Ayer fue un día duro, murió un "tío" muy querido, del círculo más íntimo de mis padres, presente, él y su familia, en toda mi vida desde que tengo memoria; esta vez fueron los años y el parkingson. Él, que me llamaba bolísabello cuando era niño, ¡a saber cómo se escribe la palabrita! (creo recordar que yo no sabía pronunciar bolígrafo de niño), que compartió con nosotros los veraneos en La Laguna, en la que siempre llamaremos "la casa del inglés". Uno no se acostumbra nunca a ésto, nunca. Da igual que haya sido una muerte anunciada, es duro. Duro por ver a su familia desolada, a la mía muy afectada; duro al ver cómo la vejez nos ronda a todos de una manera inexorable, pero el hecho de que pueda estar escribiendo estas notas quiere decir que podemos contarlo y sufrirlo, es decir, que aunque envejeciendo, seguimos vivos.
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