Sé que la frase "quien tiene un amigo tiene un tesoro" está muy oída, pero no por ello deja de ser una verdad como un templo, para seguir utilizando otra frase hecha, que de ellas nuestro idioma está repleto. Pues sí, me reitero, tiene un tesoro, o dos, o tres...
Este pasado fin de semana tuve invitados en casa. Quino y María Luisa Jr., padre e hija, vinieron a Tenerife para resolver unos asuntos y pude compartir con ellos la noche del viernes y parte del sábado. Poco tiempo sí, y más cuando hacía unos años que no nos veíamos, pero hay que ser agradecido y disfrutar todos los buenos momentos, aunque sean cortitos. María Luisa fue mi amiga inseparable durante la carrera, aquellos maravillosos años que pasé en Las Palmas mientras estudiaba arquitectura. Su familia me adoptó y fueron tantos los días que pasé en su casa que no creo que tenga vida suficiente para agradecerles lo bien que se portaron conmigo. Recuerdo, como si fuera ayer, la primera noche que me quedé en casa de sus padres después de unas interminables horas nocturnas dibujando, y cómo me quedé como un tronco tan de repente, como una piedra, que por la mañana no se creyeron que hubiese dormido sobre aquella cama que apareció impecable, sin una arruga de lo cansado que estaba. Recuerdo nuestras horas en el sótano dibujando y escuchando a Alaska o Simple Red o Joaquín Sabina (el 2º hombre más guapo de España, cosa que nunca he entendido), nuestras broncas porque cada uno tenía su manía para dibujar los márgenes de las láminas de dibujo -ella milimétricamente, yo a ojo-, sus golpecitos en mi frente para que perdiese neuronas o los sustos que me daba al decirme "son ya las 5 de la mañana" para cuando, al verme pálido, decir: "no, son sólo las 4, ¿no estás más feliz ahora?"
Aquella máquina de café que cuando la usábamos despertábamos a todo el vecindario del escándalo que hacía. Aquellos café ni leche o las discusiones de política con Mapi, o las malas caras de los Aderitos cuando me quedaba a comer, o el peinado imposible de la manicura, o... son tantos buenos recuerdos que podría escribir un buen rato y no terminaría. Qué felicidad la época de estudiante, sin duda. Quedan olvidadas las noches sin dormir, los suspensos, los malos rollos, la falta de pasta a fin de mes, mi escarabajo amarillo que era como un vampiro. Incluso Nueva York, adonde tantas veces hemos vuelto todos, aquel grupo de estudiantes de arquitectura en el paso del ecuador, con Quino sumado, que tanta impresión nos causó a todos que año tras año hemos ido continuando de alguna manera aquel increíble viaje.
Sólo espero que este fin de semana haya vuelto a cruzar nuestros caminos (ya se sabe, la vida es cruel y los separa sin contemplación). Lo repito, ¡quien tiene un amigo tiene un tesoro! Gracias María Luisa.
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