El correveidile
Acabarán calificando a Urkullu como un metomentodo.
https://elpais.com/elpais/2019/03/01/opinion/1551469562_173743.html
Cuántas veces se va una a la cama tratando de discernir lo que piensa
de las cosas. Y eso que casi todo te lo dan masticado. Ocurre algo y, en un
pispás, ya tienes un destacamento de contertulios a favor, y otro en contra.
Por eso sé que yo no sirvo para ese oficio. Me tentaron, y confieso que me
halagó, pero admito que soy lenta, y necesitaría al menos un mes para saber qué
pienso de un asunto. Se me viene a la cabeza, por poner un ejemplo de
actualidad bastante rabiosa, lo del célebre relator. Desde que Carmen Calvo
soltó dicha palabra, pasé unos días como rumiándola, relator, relator, relator,
a ver si así lograba entender si se trataba de una persona que se encargaba de
certificar lo dicho o era un individuo taimado de sangre reptilesca, puesto ahí
por el Gobierno para certificar la crónica de una muerte anunciada, la de
España. Traté de calibrar si debía de estar a favor o en contra de dicho
personaje, pero les confieso que hasta la presente, y no quisiera con esto
molestar a nadie, yo al relator en sí no le odio. En realidad, es que no he
conocido a ningún relator en mi vida. Y lo que me pasó a mí debió de ser común
porque en este periódico se publicó un artículo explicándole al pueblo cuáles
eran las costumbres y el hábitat del relator, como si tratara de un animalillo
peculiar, tan escaso y singular como el topillo.
Parecía que el relator iba a cambiar nuestras vidas, y fuera eso
bueno o malo, tenía algo de liberador, maldita sea; pero pasó lo de siempre,
que en cuestión de días, otra voraz polémica, la convocatoria de elecciones,
engulló a la anterior. Yo me habría olvidado ya de aquello, porque la dinámica
político-tertuliana nos ha acostumbrado a pasar de un cabreo a otro sin
solución de continuidad, pero esta semana, siguiendo el juicio del procés, hubo
una circunstancia que me recordó al relator y me resultó cómica. El miércoles
declaró Rajoy. Eran las cuatro en punto de la tarde. Que daban hasta ganas de
actualizar el poema. Y, como era de esperar, le preguntaron por el papel que
jugó el lendakari Urkullu en aquellos días en los que a punto estuvo de no
pasar lo que pasó. Rajoy no recordaba bien si había hablado con él por
Messenger, WhatsApp, móvil o Skype. ¡Habló con tanta gente! A ver, el hombre no
se acordaba. No se acordaba o, por mal pensar, el expresidente estaba eludiendo
esa palabra, mediador, que habíamos utilizado tantos españoles aquellos días,
para alabar la actitud de Urkullu, que lejos de quedarse al margen, había
tratado de echar una mano, introduciendo alguna sensatez en el disparate. Pero
esta palabreja en boca del pueblo es hoy tabú para la clase política, dado que
el mediador podría considerarse, zoológicamente hablando, un pariente próximo
del relator, y el relator hasta la presente es como un velocirelaptor.
La cuestión es que el jueves llegó el propio Urkullu y se definió a sí
mismo como mediador o intermediador. ¡Vaya! Y no una vez, sino de junio a
octubre. De tal forma, que Rivera, aprovechando el tirón, ya que estamos en
campaña, le ha pedido explicaciones a Casado, y Casado le ha contestado que de
mediador nada, que si acaso fue un “interlocutor”. Acabarán calificando a
Urkullu como un correveidile para restarle connotación política a su papel, o
como un metomentodo. O como un tío simpático que llama al presidente en el peor
momento.
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