Esperando a que anunciaran mi vuelo busqué un asiento vacío y me senté con la intención de leer el periódico. Cerca de mi había un grupo de futbolistas jóvenes que se apresuraron hacia una de las puertas de embarque al escuchar la orden por megafonía. En la precipitación olvidaron un móvil justo en el asiento de al lado, así que aproveché el último grupito que quedaba para decirles que creía que un compañero había olvidado tan preciado aparato. Rápidamente uno de ellos, el más avispado, se apresuró a decir cógelo, cógelo, que es de Rayco, así le gastamos una broma. Se alejaron, retomé la lectura y me olvidé del móvil, hasta que pasados unos minutos apareció el tal Rayco preguntándome si había encontrado por casualidad un móvil en el asiento junto al mío. Le conté que se lo había entregado a un pequeño grupo vestido como él y en el que se encontraba, quise pensar, el entrenador. Me dio las gracias y se marchó. Vuelta a la lectura. Regreso de Rayco; esta vez con un amigo enorme, alto, que fue quien habó en esta ocasión: ¿seguro que le dio el móvil a alguien? fue la pregunta. Entendí la situación y simplemente contesté que sí, que estaba muy seguro y hasta le describí al amigo. No sé si les convencí o no, pero sin decir palabra corrieron hacia el embarque. Ahora miro siempre con recelo por si me encuentro un móvil a mi lado.
martes, 17 de noviembre de 2009
RAYCO Y EL MÓVIL
Esperando a que anunciaran mi vuelo busqué un asiento vacío y me senté con la intención de leer el periódico. Cerca de mi había un grupo de futbolistas jóvenes que se apresuraron hacia una de las puertas de embarque al escuchar la orden por megafonía. En la precipitación olvidaron un móvil justo en el asiento de al lado, así que aproveché el último grupito que quedaba para decirles que creía que un compañero había olvidado tan preciado aparato. Rápidamente uno de ellos, el más avispado, se apresuró a decir cógelo, cógelo, que es de Rayco, así le gastamos una broma. Se alejaron, retomé la lectura y me olvidé del móvil, hasta que pasados unos minutos apareció el tal Rayco preguntándome si había encontrado por casualidad un móvil en el asiento junto al mío. Le conté que se lo había entregado a un pequeño grupo vestido como él y en el que se encontraba, quise pensar, el entrenador. Me dio las gracias y se marchó. Vuelta a la lectura. Regreso de Rayco; esta vez con un amigo enorme, alto, que fue quien habó en esta ocasión: ¿seguro que le dio el móvil a alguien? fue la pregunta. Entendí la situación y simplemente contesté que sí, que estaba muy seguro y hasta le describí al amigo. No sé si les convencí o no, pero sin decir palabra corrieron hacia el embarque. Ahora miro siempre con recelo por si me encuentro un móvil a mi lado.
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