El camino que utilizaban las lecheras para llegar a Santa Cruz de Tenerife
ANAGA. José Manuel Ledesma Alonso
Uno de los senderos que comunicaba La Laguna con Santa Cruz, formado por el ir y venir de personas de un lugar a otro, ha quedado relacionado con la llegada de las lecheras a la capital. El Ayuntamiento capitalino, consciente de la recuperación de estos caminos que forman la huella del pasado, junto con la Viceconsejería de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias, lo están acondicionando para que, una vez señalizado, pase a formar parte de la red de senderos de la Isla en los que podamos revivir nuestra historia y conocer mejor nuestra cultura.
Las lecheras eran mujeres de los Valles de Aguere que, en la primera mitad del siglo XX, lloviera, hiciera frío o calor, se levantaban muy temprano, cargaban sobre su cabeza una cesta de mimbre, llena de cazos de leche recién ordeñada y, después de dos horas de caminata, llegaban a Santa Cruz y comenzaban a recorer las casas de sus clientas dejándole el nutritivo alimento con el que cada día se desayunaban.
Para amortiguar el enorme peso de la carga (40-60 kg), dentro de la copa del sombrero de paja ponían un trozo de tela (ruedo). Vestían con blusas blancas, largas enaguas, sobretodo negro y lonas de color azul. El dinero de la recaudación lo guardaban bajo su delantal blanco, en un bolsillo cocido a una cinta, entre la falda y las enaguas.
Para evitar pasar por delante de los fielatos, utilizaban los caminos, veredas y senderos que no estuviesen vigilados por la Guardia Civil, creando de esta manera «el Camino de las Lecheras».
El citado camino partía de la Cruz de los Álamos (Las Mercedes), subía la ladera de Gonzalianez, atravesaba los caminos del Bronco y Lomo Largo, cruzaba el valle de las Chozas y, después de cruzar el barranco de Carmona, descendía por el monte de las Mesas, junto al barranco de Jiménez, y flanqueando el Roque y Boca del Andén, cruzaba las barranqueras de las Goteras hasta llegar a Cueva Roja, en Santa Cruz de Tenerife. Desde aquí se adentraban en la ciudad pasando por los barrios de Salamanca, Duggi, etc. Su punto de Encuentro era la Recova Vieja, al lado de donde hoy se levanta el Teatro Guimerá.
Los fielatos eran oficinas municipales, establecidos en 1840 en las entradas de los principales núcleos de población para recaudar impuestos sobre determinados artículos de consumo (vino, leche, papas, etc.).
Los fielatos por los que estas lecheras hubieran tenido que pasar estaban situados en Las Canteras, San Benito y en la curva de Gracia, en La Laguna; mientras que los de Santa Cruz de Tenerife se encontraban en Las Moraditas de Taco, barriada García Escámez, barrio de Buenos Aires, Vistabella y la Cruz del Señor.
En la casilla del fielato estaban obligados a parar todas las personas, carros, camiones, guaguas y coches que tuvieran objetos que declarar, debiendo abonar al «Fiel» empleado el canon correspondiente.
Cuando paraba la guagua, el funcionario, con su rudeza habitual vociferaba, ¿va algo de fielato? y, como nadie le contestaba, se subía a inspeccionarla, metía el farol bajo los asientos y, después de lanzar una mirada acusadora sobre los pasajeros, daba el salvo conducto. Más de una vez, el canto de un gallo o el olor a queso tierno pusieron en entredicho a los que querían estafar al fisco.
Los fielatos desaparecieron, en 1962, cuando todavía sus ingresos suponían una parte importante del presupuesto de la alcaldía.
A lo largo de los 16 km. de extensión que tiene este Camino de las Lecheras, todavía se encuentran cuevas excavadas en la roca, en la que solían guarecerse los ganaderos en los meses de verano, cuando trashumaban con su ganado hasta estos Valles en busca de pastos, al haberse agotado la hierba en los manchones cercanos a su gañanía. Muchas de estas cuevas conservan los dornajos labrados en la tosca, repisas a modo de alacenas, y una plataforma tipo mesa, así como el aljibe y el abrevadero donde bebían los animales.
