martes, 29 de agosto de 2017

EMPEÑADOS EN PASEAR POR DISNEYLANDIA

Imágenes muy duras
Arturo Pérez Reverte. Patente de corso

Es cada vez más frecuente que los informativos de la tele, sobre todo TVE, antes de mostrar alguna imagen relacionada con alguna tragedia, dispongan que el presentador o presentadora pongan cara muy seria, hagan una pausa dramática, y acto seguido digan: «Les advertimos que las imágenes que van a ver son muy duras». Y cuando en casa, alarmado por la advertencia, el espectador se apresura a sacar a los niños de la habitación, tapar los ojos de su esposa y retener aire en los pulmones él mismo, apartando la vista de la pantalla o poniendo a mano una caja de kleenex, o bien, en otro tipo de sensibilidades, todo cristo en la casa se agolpa ante el televisor, expectantes, disfrutando de antemano con lo que suponen una orgía de violencia y sangre, el telediario de turno va y muestra desde muy lejos, en un video de aficionado, cómo un policía mata a un delincuente, o al revés, pegándole un tiro, con la precaución previa de haber pixelado, o emborronado, o como se diga, la pistola del policía y la figura del fiambre. O pasan las imágenes de casas reventadas por un atentado terrorista con sólo una manchita de sangre en el suelo. O un niño llorando ante una alambrada turca. Cosas así. Y después de haber emitido tan duras y bestiales imágenes, a salvo ya la conciencia social de la tele de turno, pasa el telediario y ya se pueden emitir, sin problemas ni sensibilidades heridas de nadie, una película de zombies antropófagos, la secuencia inicial de Salvando al soldado Ryan o a la heroica chusma lancera de Tordesillas acuchillando impunemente al desamparado toro de la Vega.

No voy a preguntarme si nos hemos vuelto gilipollas, porque la respuesta ya la conozco. Y buena parte de ustedes, también. En efecto, nos hemos vuelto gilipollas. Y vamos a más. Pero incluso en la gilipollez hay grados y matices. Y en esto de la dureza de las imágenes televisadas, como en tantas otras cosas, nos estamos pasando varios pueblos y una gasolinera. Porque la vida —y me refiero a la vida real, no a la que algunos tontos del ciruelo se empeñan en vendernos como tal— es bronca de cojones. A lo mejor no es así en el metro de Barcelona, o en las terrazas de la Castellana, ni en la tomatina de Buñol. Vale. Yo me refiero a los sitios donde la vida está verdaderamente próxima a lo que es: un lugar incierto de horror y azar donde a cada momento puede salir tu número. Ese lugar, o sea, la vida tal como es, se encuentra lleno de imágenes duras, o muy duras, como dicen los de la tele. Lo que pasa es que no queremos verlas. Preferimos mantenernos en la nube aséptica mientras podamos, cerrando los ojos, o entornándolos, para no aceptar el hecho contundente de en qué mundo de mierda vivimos. Para no herir nuestra delicada sensibilidad. Y así vamos trampeando día tras día, empeñados en pasear por Disneylandia. Hasta que el ratón Mickey se levanta el refajo, grita Alá Akbar y nos vamos todos a tomar por saco.

