¿Por qué tengo una moto y no soy motero?
El conductor de escúter, cada vez más abundante, es una
categoría despreciada por los motoristas ‘de verdad’.
Rubén
Amón · 13/07/201713/07/2017
He estado muy cerca, mucho, de entrar en la tribu de los
moteros. Creía que me daba la bienvenida a la categoría uno de ellos, a bordo
de su Kawasaki Ninja. Y que su gesto con la mano por el carril contrario de la
carretera respondía a un ritual de alternativa.
Pero no me estaba saludando. Tampoco me estaba haciendo una peineta,
las cosas como son. Me estaba sugiriendo que aminorara la velocidad. Y no
porque la de mi escúter fuera temeraria, sino porque me prevenía el motero,
muchas gracias, de un cruce de carreteras vigilado por la Guardia Civil.
Reconocí en la experiencia a todos los conductores de
escúteres en nuestra falta de prestigio. Nos parecemos, creo, a los sujetos
que llevan una zodiac en el mar. Los marineros se saludan entre sí desde
sus barcos de vela, pero desprecian las lanchas neumáticas, igual que los moteros
recelan de los escúteres como una epidemia.
Me lo demostró el viaje por carretera que emprendí el fin de
semana. Viaje breve, prudente, porque llevo poco tiempo con el escúter,
igual que llevan poco tiempo tantos otros conductores de escúter, pero
expuesto, el viaje, a la altivez de los moteros de alta cilindrada.
Y agradecí el guiño que me advertía de la Benemérita en
posición de multa, pero me hubiera conmovido ese gesto sutil con que los
moteros se saludan y se reconocen a sí mismos. Tribu de liturgias propias. Y
refractaria a la profanación del escúter.
Debemos parecerles vendedores de pizza a domicilio,
reguladores de aparcamiento, mensajeros, pijos urbanitas. Saben que
algunos escúteres ni siquiera necesita carnet. Ni tiene marchas. Ni
respeta las leyes de la aerodinámica.
Y recelan del escúter en sus peores degeneraciones. No ya
los de tres ruedas, que representan una profanación al compromiso fundacional
del equilibrio, sino a los conductores que utilizan todas esas protecciones de intendencia
para protegerse del frío o de la lluvia. Parece el escúter una mesa camilla.
Por eso, los conductores de escúter tampoco alcanzamos la
categoría de tribu propia. Nos falta glamour, personalidad, rituales,
indumentaria, uniforme. Y no nos saludamos con la mano. Porque sabemos que
estaríamos haciendo el ridículo. Y porque se resiente nuestra categoría del síndrome
del advenedizo.
Así es que la única forma de sentirnos moteros es cuando nos
bajamos del escúter, cuando nos separamos de la montura. El casco, los guantes,
la chupa reforzada. Y los andares de John Wayne. Aparcando nuestro escúter
entre una Harley y una Honda, ningún viandante duda de nuestra épica.
RESPUESTA
Rubén Amón, te cuento: ir en moto no es ser motorista.
Raúl
Romojaro · 14/07/201714/07/2017
Nos cuenta Rubén
Amón, con su brillantez habitual, que se siente algo
decepcionado por no verse integrado en lo que denomina “la tribu de los
moteros”. Lamenta que no le saluden porque circula en un escúter y es cierto
que muchos muestran (mostramos) cierta pereza para realizar ese gesto cordial
al cruzarnos con un vehículo de tal tipología. Sin embargo, no debería desilusionarse
este periodista metido (por lo que se ve) hace poco a motorista, como recién
llegado a este mundillo sólo necesita algo de tiempo para entender de qué va
todo esto.
Debes saber, Rubén, que ir en moto no te convierte automáticamente en
motorista, al menos en el modo que muchos sentimos esta pasión. Pero es así indiferentemente
de que conduzcas una superdeportiva o ese escúter de 125cc que mencionas. El
caso es que también queda comprobado que un porcentaje muy elevado de los
usuarios de estas últimas carecen del más mínimo interés por el motociclismo,
tan sólo buscan un modo de transporte eficaz y barato para sus desplazamientos
cotidianos.
Resulta una estadística real pero tampoco infalible. Conozco
a grandes moteros que han recorrido en sus viajes miles (sí, he dicho miles) de
kilómetros sobre un ciclomotor, al igual que no faltan propietarios de imponentes
máquinas de gran cilindrada con las que tan sólo aspiran a algo de postureo en
la terraza de moda. Si el hábito no hace al monje, dicen, tampoco la moto hace
el motorista. Así que, querido compañero, no te sientas condicionado por manejar
un escúter de esos que, como tú bien recuerdas, ni siquiera exigen carnet de
moto.
En la ciudad nadie se saluda, sería un disparate por lo
insistente, pero si continúas haciéndolo en tus salidas a carretera verás que habrá
quien no haga los distingos a los que te refieres (yo mismo, sin ir mucho más
lejos). Es más una cuestión de actitud que de propiedad. Si viajas, disfrutas y
sientes como motorista, serás uno de los nuestros. Y con el tiempo lo
comprobarás, créeme. Desde luego que no tiene que ser así por decreto: a muchos
de los que van en escúter (y en moto, insisto) les resulta indiferente por
completo la pertenencia a la tribu que añoras.
Quizá tengas dudas sobre el bando en el que te gustaría
militar. Te doy algunas pistas que pueden servirte para identificar si
realmente serías feliz estando en nuestro lado, sin importar la moto que
manejas. Son señales simples y básicas, no las únicas pero si muy comunes:
tienes que echarla de menos cuando llevas unos días sin utilizarla; al
dejarla aparcada, vuelves la vista atrás un instante para comprobar lo bonita
que es; te disgusta ese arañazo que ha aparecido en su fibra sin saber cómo ha
sido; es ponerte el casco, arrancar el motor y una sonrisa se dibuja en tu
cara; las sensaciones al conducirla nada tienen que ver a cuando lo haces con
tu coche; te fijas en las demás (las motos, claro) y empiezas a pensar que
quizá más adelante te apetecería tener una diferente, más bonita, más moderna…
o más vieja; no la usas sólo para llegar antes a tu destino, lo haces porque disfrutas
como nunca habrías imaginado…
Podría seguir aunque no es cuestión de aburrirte, no sea que
te rajes antes de tiempo. Creo que dejo claro que una moto no es un simple
transporte, esquivo el tópico del estilo de vida pero sí me lanzo a aseverar
que es una actitud. La de gente activa, en cierta medida valiente, a la que no
le asustan los retos (que haga frío, calor, llueva o el que el autobús te
cierre el paso) y le gusta compartir emociones, experiencias, paisajes e
incluso penurias. Nos sentimos un poco especiales, es verdad. Puede que no lo
seamos tanto, pero nos gusta pensar que sí, quizá porque somos menos, quizá
porque muchos nos tachan de locos. Y todo, repito arriesgándome a ser pesado,
nada tiene que ver con la máquina sino con quien la conduce, quien la vive.
Se me va esto de las manos, podría contarte tantas y tantas
cosas… Al igual que lo haría cualquier que tenga la fortuna de disfrutar de esa
condición de motero auténtico, no de pose o de moda. Cuando quieras compartimos
carretera, tú con ese flamante escúter y yo con mi Harley (permitidme que
presuma de ella, la de letras que he tenido que juntar para pagarla). Y verás
que nada rechina, que todo fluye. Esto, te lo garantizo, es como la cuestión
del género: tu sexo no es el que los demás te impongan, es el que tú sientes.
Así que anímate y siéntete motorista.
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