¡Esto es la guerra!
Adoptamos la expresión “guerra cultural”, y difundimos una
mentira que consiste en sostener que la izquierda solo se ha dedicado a
defender asuntos banales.
n los años noventa se declaró la llamada guerra cultural en
los Estados Unidos, y cada vez hay menos signos de que pueda algún día firmarse
la paz. El término “cultural” estaba tan ligado a la sociedad americana que
resulta difícil definirlo en términos españoles, pero se trataba de todas
aquellas cuestiones de orden moral, ético o religioso que pueden diferenciar a
un conservador de un liberal. Los conservadores reclamaban volver a ser el país
de Dios, como así define hoy Bolsonaro a Brasil, y los demócratas, forzados por
el activismo social, se hacían eco de los anhelos de igualdad de las mujeres,
del colectivo LGTBI, abordaban el derecho al aborto, la planificación familiar,
señalaban los discursos de odio, la homofobia, apelaban a una política de
cuotas que equilibrara la desigualdad y disminuyera la exclusión racista,
defendían el control del permiso de armas, defendían las sociedades abiertas y
alertaban contra el cambio climático. Esto no quiere decir que los demócratas
satisficieran estas pretensiones, pero al menos no las demonizaron. Bill
Clinton las bendecía con una mano mientras con la otra continuaba con la feroz
desregulación comenzada por Reagan, que intoxicó al mundo de virus bancarios. Por
eso, cuando el partido demócrata decidió que Hillary fuera su candidata, muchos
votantes se preguntaron, ¿por qué?
Nada es lo que parece. Los ultraconservadores mienten cuando
aseguran que el partido demócrata, primero con Clinton, después con Obama, solo
favoreció a los colectivos que reclamaban derechos nunca cumplidos o
contemplados. En EE UU no tienen la suerte de contar con una palabra como
“chiringuito”, pero la hubieran utilizado sin duda para definir las supuestas
prebendas que obtenían gais, negros, trans, ecologistas, y añado un
etcétera, por ser la palabra de moda.
Ahora, nosotros adoptamos también la expresión “guerra
cultural”, y con ella difundimos la gran mentira, una mentira que consiste en
sostener que la izquierda solo se ha dedicado a defender asuntos banales, que
solo interesan a los urbanitas privilegiados, olvidando a un supuesto pueblo
verdadero. Pero lo que observo es que se alimenta sin pudor un enorme
malentendido: quien está en plena guerra, quien ha sacado todas las armas y los
privilegios a su alcance para combatir en esta batalla es la derecha. Difunden
una idea de la patria única, negando una diversidad que ya no tiene vuelta
atrás; hablan de educación solo para defender una segregación calculada, para
mantener la religión católica en las aulas, para sostener la enseñanza
religiosa; niegan que la violencia contra las mujeres tenga una base
educacional; a educar a los niños y a las niñas en la igualdad lo llaman
adoctrinamiento; a compensar a las víctimas del franquismo, promover el rencor;
a lavar la imagen de Franco, concordia. Reconocen solo una idea de familia, la
compuesta por una mujer y un hombre; niegan el derecho al aborto o al
matrimonio homosexual. Demonizan a las feministas y, para ello, se valen de
mujeres profesionales que legitiman ese ataque. Han logrado que una parte de la
población no desdeñable albergue sentimientos misóginos que hace unos años no
se hubieran expresado con tanta alegría. Ellos, unos con furia y otros
dejándose llevar, defienden una idea de España esencial. A este trabajo están
entregados hace tiempo, alertando a la población, por ejemplo, de esos
supuestos “chiringuitos” que regentan unas tipas a cuenta de no sé qué
violencia. Mientras, FAES recibía del Gobierno de Rajoy casi seis millones de
euros para promover, desde ese magnífico chiringuito del pensamiento, lo que de
verdad es la gran guerra cultural.
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