miércoles, 6 de noviembre de 2013

NUEVOS AIRES EN NUEVA YORK


De Blasio y su mensaje progresista calan en Nueva York
El candidato demócrata gana la alcadía con una contundente victoria que supone un giro a la izquierda.
Nueva York 6 NOV 2013 - 03:32 CEThttp://internacional.elpais.com/internacional/2013/11/05/actualidad/1383678271_638933.html


En mayo de 1961 Warren Wilhem Jr vino al mundo en un hospital del Upper East Side frente a Gracie Mansion, la residencia del alcalde de Nueva York. A los 52 años, Bill de Blasio –después de acortar su nombre y adoptar el apellido materno– ocupará a partir de enero esa misma casa, en la que actual regente de la ciudad, Michael Bloomberg, nunca llegó a vivir. Pasadas las 10.30 de la noche del martes de Blasio tomó el escenario en Brooklyn para dar su discurso de victoria: “Los retos a los que hacemos frente se han cultivado durante décadas. Y los problemas que queremos atender no se solucionan en una noche. Pero no se equivoquen. La gente de esta ciudad ha elegido un senda progresista. Y esta noche avanzamos en ella, juntos, como una ciudad”, afirmó. Según los primeros recuentos no hay ninguna duda de su victoria que ha ido más allá de las diferencias entre géneros, clase o etnia. Tras su toma de posesión en enero Blasio será el 109 alcalde de Nueva York y su familia multirracial dará un nuevo aire al Upper East Side.
El fulgurante ascenso de este político, prácticamente desconocido hasta que logró imponerse en las elecciones primarias de octubre en una muy concurrida carrera entre los candidatos demócratas, viene avalado por un giro hacia la izquierda. De Blasio ocupaba el cargo de abogado del pueblo en Nueva York cuando decidió lanzarse a la campaña con un programa que tomaba un título prestado del novelista Charles Dickens: “Historia de las dos ciudades”. La prosperidad de la era Bloomberg, que se ha prolongado durante 12 años, ha dejado de lado a los más desfavorecidos, el nivel de pobreza ha crecido significativamente ¿quién protege a la clase media?
El tono entendido como radical por algunos, cuajó y así De Blasio ha logrado un amplio margen de ventaja que las encuestas situaban en torno al 40% y que los primeros recuentos ratificaban. Pero más allá del mensaje en sí, lo cierto es que este hombre alto y un poco desgarbado, con un aspecto que le asemeja a Bill Clinton y una familia que le acerca al modelo de la de Obama, ha conquistado el imaginario de un buen número de neoyorquinos.
Su esposa, la poeta y activista afromericana Chirlane McGray ha jugado un papel fundamental en su ascenso y en la estrategia de campaña, como los Clinton en su día, esta pareja es un bien engrasado equipo político. McGray, hija de un administrativo en una base militar de la Costa Este y una trabajadora de una fábrica, creció como la única niña negra en su instituto donde sufrió discriminación, algo que canalizó en su combativo espíritu progresista acercándose a colectivos feministas afroamericanos y gays en Wellesley el college donde estudió. Conoció a De Blasio, cinco años más joven, cuando ella trabajaba en el gabinete de prensa de la alcaldía en 1991 y la insistencia de su pretendiente que hacía caso omiso de su opción sexual gay, acabó por conquistarla. Pasaron la luna de miel en Cuba, se instalaron en Brooklyn y han tenido dos hijos, Chiara y Dante, cuya melena afro ha sido todo un icono de esta campaña.
El tinte izquierdista de De Blasio que aboga por una sociedad más equitativa, —y por ejemplo propone una subida de impuestos a los más ricos para financiar un sistema universal de guarderías públicas—, es algo que le viene de familia. Sus padres se conocieron en la redacción de la revista Time en 1939, donde Wilhem tras graduarse en Yale, trabajaba como reportero económico y Maria de Blasio, licenciada en Smith era una de las pocas mujeres en plantilla, en el departamento de documentación. Él se alistó al ejército poco después de Pearl Harbor y luchó en el Pacífico. Perdió una pierna en la brutal batalla de Okinawa y regresó con condecoraciones, pero esto no impidió que sufrieran, tanto él como su esposa, las persecuciones de la era McCarthy siendo procesados y llamados a declarar varias veces en los cincuenta.
Alcoholizado y desencantado, el héroe de guerra es una figura de la que Bill ha tratado toda su vida de alejarse. Sus padres se divorciaron en 1969, diez años después Wilehm se pegó un tiro. Si en el currículum de su padre figura un trabajo con el Senador Javits para tratar de aumentar la inversión en Latinoamérica, el vínculo de Bill con esta parte del mundo es mucho más profundo. Tras su paso por las aulas de New York University, estuvo en Columbia en un programa de posgrado sobre Latino América y fue un notable activista de la causa sandinista desde la organización Quixote Center y más adelante desde una ONG, visitó Nicaragua y habla perfectamente español. Cuando ha tenido que hablar de su filosofía política la ha definido como una mezcla del New Deal de Roosevelt y de la Teología de la Liberación.
Eso sí, de Blasio ha dejado claro que sabe pactar y resolver, y aunque su experiencia política no incluye cargos de tanta responsabilidad como el que hasta a punto de asumir –trabajó con el Departamento de Vivienda de la administración Clinton y ocupó un escaño en la Asamblea de la ciudad de Nueva York–, ha sabido ganarse tanto a los sindicatos como a los promotores inmobiliarios que a pesar de la hostilidad inicial, le han organizado algunos actos de campaña. Ha templado su mensaje en las últimas semanas y aunque tiene bien identificados los problemas de la clase media, y perfectamente articulada cual es su postura al respecto, no ha expuesto sus soluciones concretas para esta ciudad de 8 millones de habitantes, 300.000 funcionarios y un presupuesto de 700 millones de dólares. Uno de los principales retos será renegociar los contratos de los trabajadores públicos, en el limbo desde hace 4 años, con los sindicatos. ¿Qué le queda de su pasado radical? “Tengo el mismo deseo que los activistas de mejorar la vida de la gente”, ha afirmado. Lo mismo que el multimillonario Bloomberg.
New York’s Next Mayor, an Audacious Liberal
Heading to City Hall, Bill de Blasio Is Used to Exceeding Expectations.
http://www.nytimes.com/2013/11/06/nyregion/heading-to-new-york-city-hall-a-liberal-accustomed-to-exceeding-expectations.html?_r=0


