viernes, 7 de noviembre de 2025

UNA NUEVA CRUZADA


Estos días, la experiencia vivida en el servicio de Urgencias del Hospital La Candelaria, en Santa Cruz de Tenerife, me ha dejado una huella difícil de describir. Al enfrentarme cara a cara con la realidad —cruda, silenciosa, casi invisible— de tantas personas mayores que allí “residen”, no he podido dejar de pensar en ellas. Aquello que vi, aquello que sentí, no se me va de la cabeza.

Intento poner en orden las ideas, pero se me escapan, se entremezclan con la tristeza y la impotencia. Las noticias que nos asaltan cada día —frívolas unas, puro pan y circo otras, política mezquina las más— me empujan a un pesimismo profundo sobre el rumbo del ser humano. Pareciera que los valores más antiguos y esenciales se han desvanecido sin remedio.

¿Dónde ha quedado el respeto por los ancianos? ¿Dónde, el reconocimiento a su sabiduría, a su historia, a su silencio lleno de experiencia?

Es ésta y no otra la asignatura pendiente que nos queda, cómo solventar nuestra propia longevidad sin tener que abandonarnos en hospitales o en residencias infames, una suerte de frías cárceles donde morir solos y sin dignidad. ¡Basta ya de Records Guinness de alumbrados navideños, de árboles de Navidad gigantescos, de fiestas reguetoneras multitudinarias, de millonadas de turistas! ¡Ya está bien de estas vergonzantes peleas en el barro entre políticos inútiles! 

Viviendas sociales sí, por supuesto, pero también geriátricos dignos, residencias decentes y con personal entregado y vocacional, absoluto respeto a nuestros mayores y lugares donde puedan pasar sus últimos años si no tienen la suerte de hacerlo con su familia o en sus propias casas.

Ateo y marxista, me entrego de lleno a ayudar, en la medida de lo posible, en el pueblo donde resido, visto que los Ayuntamientos ni están ni se les espera, nunca a la altura de las circunstancias.
Tomaso A. Vitali, *Chaconne in G Minor.

2 comentarios:

Carlos @ dijo...

He vivido contigo la misma experiencia, y comparto tu reflexión rotundamente. El panorama del Hospital de la Candelaria es desolador, para los ingresados y para los visitantes. Y el mundo que nos rodea por fuera de sus muros lo es también. Hemos olvidado lo sustancial para instalarnos en lo banal. Vivimos en una sociedad enferma, y sólo la iniciativa ciudadana podrá mejorarlo. Aunque difícil, es nuestro deber intentarlo.

jctraveller dijo...

Amén.