A favor de la Filosofía
No debemos confundir la disciplina con la organización
administrativa.
No, la Filosofía no sobra. La respuesta a la pregunta que
hacen Fernando
Savater, José Luis Pardo y otros insignes filósofos en EL PAÍS del viernes 1 de
julio, es clara y contundente: necesitamos la Filosofía. Creo que el “más
Platón y menos Prozac”, el “pensar antes de hablar” son hoy, donde la
inmediatez, el vértigo de la velocidad y los titulares marcan nuestros ritmos,
más importantes que nunca. No hay oscuros propósitos para acabar con la
Filosofía en la Complutense, una disciplina, metodológicamente diferenciada y
con el mismo estatuto científico que otras y, desde luego, no menos importante
que ellas.
El Plan
de Reestructuración de la Complutense habla de otra cosa y así como no
conviene confundir el contenido con el continente, ni la calidad de un objeto
con la del envoltorio que lo contiene, no debemos confundir una disciplina con
la organización administrativa y académica de la Universidad. Algo no hemos
conseguido explicar adecuadamente cuando tan ilustres y respetados pensadores
piensan que la Filosofía puede verse amenazada, y les agradezco la oportunidad
de intentar arrojar un poco de luz sobre el asunto.
Coincido plenamente en que el objetivo fundamental de la
Universidad es la enseñanza y la investigación. Por eso sorprende la
extraordinaria atención que se presta a la estructura externa, al “envoltorio”.
Las preguntas importantes son: ¿Dónde están hoy los mejores filósofos de
nuestro país y del mundo? ¿Qué podemos hacer para traerlos a la Complutense?
Algunos de los firmantes del artículo del 1 de Julio conocen bien mi
preocupación, y mis iniciativas, en torno a estas cuestiones. ¿Cómo mejoramos
la investigación en Filosofía en la UCM? ¿La estructura que tenemos nos ayuda a
ello?
La Filosofía existe en casi todas las Universidades del
mundo, pero en muchas de ellas no hay una Facultad de Filosofía. En Harvard
existe un Departamento de Filosofía en la Faculty of Arts and Sciences
(exactamente igual que ocurre con Matemáticas, por cierto). Lo mismo ocurre en
Stanford, donde el departamento de Filosofía se encuadra en la School of Arts
and Humanities, o en Berkeley. Cambridge y Oxford sustituyen el departamento
por la Facultad de Filosofía, encuadrada en la Escuela de Artes y Humanidades.
En la Sorbona, la Filosofía constituye una UFR (Unidad de Formación e
Investigación) que sustituye a la Facultad y al Departamento. En La Sapienza (Roma)
existe una Facultad de Filosofía y Letras integrada por ocho departamentos, uno
de los cuales es el de Filosofía. También en la Humboldt (Berlín), el
departamento de Filosofía es uno de los que integran la Facultad de Artes y
Humanidades I. Como se va viendo, los modos de organización son diversos, pero
prácticamente todos tienen una cosa en común: la Filosofía constituye una única
estructura (normalmente llamada departamento) que suele encuadrarse en una
estructura más amplia, en forma de Facultad o Escuela de Artes y Humanidades.
En nuestra propuesta, en lo referente a Filosofía, el cambio
que planteamos es tan “revolucionario” que podría pasar desapercibido para
cualquier alumno o profesor. Ninguna titulación se ve alterada, los planes de
estudio siguen siendo los mismos, los alumnos van a cursar las mismas
asignaturas, en las mismas aulas, con los mismos profesores, que van a seguir
en sus mismos despachos. Lo que proponemos es crear una Facultad de Filología y
Filosofía (o viceversa, u otro nombre) que aúne las actuales Facultades de
Filosofía y Filología. Parece un juego de palabras pero no lo es. No se trata,
por tanto, de cerrar la Facultad de Filosofía para transformarla en un
Departamento de Filosofía dentro de una Facultad de Filología.