The sidewalk outside the subway station in Crown Heights, Brooklyn, was crowded on Tuesday morning. Bill de Blasio bent his 6-foot-5 frame again and again to shake hands. 
The spot had been chosen with care. It was here, in 1991, that New York City’s deep racial divide had exploded into three days of violence, when Mr. de Blasio was a low-level aide to Mayor David N. Dinkins. Mr. de Blasio’s opponent this year, Joseph J. Lhota, had pointed to that dark episode as a reason not to vote for him, as a warning of the bad times that Mr. Lhota predicted would return if he were elected.
But there was no strife on Tuesday, no flying bottles. Just handshakes on the way to winning, as Mr. de Blasio was welcomed as a hero and celebrity. “All I want to say is that I love you,” said a woman in jeans, a denim jacket and a paisley shawl.
It was a note-perfect play in a campaign of them, summing up both his sharp political instincts and the changing feel of the city he wanted to run.
On Tuesday, Mr. de Blasio was elected to become the first Democratic mayor of New York City in 20 years. Few had initially predicted his victory except, perhaps, the candidate himself. In high school, he was known by a nickname, Senator Provolone, and his classmates sometimes hummed “Hail to the Chief” when he entered the room.
But throughout his life, Mr. de Blasio had come to delight in upsetting expectations.
He overcame a troubled childhood and attended some of the country’s most prestigious universities. He married a black writer who once identified as a lesbian, Chirlane McCray, and created a proudly biracial home. He cut his teeth as a political operator but abandoned life as a strategist to make an audacious bid for public office himself.
Now, as Mr. de Blasio, 52, prepares to become chief executive of one of the world’s largest cities, he will have a far grander stage on which to test the decidedly liberal worldview that has been the hallmark of his career.
Bill de Blasio was born on May 8, 1961, in a hospital across the street from Gracie Mansion, the mayoral residence. He was given the name Warren Wilhelm Jr. after his father, a Yale- and Harvard-educated economist and veteran of World War II, but for reasons that are now unclear, his relatives began calling him Bill.
When he was a young child, the family moved to Massachusetts, and Mr. de Blasio quickly learned to fit in. He became a rabid fan of the Red Sox and worshiped players like the shortstop Rico Petrocelli and the catcher Carlton Fisk.
But family life quickly grew turbulent. His father, who had lost part of his left leg in the Battle of Okinawa and endured a lengthy government investigation into accusations that he and his wife were Communists, began drinking heavily. When Mr. de Blasio was 8, his parents filed for divorce.
Mr. de Blasio has said he learned the importance of building a nurturing home in the wake of his father’s decline. He began strongly identifying with the Italian roots of his mother, Maria de Blasio, a public relations manager, and visited his father from time to time. As a young adult, he adopted his mother’s maiden name, permanently declaring his distance from his father.
In high school, Mr. de Blasio found a passion for politics, helping form student groups and attending rallies against nuclear energy.
In a 1979 interview with The Boston Globe, Mr. de Blasio, then 17, spoke about the difficulties of student organizing. “Sure I get discouraged sometimes about trying to get students more closely involved with school,” he said. “I don’t get into yelling at people, so I have a lot of pent-up feelings, but I go jogging or listen to music, soft rock or opera. You can’t let your problems get into your whole life.”
Soon Mr. de Blasio was off to New York University, where he helped found a student coalition that took up the causes of scrutinizing the university’s finances and increasing student input in decision-making.
But Mr. de Blasio, with a sprawling beard and an unruly head of hair, was increasingly drawn to international politics, particularly the roiling political battles of Latin America, and so he enrolled in graduate school at Columbia University’s School of International and Public Affairs. After graduation, he joined a cause that seemed well suited to his interests: opposing the American intervention in Nicaragua. 

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