lunes, 23 de septiembre de 2024

AY PENA, PENITA, PENA

Lola Flores podría cantar esta copla hoy, sin duda, visto lo visto. En España no importa la política en sí misma, ni la marcha real del país, ni los números, ni la economía, ni las estadísticas, ni el estado del bienestar a pesar de los pesares, que son muchos también. Pero no, en España, ¡España!, lo único que importa es el ¡váyase Sr. González! revisitado, la muerte del César cueste lo que cueste; Et tu, Brute?
La deriva, que no la de los continentes, es tan terrible que yo me pregunto cuándo voy a encontrarme con un debate serio sobre los verdaderos problemas que acucian al país, sobre la realidad social, sobre las muertes de esta gente que llega sin cesar a nuestras costas, las listas de espera en la Sanidad -esa que pagamos todos cada día y que ellos nos dicen que "es gratis", como si nos la pagaran de su bolsillo-, las pensiones, la eutanasia, la desaparición de la salvaje tauromaquia, el bullying escolar, los ladrones de guante blanco, los abusos de la banca, la impunidad de la Iglesia. No, en España, ¡España!, hay un único problema y es cargarse a Sánchez, a Perrosánchez, al golpista, al chavista, al bolivariano, al independentista, al catalanista, al mataviejos, al comunista, al marxista, al judío, al masón. Al rojo, vamos. Se deben pensar que muerto el perro se acabó la rabia. Claro que lo que de verdad siguen buscando es cómo ganar las elecciones, causa y efecto válido únicamente para agarrar el timón y viento en popa a toda vela, con diez cañones por banda.

El viaje ultra de Alberto Núñez Feijóo
La estrategia del PP de asedio permanente al Gobierno no se atiene a los intereses del Estado.

El viaje de Alberto Núñez Feijóo a la ultraderecha va muy veloz. Lo denota su retórica de asalto, y la de su camarilla. Catastrofista y ad personam contra el sanchismo: “No se veía una cosa así desde Franco” (como si su padrino no hubiera sido ministro de la dictadura); el Gobierno colabora en “golpes de Estado”; el presidente es un “felón”; un “traidor”, un “déspota”, un “dictador”.

Lo ratifica el contenido material de su oposición. El afán destructivo abarca todos los asuntos. La agresividad contra la política exterior no salva nada, ni las relaciones con Marruecos, con Argentina, con Venezuela, o ahora ya con el resto de la UE. Su boicot daña a los ciudadanos. Machaca a los eventuales beneficiarios de la política de vivienda (regulación de abusos en alquileres temporales). O a los inmigrantes, al negarse a retocar la ley de extranjería para recolocarlos obligatoriamente en las diversas comunidades, igual que se pactó en la UE; al propugnar hoy el uso de corbetas militares y mañana, las deportaciones masivas. Igual que sus rechazos a subir el salario mínimo, a crear el ingreso vital, a revalorizar las pensiones con el IPC. Y a las autonomías —incluidas las que gobierna—, al privarlas de miles de millones por oponerse a la senda de gasto.

Solo hubo una excepción notoria: su tardía aquiescencia a renovar el Poder Judicial, tras años de insistencias y un clamor insoportable de su propio entorno social y europeo.

Esta estrategia de asedio permanente no se atiene a los intereses del Estado. Ni a la intimidad familiar del rival, a cargo de un partido partidario de la familia. Ni a la veracidad de las acusaciones. Todo vale.

El viaje ultra usa vericuetos contrapuestos. Acompañarse de Santiago Abascal si se tercia, despreciarlo cuando conviene. Alimentarse de sus insultos. Apoderarse de sus ídolos, jaleándolos (Javier Milei) o humillándose en peregrinación (Giorgia Meloni). Montarse en sus palancas, robarle la cartera o esterilizarlo, el objetivo es solo uno: paralizar la acción del Gobierno, como prólogo a su derrumbe. Y así llegamos a un empate asimétrico e irritante para todos: el PP no llega a gobernar, pero dificulta que otros lo hagan. La coalición de izquierdas gobierna, pero menos: se desangra para arbitrar reformas y medidas, o ni siquiera las logra.

¿Por qué pasa esto? Queda para otra entrega el relato de cómo el moderado transmutó a caimán.

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