Pero, efectivamente, el cambio supone transformaciones
organizacionales importantes: una única Junta de Facultad, reducción de cargos
académicos y una estructura organizativa única de varios servicios, ahora
duplicados, a pocos metros unos de otros. Lo cual permitirá dedicar recursos
administrativos y docentes a necesidades ahora sin atender, o hacer una gestión
más racional de los espacios, evitando que aulas o laboratorios por estar
asignados a una facultad o departamento puedan estar sin utilizar al 100%, mientras
que en otros existen necesidades.
Los números sirven para medir e introducir indicadores que
ayuden a una mejor organización y, de paso, a una distribución más equitativa
del trabajo y los recursos. Se nos achaca que la propuesta de reestructuración
supone un ahorro de apenas un 1% del presupuesto de la Universidad y que aún no
hay una memoria económica exhaustiva. La habrá. Pero ese “apenas” 1% de ahorro
son 5 millones de euros. Nada menos que el coste de 100 catedráticos de
Universidad. O de 200 contratos pre o posdoctorales. Recursos que podremos
reinvertir en docencia e investigación y que ahora se van en gastos de
administración y organigrama.
Pero volvamos al ámbito académico, que es, sin duda, lo más
importante. La preocupación natural, que comparto, es cómo compaginar el hecho
de vivir en estructuras más amplias, con que la toma de decisiones, la
planificación de lo relativo a la Filosofía, sea hecha, esencialmente, por los
filósofos. Contamos con ello, está contemplado en la propuesta y será objeto de
desarrollo. Es cuestión de definir claramente cómo y quién tiene las
competencias para las decisiones pertinentes.
Por supuesto que no se pretende que los especialistas en
ética impartan literatura, o los filólogos ingleses den clases de italiano. A nadie
se le ocurriría. Pero, eso no significa que áreas afines no puedan convivir en
una misma estructura departamental que, entre otras cosas, incite al diálogo.
La configuración de muchos de los grados, másteres y doctorados actuales podría
haber presentado una estructura más transversal, interdepartamental e
internacional, que mejoraría aún más la calidad de los estudios. Mi experiencia
es que la excesiva compartimentación en que vivimos (heredera de las obsoletas
áreas de conocimiento y de nuestra historia anterior) resta capacidad de
atracción de talento externo, reproduce esferas y escuelas de pensamiento a
veces poco abiertas y desatiende las necesidades que surgen en los temas que
caen en la frontera de dos departamentos y, por lo tanto, en ninguno. Por
ejemplo, todos defendemos la importancia de la Historia de las Matemáticas en
la formación de los estudiantes y, en sí misma, como objeto de investigación.
Pero, ningún departamento va a “sacrificar” una de las plazas de su área para
dotar una plaza en Historia. Seguramente, la situación cambiaría si hubiera un
único departamento de Matemáticas. Imagino que otro tanto ocurrirá en otras
disciplinas donde surgirán nuevos ámbitos derivados de las nuevas tecnologías,
del vuelo de los drones o del derecho de los mercados financieros, por ejemplo,
con ramificaciones en varias áreas pero que no caen plenamente en ninguna y
terminan no existiendo.
Termino como empecé. Todo mi aprecio, valoración y defensa
de la Filosofía. Pero estamos hablando de otra cosa: de diseñar cómo
organizarnos académica y administrativamente. Queremos hacerlo con el máximo
sentido institucional y escuchando a la comunidad universitaria. Sin excluir
ninguna posibilidad ni siquiera la de avanzar hacia una única Facultad de
Ciencias, otra de Humanidades, etc. si pareciera más conveniente. De momento el
debate está sobre la mesa y, en particular, se habla de las enseñanzas de Filosofía
en la Complutense, en la que hay magníficos filósofos. Por eso, animo a todos
los estudiantes interesados en la Filosofía a matricularse en la UCM. Como ven,
dinamismo y dialéctica no le faltan.
Carlos Andradas es rector de la Universidad Complutense.
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