Y todo eso, señoras y señores, niños, niñas y militares sin graduación, conviene saberlo. Conviene recordarlo. Porque recordándolo vivimos prevenidos, atentos al pajarito, preparados intelectualmente para pagar el precio que la vida, a veces, o casi siempre, acaba por pasarnos como factura. Y saber que las bombas descuartizan, que con los tiros se sangra, que el rostro del dolor y la angustia poseen tal o cual matiz, que el cuerpo humano tiene dentro cinco litros de sangre que se vacían a toda leche, es fundamental para la conciencia del ser humano. Otra cosa es que los hijos de la grandísima puta que viven del escándalo, de restregar por la cara el espanto para convertirlo en cling-clang de caja registradora, deban ser controlados y vituperados cuando se pasan en su catálogo de basura barata. Pero estamos hablando de dos cosas distintas: del periodismo veraz, necesario, que obliga a mirar el horror cara a cara, frente al oportunismo mercenario que sólo busca rentabilizar casquería sin reparo (estoy autorizado a decir esto, pues en 1994 dimití públicamente de un programa de TVE cuando pasó de ser una cosa a ser la otra). De mis tiempos de reportero recuerdo las largas discusiones que, tanto en las guerras como en las redacciones, teníamos sobre este asunto. Y siempre prevaleció la necesidad de informar, sacudir conciencias, estremecer al espectador con la verdad de lo que ocurría; con el no siempre fácil equilibrio entre informar y mostrar, sin que eso fuera, o vaya, más allá de lo estrictamente necesario para que el espectador sepa, asuma y comprenda. Porque, a menudo, para reflejar el horror ni siquiera hacen falta cadáveres. Basta un plano de las botas de un reportero, después de un bombazo, dejando huellas de sangre en el asfalto.

PURE JAZZ!

Art Kane, el fotógrafo que consiguió reunir a los grandes del jazz
Fernando Rimblas
29.08.2017 – 05:00 H.
https://www.gentleman.elconfidencial.com/multimedia/album/personajes/2017-08-29/art-kane-fotografo-jazz_1434604/#0

La cita era a las 10 de la mañana, antes de que el húmedo verano de Nueva York desatara su furia sobre la ciudad. Art Kane llevaba semanas, meses, preparando el sueño de reunir a muchas de las luminarias del jazz de la época en el barrio en que muchos habían nacido o desarrollaban su arte en los numerosos garitos que sembraban la zona. Junto con su mujer, Mona Hinton, había contactado con todos los que permanecían en la ciudad a través de sus agentes, las casas de discos, los clubes nocturnos y cualquier otro medio imaginable a su alcance. Y todos se habían comprometido a estar puntuales a las 10 en punto. Claro que hubo que reiterar, una y otra vez, que la cita era de día.
















lunes, 28 de agosto de 2017

¡A NUEVA YORK!

Eso me dijeron hace ya muchos años, ¡nos vamos a Nueva York! Un grupo estupendo, casi todos a mitad de carrera, aprovechando aquello del "paso del ecuador" de nuestros estudios. Llegamos emocionados al JFK, aparcamos junto al Concorde (sí, qué viejos somos) y nos embutimos en el metro -hora punta- para terminar saliendo por una de las bocas de metro de la calle 34 y, voilà, el Empire State frente a nuestras narices, esa fue la primera imagen que tuvimos de Nueva York, ¿se puede empezar mejor?
Esta mañana le contaba un par de cosas a una amiga que se irá de viaje en un par de semanas allí, y me acordaba perfectamente de aquellas primeras tiendas que visitamos, tiendas que no he vuelto a visitar en algunos casos y otras que son de visita recurrente. Nuestra primera tienda Levi's que vendían vaqueros una talla más para que te duchases con ellos y se adaptasen a tu cuerpo (eso decían), las tiendas de Canal St. con Braoadway donde nos surtimos de una buena tanda de relojes de lunares negros y amarillos, falsificaciones, modelos imposibles o algunos que jamás habíamos visto por estos lares; la visita al mirador del Empire Stetate una tarde y otra al del World Trade Center, el paseo en ferry hasta Staten Island o una mañana bajo un tormentón en Liberty Island, donde finalmente no subimos a la Estatua de la Libertad porque no se veía nada por el mal tiempo, enfundados todos en unos chubasqueros de plástico amarillos que nos  hacían parecer un grupo de turistas, lo que éramos... Recuerdo aquel viaje con una gran nostalgia, entre otras cosas porque perdí todas las fotos que saqué en la inundación de mi casa. Nueva York fue nuestra entrada a los Estados Unidos por primera vez y de allí saltamos a Boston, parte de los Grandes Lagos, las Cataratas del Niágara y algunos lugares más que tendría que buscar en un mapa para recordarlos. Aquel fue mi primer viaje americano y, por supuesto, no fue el último.
Si te gusta Nueva York, o no lo conoces, te aconsejo tres libros para empezar, literatura amena que te hará amar la ciudad, la verdadera ciudad: los dos primeros de Elvira Lindo: "Lugares que no quiero compartir con nadie" y "Noches sin dormir"; el tercero de Muñoz Molina, "Ventanas de Manhattan".

