martes, 4 de junio de 2024

CONVERSACIONES RECURRENTES

Hablo a menudo con un amigo, que fue además mi entrenador personal, de política. Nuestra visión es casi opuesta ante cualquier tema: para él prima la economía, para mi lo demás.
Esta mañana leo un interesante artículo sobre un señor con las ideas tan preclaras que ya me siento un poco menos solo en mi mundo utópico, algo más optimista. Ya lo dijo Tomás Moro en su Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de optimo reipublicae statu, deque nova insula Vtopia, Utopía, en boca de Hythloday:
Así, cuando miro esas repúblicas que hoy día florecen por todas partes, no veo en ellas - ¡Dios me perdone! - sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a efecto en beneficio de la comunidad, es decir, también de los pobres, enseguida se convierten en leyes.


“Si solo miras el PIB estás jodido. No mide ni tu relación con la naturaleza ni tu bienestar”
El genetista, humanista e ingeniero José Esquinas propone salidas al “rumbo ‘ecocida” del planeta a través de la ética, la responsabilidad y los valores.
Ángeles Lucas, 04.06.2024

El genetista, ingeniero y humanista José Esquinas (Ciudad Real) nació entre agricultores y entendió la riqueza universal de cada semilla. A sus 79 años sigue combatiendo el hambre, la industria agroalimentaria y la pérdida de biodiversidad frente al beneficio de “algunos”. “Se produce un 60% más de lo necesario para alimentar a la humanidad a costa de destrozar el planeta y pasan hambre más de 800 millones de personas”, arguye. Ha publicado Rumbo al ecocidio, en el que propone soluciones para la deriva del planeta avaladas con mil y un datos. Elige ser entrevistado en el Real Jardín Botánico-CSIC de Madrid. Entra de forma anónima, pero en cuanto la directora sabe de su presencia, cambia su agenda y la de su personal para recibirlo y le ofrece firmar en el libro de invitados ilustres.

Pregunta. ¿Cómo se ha llegado a la paradoja sobreproducción-hambre en 2024?
Respuesta. Por el proceso de mercantilización de los alimentos, que antes eran sagrados y ahora son mercancía pura y dura. Y además, su producción, transporte y eliminación genera el 29% de los gases de efecto invernadero y es responsable del 90% de la pérdida de la biodiversidad agrícola. Es tremendo que tres grandes multinacionales copen la agroindustria. Controlan el 75% de las semillas comerciales del mundo y el 63% de los agroquímicos. Se ignora esto y que los recursos naturales están siendo privatizados, lo que conlleva especulación y más contaminación.

P. ¿Y dónde va ese 60% de producción innecesaria?
R. 1.300 millones de toneladas se desperdician y terminan en la basura. Y otra parte la echamos a la barriga con comida rápida que a su vez produce obesidad y sobrepeso y que es responsable del incremento de bastantes enfermedades. Europa gasta en medicina para combatirlas 700.000 millones de euros al año. Es 12 veces más que el coste de la Política Agraria Común (PAC). ¿No sería más conveniente que esos fondos fueran a promover una agricultura en armonía con el medio ambiente?

P. ¿Es fácil cambiar las dinámicas?
R. Hay que intentarlo. Para producir lo que sea se necesitan por un lado recursos naturales, que son limitados y perecederos, como tierra, agua, aire, minas, diversidad biológica y energía. Después se requiere tecnología, que es solo un instrumento; y la ética, que es lo que debe marcar esos objetivos. En el libro propongo además cambios legales para evitar el ecocidio o destrucción del medio ambiente para que esto se considere un crimen contra la humanidad juzgable en el Tribunal Internacional de La Haya.

P. Como corresponsables apunta a la sociedad, las empresas y los gobiernos. ¿Cuánto de importante es la concienciación?
R. Cuento una anécdota. En 1992, yo representaba a la FAO en la Cumbre de Río. De allí quedó el eslogan de ‘Piensa globalmente, actúa localmente’. Y la medida de que ‘El que contamina, paga’. Porque no tiene sentido que tú y yo paguemos con nuestros impuestos lo que determinados sinvergüenzas han provocado para maximizar sus beneficios. Solo Holanda volvió a su país para hacerlo ley. Y como consecuencia cayó el gobierno. Si no hay conciencia, el pueblo no lo va a aprobar.

