierto es que mientras se tramitan las demandas legales, la autoridad migratoria tiene la facultad de detener y deportar a cualquier persona cuyo estatus haya sido revocado. Y, mientras, se desarrolla una ofensiva contra ese poder judicial, independiente y necesario, que ha sido puesto en la picota pública, y sus jueces acusados de venales.

4. En las últimas semanas, ha circulado con insistencia el último discurso como presidente republicano de Ronald Reagan (1981-1989), considerado el gran artífice del desmontaje del socialismo en Europa del Este y luego en la Unión Soviética.

En su despedida, el aguerrido presidente citaba la carta de un hombre que aseguraba que alguien puede vivir en Francia, Japón, Turquía pero no por ello se convertiría en francés, japonés, turco. En cambio, cualquiera, de cualquier rincón del mundo, podría venir a Estados Unidos y convertirse en estadounidense. Y continuaba, ya con sus propias palabras (sintetizo): “Otros países pueden intentar competir con nosotros, pero no en un área vital, como faro de libertad y oportunidades que atrae a la gente del mundo. Creo que esta es una de las fuerzas de la grandeza de América. Gracias a cada ola de recién llegados a esta tierra de oportunidades somos una nación que se mantiene joven, llena de nuevas ideas, innovadora. Esta cualidad es esencial para nuestro futuro como nación. Si algún día cerramos las puertas a nuevos estadounidenses nuestro liderazgo en el mundo pronto estaría perdido”, aseguraba Reagan.

5. El fenómeno de la migración es uno de los grandes problemas del mundo moderno. Sus motores son la pobreza, diversas formas de represión del pensamiento y la falta de oportunidades. Criminalizar al migrante es tan criminal como obligarlo a dejar su sitio de pertenencia, su forma de vida. Perseguirlos, atemorizarlos, denigrarlos es una actitud política que demasiado se asemeja a las cacerías sufridas por determinadas etnias y religiones en otros tiempos históricos. Poco parece faltar para que, en esos Estados Unidos de hoy, los migrantes deban llevar capuchas o prendida en el pecho una señal —algo como la clásica estrella de David—. Porque lo que hace unos meses era el temor puntual de una joven, hoy se ha hecho un drama cotidiano para millones de personas que gastan sus días sufriendo miedos, como ocurre en los regímenes totalitarios.

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