sábado, 7 de agosto de 2010

UPSTAIRS DOWNSTAIRS


Leyendo el Vanity Fair me encuentro con un artículo acerca de la Condesa de Romanones. Coincidí con esta señora en un vuelo a Nueva York desde Madrid, aunque claro ella iba en la planta alta del avión y yo, simple turista mortal, con el resto del pasaje. Al aterrizar en el JFK coincidimos al salir del avión por el finger, ella bajaba las escaleras junto a una azafata que le llevaba su Louis Vuitton de mano. Tenía la cara fresquita fresquita, como si no bajara de un avión después de un vuelo de 8 horas. Aunque eso es lo que tiene viajar en Primera.
Otra vez, volando de Nairobi a Londres, no sé que maniobras del destino consiguieron que acabara sentado en la 1ª fila de la planta alta del Jumbo. Un largo vuelo con las piernas estirada y con no más de doce pasajeros. Esta vez el vuelo lo hice con una amiga y fue, quizá, una de las conversaciones más largas de mi vida.
Después del 11 de septiembre la seguridad en los aeropuertos se multiplicó y viajar a los EEUU era una tarea ardua. Decidí irme a ver a mi amigo Willy a San Francisco y en esa ocasión opté por volar a Londres y de allí coger un avión de British Airways directo a SF. El avión iba lleno y a mi no terminaban de darme el número de mi asiento, pues no aparecía en ninguna de nuestras tarjetas de embarque. Por fin una azafata dijo en alto Mr. Perezalcalde... y me acerqué diligente a recoger un papel con mi número de asiento. Al entrar lo mostré y me acompañan, ¡cuál no sería mi sorpresa!, a la zona de bussines. Volé en algo parecido a una cabina espacial y entendí por qué los ricos son capaces de pagar estos dinerales por volar como dios manda. Al llegar al aeropuerto me sentí como la Condesa de Romanones.

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