Leyendo el Vanity Fair me encuentro con un artículo acerca de la Condesa de Romanones. Coincidí con esta señora en un vuelo a Nueva York desde Madrid, aunque claro ella iba en la planta alta del avión y yo, simple turista mortal, con el resto del pasaje. Al aterrizar en el JFK coincidimos al salir del avión por el finger, ella bajaba las escaleras junto a una azafata que le llevaba su Louis Vuitton de mano. Tenía la cara fresquita fresquita, como si no bajara de un avión después de un vuelo de 8 horas. Aunque eso es lo que tiene viajar en Primera.
Otra vez, volando de Nairobi a Londres, no sé que maniobras del destino consiguieron que acabara sentado en la 1ª fila de la planta alta del Jumbo. Un largo vuelo con las piernas estirada y con no más de doce pasajeros. Esta vez el vuelo lo hice con una amiga y fue, quizá, una de las conversaciones más largas de mi vida.
Después del 11 de septiembre la seguridad en los aeropuertos se multiplicó y viajar a los EEUU era una tarea ardua. Decidí irme a ver a mi amigo Willy a San Francisco y en esa ocasión opté por volar a Londres y de allí coger un avión de British Airways directo a SF. El avión iba lleno y a mi no terminaban de darme el número de mi asiento, pues no aparecía en ninguna de nuestras tarjetas de embarque. Por fin una azafata dijo en alto Mr. Perezalcalde... y me acerqué diligente a recoger un papel con mi número de asiento. Al entrar lo mostré y me acompañan, ¡cuál no sería mi sorpresa!, a la zona de bussines. Volé en algo parecido a una cabina espacial y entendí por qué los ricos son capaces de pagar estos dinerales por volar como dios manda. Al llegar al aeropuerto me sentí como la Condesa de Romanones.
Otra vez, volando de Nairobi a Londres, no sé que maniobras del destino consiguieron que acabara sentado en la 1ª fila de la planta alta del Jumbo. Un largo vuelo con las piernas estirada y con no más de doce pasajeros. Esta vez el vuelo lo hice con una amiga y fue, quizá, una de las conversaciones más largas de mi vida.
Después del 11 de septiembre la seguridad en los aeropuertos se multiplicó y viajar a los EEUU era una tarea ardua. Decidí irme a ver a mi amigo Willy a San Francisco y en esa ocasión opté por volar a Londres y de allí coger un avión de British Airways directo a SF. El avión iba lleno y a mi no terminaban de darme el número de mi asiento, pues no aparecía en ninguna de nuestras tarjetas de embarque. Por fin una azafata dijo en alto Mr. Perezalcalde... y me acerqué diligente a recoger un papel con mi número de asiento. Al entrar lo mostré y me acompañan, ¡cuál no sería mi sorpresa!, a la zona de bussines. Volé en algo parecido a una cabina espacial y entendí por qué los ricos son capaces de pagar estos dinerales por volar como dios manda. Al llegar al aeropuerto me sentí como la Condesa de Romanones.
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