P. ¿Es difícil transmitir el valor de cada semilla?
R. El elefante o el oso panda son mucho más sexis que el trigo o el maíz, sin embargo, estas semillas son imprescindibles para la humanidad. La biodiversidad es clave para adaptarse a las condiciones impredecibles del medio ambiente agravadas por el cambio climático, como el frío, el calor, las enfermedades…

P. Sí vemos cómo el grano aparece en los conflictos...
R. Muy poquita gente sabe que la Gestapo tenía una unidad de recogida de germoplasma [semillas] de los países por los que pasaba. Y que uno de los objetivos de la invasión de Rusia por parte de los nazis era apropiarse del banco de germoplasma de Vavílof, en Leningrado. O por qué el banco de germoplasma de Brasil dependía del Ministerio de Defensa. Ese es el valor estratégico que la gente desconoce. También hay un conflicto abierto con la propiedad de la información digital del ADN de las semillas. Los países del sur proveen la biodiversidad, y los del norte se aprovechan de ella sin reconocerles derechos a participar en los beneficios.

P. En Ucrania se ha organizado una misión para salvar sus semillas.
R. Otro caso clarísimo pasó en Siria. Trabajamos rapidísimo para mandar duplicados a otros lugares. Lo que se pierde es el trabajo de miles de años del agricultor para desarrollar variedades, tan necesarias con el cambio climático.

P. ¿La destrucción es tan rápida?
R. El ser humano ha provocado el cambio climático y solo él puede pararlo. Sin embargo, el planeta se adaptará, lo que está en peligro es nuestra supervivencia y la de otras especies. Siempre ha habido cambios, pero lo nuevo es su velocidad. Y eso aumenta nuestra responsabilidad para restablecer los equilibrios. La diferencia entre una caricia y un bofetón es la velocidad de la mano. Es como si un piloto avisa de que estamos perdidos, pero la velocidad de crucero es excelente. ¿Pero hacia dónde vamos? Para cambiar el rumbo, del ecocidio a la esperanza, hace falta aplicar ética, valores, responsabilidad y decidir qué es deseable en beneficio de la humanidad y no solo de algunos. Tenemos la capacidad de transformar la Tierra en un paraíso, pero también en un infierno.

P. ¿Qué soluciones propone?
R. Hay muchas en el libro. En agricultura; que acerquemos el lugar de la producción de los alimentos al de su consumo. Y que sea con medios agroecológicos para que haya la mínima agresión al medio ambiente.

P. También habla de causas inherentes al sistema ¿Cuáles son?
R. Una es el concepto de desarrollo. Si solo miras el PIB estás jodido, porque no mide ni tu relación con la naturaleza, ni tu bienestar, ni tu felicidad. Lo que te da es un índice de crecimiento económico que si me apuras es puramente mercantil y bursátil. Una alternativa es el índice de felicidad interna bruta (FIB), propuesto por Bután. Se mide con indicadores como el número de suicidios o el de médicos y maestros por habitante… Esto rompe el esquema, por eso los intereses creados lo quieren parar. Otro elemento es la representación de las generaciones futuras en los Parlamentos. Sería una entidad personal o jurídica que cuestione cómo afectará cada ley a los no nacidos. En algunos países y muchas comunidades indígenas ya existe una figura similar.

P. ¿Cuánto hay de utopía?
R. Como dice don Miguel de Unamuno, una utopía lo es hasta que cinco personas piensan que es posible, ahí es una posibilidad. Las utopías de hoy pueden ser la realidad de mañana si realmente luchamos por ello.

José Esquinas en un proyecto cerca del lago Victoria (Kenia), en 1989, en una imagen cedida.

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