SÁBADO

Ludovico Einaudi, *In un'altra vita.

El calor no cesa, no apetece sino estar en casa descalzo y con el ventilador puesto (o el AC, según sea el gusto personal y las posibilidades de cada casa). Apetece estar en casa, sí, huyendo del calor, del sol, con algo fresco para beber y un libro para leer. ¿Qué habrá en el cine? me pregunto...

 
*Melodía africana II.

¡FRÍVOLOS DE MIERDA!

Leo con estupor lo de la factura de 26.000€, ¡26.000€!, en maquillaje de Macron, increíble, y no les da vergüenza volver a salir a la calle. Lo único bueno de esta noticia (lo sé, el que no se consuela es porque no quiere) es saber que hasta en Francia cuecen habas, que no todo va a ocurrir en España.
¡A la puta calle frívolos todos!

BERTRAND RUSSELL

Estamos inmersos en otra terrible época de "cruzadas", sin bien ésta no en Tierra Santa -ya no hay que liberar Jerusalén-; esta vez se trata de imponer el islam más terrible ante los infieles del mundo, siempre pajo la consigna o estás conmigo o contra mi, o lo que es lo mismo, o eres musulmán o infiel. Terrible, volvemos a matar por Dios, o mejor dicho a morir por Él.
Tenemos religiones para dar y regalar, aparte de las "oficialistas", las "verdaderas" que dirían otros. Sectas apocalípticas, ecologistas, científicas... múltiples ramas visionarias, proselitistas, secretas, satánicas, intimistas, violentas, pacíficas. Todas con ese halo de luz que las hace únicas para aquellos que las practican, que las siguen. La verdadera religión es el dinero y el poder, o ambas cosas; el dinero, lo único que nos une a todos por igual, altos y bajos, gordos y flacos, blancos y negros, jóvenes y viejos, místicos o ateos. El dinero está por encima de todas las religiones, de todos los credos, la podríamos llamar la suprarreligión. El dinero, madre de todas las hipocresías, nos vuelve tan ciegos que podemos clamar contra el terrorismo junto a políticos y próceres nacionales pero olvidarnos que, al mismo tiempo, somos uno de los primeros países que fabricamos y exportamos las mismas armas que utilizarán los terroristas contra nosotros. El dinero, que nos ciega tanto que no nos deja ver cómo aquellos que hablan de combatir el terrorismo de la manera que sea son los mismos que viajan después a "esos países" que financian a los terroristas que nos atacarán después. El dinero, el mismo que reúne a dirigentes mundiales con sátrapas en una foto y a la semana siguiente los mismos dirigentes se felicitan por la muerte de los segundos ¡qué poca memoria!
Religión y dinero, vaya un tándem. Qué dichosa manía esta de enseñarme el camino de la luz, el único camino, la única luz. Yo no soy espiritual, no soy religioso, no necesito que nadie me muestre el camino, y menos su camino. ¿A quién le hago daño siendo así? A nadie, al contrario, no me meto con nadie e intento ayudar a los demás en la medida de mis posibilidades, siendo un ser sin importancia.
Estoy aprovechando para leer la colección de ensayos sobre religión del premio Nobel Bertrand Russell "Por qué no soy cristiano", interesantísimo libro, escrito a la altura de uno de los pensadores más importantes del pasado siglo, donde se rebaten los argumentos más convencionales y/o tradicionales del cristianismo, el miedo, la felicidad, la sexualidad.Una lectura ocurrente, sin duda, para los tiempos que corren.

