La lucha contra el franquismo merece reconocimiento y no enfrentamientos partidistas. Mantenerse al margen es un error.
Soledad Gallego-Díaz, 05.01.2024
No existe un Día de la Liberación en España como en muchos países europeos en los que se celebra el fin de la ocupación y de la dictadura nazi. No se pueden producir escenas como la que ocurrió hace tiempo en Ámsterdam, cuando un grupo de exsoldados canadienses que visitaba, en un viaje turístico y nostálgico, la ciudad que ayudó a liberar, se vio sorprendido por la acogida de miles de jóvenes que se echaron a la calle espontáneamente —convocados a través de móviles— para abrazarlos y vitorearlos. Miles de jóvenes que les daban las gracias para asombro y profunda emoción de aquel centenar escaso de hombres mayores convertidos en pacíficos empleados, hombres de negocios, obreros o profesionales.
En España el franquismo duró muchos años y el dictador murió en la cama, pero eso no quiere decir que no hubiera cientos, miles de hombres y mujeres españoles que a lo largo de todos esos años intentaron liberar al país de aquella dictadura y que pagaron su determinación y valentía a veces con su vida, a veces con la cárcel, el exilio o el destierro. La inmensa mayoría procedía del movimiento sindical y de partidos políticos de izquierda clandestinos, pero también hubo hombres y mujeres que se reclamaban como parte de una derecha democrática y europeísta que aportaron su lucha a esa causa común, personajes como Dionisio Ridruejo, Joaquín Ruiz-Giménez, Jaime Miralles, Joaquín Satrústegui u Óscar Alzaga. Todos esos hombres y mujeres españoles que lucharon para nuestro propio y nunca alcanzado Día de la Liberación se merecen que exista un momento al año en que se los recuerde y se les muestre agradecimiento.
La iniciativa del Gobierno de poner en marcha este año una serie de eventos bajo el lema España en Libertad tiene sentido si lo que pretende es ese objetivo. No lo tendrá si se pretende vincularlo con el día preciso de la muerte de Francisco Franco, de imposible y desagradable evocación, o busca profundizar en el radical enfrentamiento entre la izquierda y el Partido Popular que se produce en España desde hace ya años. La cifra redonda de 50 años tiene siempre resonancias conmemorativas, pero en realidad España en Libertad debería ligarse más a las primeras elecciones libres celebradas en junio de 1977, que marcan el auténtico proceso de Transición, mucho más que la desaparición física del dictador.
No conmemorar ni evocar la muerte de Franco no significa echar al olvido su figura. Ni Pétain, ni Mussolini, ni mucho menos Hitler, pueden ser olvidados. Son figuras históricas que marcaron periodos siniestros en la vida de sus países y que provocaron inmenso dolor e ignominia. Los jóvenes que se echaron a la calle en Ámsterdam para recibir a los soldados canadienses sabían exactamente por qué los abrazaban. Los jóvenes españoles deberían saber a quiénes abrazar y por qué mostrar desprecio hacia la figura de un militar perjuro que se apropió de todos los poderes y persiguió sin piedad a quienes le contradijeron, hacia el responsable de una guerra civil que causó tanta muerte y desolación.
La derecha democrática española perdió una gran ocasión para ayudar a establecer un espacio común de memoria entre todos los españoles cuando no aprovechó sus años en el Gobierno para marcar sus diferencias con el franquismo y reivindicar a sus propios héroes. Cuando no tomó la iniciativa de trasladar los restos de Franco fuera del Valle de los Caídos a una tumba familiar. Pudo hacerlo en los años 1990 y 2000, cuando la extrema derecha aún no era capaz de sustraerle voto. Ahora que Vox intenta recobrar el legado de Franco, conviene recordar que quienes de verdad lo conocieron, los españoles vivos en 1977, le dieron decididamente la espalda. En las primeras elecciones libres, el franquismo, los herederos de aquel legado, obtuvieron solo 1,5 millones de votos, 200.000 menos que el Partido Comunista, mientras que la derecha que se reclamaba demócrata y ajena a su herencia lograba 6,3 millones de votos.
El Partido Popular perdió después la ocasión de colaborar y enraizarse en la memoria democrática española. Quizás ahora podría retroceder y, sin miedo a Vox, reclamar también para sí la España en Libertad que quiere rememorar el Gobierno de Pedro Sánchez. Creer que solo la aprobación de la Constitución merece el homenaje de los españoles es un error. La Constitución de 1978 logró unos niveles de consenso imprescindibles para consolidar el proceso democrático en marcha y abrió un fructífero periodo de estabilidad. Pero esa Constitución, y esa estabilidad, no hubieran sido posibles sin la recuperación previa de las libertades y la decisión que tomaron todos los españoles en aquel momento de repudiar claramente el franquismo y la figura del dictador. Mantenerse al margen en esa conmemoración es un error. Núñez Feijóo se equivoca cuando asegura que recordar la muerte de Franco le da “mucha pereza”. Conmemorar la muerte del dictador es absurdo, pero olvidar lo que significó, “por pereza”, es dañino.
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