El arrastre
Felizmente las plazas de toros
pronto serán mostradas por los guías a los turistas como espacios donde
antiguamente se celebraba una carnicería.
Manuel Vicent. 8 de mayo de 2016
Puesto que Hemingway fue el más
famoso publicista ante el mundo de todos nuestros veranos sangrientos,
empezando por el fraticida de 1936 y terminando por los encierros de Pamplona,
he aquí un acto realizado por este personaje, que revela su verdadera actitud
ante la fiesta taurina, más allá de la faramalla literaria con que la exaltaba.
Sucedió en 1959 durante la última visita que realizó Hemingway a los
sanfermines. A las cuatro de la tarde, camino de la plaza de toros, la reata de
las mulas del arrastre con colleras de campanillos pasaba por delante de Casa
Marceliano, situada en la trasera del Ayuntamiento, donde el escritor estaba de
sobremesa rodeado de algunos aduladores igualmente borrachos. Al parecer
Hemingway tuvo un rapto de inspiración. De repente se plantó en mitad de la
calzada con una Coca-Cola familiar en la mano, mandó parar a la comitiva y
vació a la fuerza el refresco en la boca de una de las mulas en medio del
fragor de las peñas que le reían la gracia. El hecho de que un Hemingway ebrio
de vino obligara a beber Coca-Cola a una mula, que poco después debería
arrastrar al desolladero a un toro martirizado, es suficiente motivo para
pensar que tanto esta fiesta sangrienta como aquel escritor fanfarrón,
degustador de toda clase de violencias, estaban ambos dos ya fuera de tiempo.
La decadencia de este rito bárbaro de acuchillar reses bravas en público en
medio del jolgorio es ya imparable. Felizmente las plazas de toros pronto serán
mostradas por los guías a los turistas como espacios donde antiguamente se
celebraba una carnicería, que algunos llamaban cultura, cuando no era más que
una mezcla sustancial de mugre, sangre, muerte, señoritismo y caspa. Ya queda
poco para que desaparezca del mapa esta fiesta y las mulillas de arrastre se la
lleven al desolladero de la historia con Hemingway a la cabeza.
Coliseo
Que se siga justificando en el
nombre del arte lo que a ojos de cualquier persona ajena es un reducto del
circo romano demuestra hasta qué punto es inútil argumentar.
Julio Lllamazares. 12 de mayo de 2016-05-14
http://elpais.com/elpais/2016/05/11/opinion/1462955456_166661.html
Mientras que mi compañero de
página El Roto exclamaba en su
viñeta de hace dos días sobre el dibujo de un toro acribillado a espadazos
y envuelto en sangre: “¡Ustedes comprenderán que esto ya no puede ser!”, en la
página de Toros el responsable de la sección en este periódico se lamentaba de
que “la crema de la novillería (…), en la que están depositadas las esperanzas
para el futuro”, hubiese defraudado las expectativas de los aficionados
madrileños en su presentación oficial en la plaza de toros de Las Ventas, el
primer coliseo del mundo en el altisonante y barroco lenguaje taurino ¿A quién
hacer caso, pues? Si este periódico que pasa por ser responsable y serio,
defensor de la libertad de expresión y de las libertades y los derechos en
general, le pone una vela a Dios y otra al diablo y acoge en él las dos
posturas extremas, la de quienes exigen la abolición de una tradición salvaje y
la de los que la reivindican como la fiesta española por antonomasia, amén de
como manifestación artística, cómo saber quién tiene razón en esta disputa que
año tras año se recrudece por esta época coincidiendo con la Feria de San
Isidro de Madrid. Vicent ya ha escrito su artículo y como él otra mucha gente,
a favor y en contra.
Que a estas alturas de nuestra
historia haya que argumentar aún, a favor o en contra, de algo que es
manifiestamente un anacronismo y una barbarie prehistórica indica hasta qué punto
la sociedad española está enferma, como lo estuvo en tiempos la romana, cuando
en el Coliseo se disputaban enfrentamientos de gladiadores y animales en
festines sangrientos que ahora los guías relatan a los espantados turistas
mientras lo visitan. No pasará mucho tiempo para que pase lo mismo con nuestras
plazas de toros, pero hasta que eso suceda tendremos que soportar todavía la
sangrienta carnicería teñida del rojo y gualda nacional y, aún peor, las
encendidas defensas de los partidarios de su conservación. Que en el siglo XXI
se siga justificando aún en el nombre del arte y de la tradición lo que a ojos
de cualquier persona ajena es un reducto del circo romano demuestra hasta qué
punto es inútil argumentar en un tema que despierta las más encendidas
pasiones. Por parte de los aficionados taurinos porque consideran cualquier
argumento en contra de su afición como una agresión personal, o a la patria,
que es peor, y por parte de los que la rechazan porque se encuentran con que
sus argumentos se muestran inocuos, pues rebotan contra conceptos etéreos como
la tradición o el duende. Y porque, como dijo Dürrenmmat, lo evidente es
difícil de demostrar.
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