OLAS VS. MAREAS


Los que vivimos en las Islas Canarias estamos acostumbrados a pocos cambios estacionales, a una temperatura media que te permite ir a la playa durante todo el año, etc. En absoluto lo estamos a estos calores, a lo que antes llamaban olas de calor, por poco recurrentes, y que ahora más parecen mareas de calor o una estación veraniega calurosa como en tantas y tantas zonas de la Tierra. Si ya no podemos ofrecer un clima magnífico, ¿qué nos queda? ¿Qué ofreceremos si el que viene huyendo del infierno de otras zonas se encuentra aquí lo mismo que en su tierra? El cine nos avisa de ven en cuando: calor extremo, volcanes, inundaciones, glaciaciones, terremotos, etc. ¿De verdad queda tan lejos la ciencia ficción de la realidad a la que nos aboca el cambio climático?
Un abrazo a mis amigos de Doha, Córdoba, Sevilla, Murcia, Badajoz y tantos otros lugares donde el calor aprieta en verano, ¡en Canarias ya sabemos lo que ustedes sienten!

LA GARGANTA

He estado desde el jueves convaleciendo, prácticamente sin salir de casa salvo para acercarme a la farmacia o al supermercado. Afortunadamente no suelo ponerme malo, ni gripe ni dada, salvo la dichosa rinitis que en verano hace sus estragos en mi nariz. Pues eso, no suelo estar malo pero, cuando caigo enfermo, si además la causa es la garganta, lo paso realmente mal, pues me sube la fiebre mucho. El jueves a la 1 dejé el trabajo para venir a acostarme porque tenía 39°, al mediodía, como si tal cosa. El fin de semana ha sido un tira y afloja con la fiebre, sudores fríos, calor, duchas, etc. Hoy tengo cita en el Centro de Salud y espero que me tupan a antibióticos.
Si algo tiene el estar encerrado en casa por enfermedad es que a uno se le pueden caer las pareces encima, aunque la verdad yo, como me entretengo con casi cualquier cosas, he aprovechado para trabajar en una memoria que cerrará de una vez un proyecto en el que andamos metidos, leer, dormir y ver películas; de hecho me he pegado un maratón de zombies, de Philip Roth y hasta tuve tiempo para una comedia.





sábado, 19 de agosto de 2017

PASTORAL AMERICANA

Me apasiona la literatura norteamericana y en especial Philip Roth, mi escritor favorito, si es que decir algo así es posible. Hablemos entonces de "Pastoral Americana", novela que leí ya hace años, justo después de "La conjura contra América", magnífica, fuerte, desasosegante, no te da tregua. Otra visión diferente de la familia americana, sus sueños y sus logros; la historia propia de la América del Vietnam, del final de los años 60, sus sueños rotos, la belleza marchita... Una historia tan bien escrita como apasionante.
Ayer vi la película, dirigida por Ewan McGregor y con unos actores excelentes, aparte de él mismo, tales como Dakota Fleming y Jennifer Connely, entre otros. Una muy digna adaptación de la novela.

A QUIEN MADRUGA

Soy de los que están cinco minutos después de abrir el supermercado, intentando evitar las aglomeraciones, las colas en la caja, a la gente, vamos. Hoy se me hizo un poco tarde, sólo un poco. Pasé antes a tomarme un café por un bar cercano y llegué 25 minutos después de abrir y... ¡el parking estaba lleno! ¿pero cómo es esto posible? Me pregunto si justo a las 9, hora de abrir, me encontraré con una larga fila de coches esperando el ¡preparados, listo, ya! Increíble pero cierto. Finalmente hice la compra esquivando carritos (claro que los demás esquivarían el mío). En fin.