El domingo pasado me di cuenta que una gaveta, cajón dirían otros, de la cocina no se abría. Investigué, miré encima, debajo, agachado, hasta que descubrí la causa del problema: un tupperware rosa pálido impedía el movimiento al haberse colocado sobre una tapa de un caldero a modo de torre. Con los tupperware me pasa como con la multiplicación de los panes y los peces, siempre hay más de los que necesito; yo creo que se multiplican de forma mágica, palabrita. Entre los que compré hace ya mil años y los que me traigo con comida de fuera, siempre encuentras alguno donde menos te lo esperas, y lo peor es que aparecen tapas sueltas, recipientes sin tapa, algunos de tamaños imposibles, por grandes o por ridículamente pequeños. ¿La solución? fácil. Se prepara un paquete para devolver a su verdadero dueño/a y el resto se separa en dos montones, uno grande y uno chico. El montón de menor tamaño se guarda convenientemente (nunca se sabe), y el montón grande... bueno, les dejo que vuele la imaginación.
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