También quedan restos de las antiguas canteras de la que se extraían los bloques que se utilizaban en la construcción, como la de Gonzalianez, la del Lomo Largo y la del valle de Las Chozas. Esta industria, existente en la primera mitad del siglo XX, proporcionó trabajo a muchos hombres y mujeres hasta que se implantaron las fábricas de bloques de hormigón en 1975. En ella, los obreros, trabajando a escoda, hacían los bloques tan perfectos que parecían sacados de un molde, mientras que las mujeres se encargaban de trasladarlos hasta el camino, donde las esperaba el camión que los llevaba hasta las obras en construcción. Estas mujeres, para poder ganar 7 pesetas a la semana, en cada viaje llevaban sobre su cabeza dos bloques de 20 kg. cada uno.
Pero algunas lecheras comienzan a utilizar, a partir de 1901, el recién inaugurado tranvía que tiene que incorporar para ellas “la Jardinera”, un vagón de color gris con asientos de inferior calidad y grandes ventanales, sin cristales, con el fin de evitar que el resto de usuarios no percibieran los olores que desprendían los productos que trasladaban en la “lata de la comida del cochino”; es decir, las sobras de alimentos recogidos en las casas de sus clientas.
De la misma manera, en 1931, cuando empezó a funcionar Transportes de Tenerife (La Exclusiva), la “guagua de las lecheras” salía diariamente de La Laguna, a las 5 de la mañana, con dirección a la recova de Santa Cruz, con sus compartimentos laterales repletos de cazos de leche.
Las lecheras solían llegar a Santa Cruz muy temprano, dejaban los cacharros en los zaguanes de los clientes más conocidos, donde acostumbraban a realizar el trasvase de un envase mayor a otros de menor capacidad y, desde allí, comenzaban a recorrer las calles de la ciudad repartiendo la leche con la que se desayunaban sus feligreses.
En el año 1945, ante los abusos que algunas lecheras venían cometiendo desde hacía años, añadiéndole agua a la leche hasta en un veinte por ciento, lo que entrañaba un peligro para la infancia y los enfermos, la policía municipal, comienza a perseguir a las infractoras de este atentado a la higiene y salubridad pública, multándolas por vender un artículo adulterado. Ante este escándalo público, muchas amas de casa optaron por comprarse un pesaleche para evitar ser timadas con estos “mejunjes”.
En los medios de comunicación se desata una campaña de desprestigio contra ellas, dando lugar a que su protagonismo decayera; y así, en 1962, se crearon en Santa Cruz la Industria Láctea de Tenerife (ILTESA) y la Central Lechera de Ganaderos del País (CELGAN); las cuales, a partir de ese momento, serían las encargadas de comprar la producción de leche a los ganaderos y distribuirla, casa por casa, embotellada, por considerar que era más higiénico.
Juan Pérez Delgado –Nijota-, (Laguna, 1898-Santa Cruz de Tenerife, 1973), destacado escritor, dramaturgo y poeta, autor de numerosas coplas del cancionero típico canario, las describió perfectamente en su obra: Interrogación a una Lechera.
Tú sabes, gentil lechera, que en esta isla excelente, con la lechita y el gofio se alimenta mucha gente. Por lo tanto, es importante, ¡carajo, vale la pena! que la leche que se vende, sea siempre de la buena. Se ha reducido el ganado, en treinta y cinco por ciento y la leche que se vende va cada vez en aumento. Si está algo escaso el ganado, en este peñón airoso, ¿de donde sale ese líquido tan saludable y sabroso? ¡Descifra, gentil lechera, el misterio indescifrable! Agüita, mi hijo, agüita, ¡que también es saludable!
Nijota también les dedica la siguiente estrofa: No sólo es agua lo que a la leche se echa.
Iba yo a desayunar y, aún sin echarle azúcar, encontré dulce la leche. ¿Ha endulzado usted la leche?, le pregunté a la criada, pues yo no le echado azúcar y la encuentro azucarada. Y la chica sonriendo, con una sonrisa hermética, me dijo: ¡Tal vez será que la lechera es diabética!
Retrato de mi tía Lola y máquina de escribir y mesa, originales, donde mi tío Juan (Nijota), su hermano, escribía.
NUEVA VILLA AUGUSTA, Gran Canaria
Foto: José C. Pérez-Alcalde Schwwartz.
Para terminar, quisiera compartir con ustedes un relato que en mi infancia solía escuchar a mis antepasados.
“Después de repartir a su clientela la leche por la capital, y haber subido caminando por la Cuesta Piedra, para aliviar el camino. Cargando a la cabeza la lata de la comida del cochino y con dos cazos vacíos en cada mano. Cuando ya había enfilado el camino viejo de Las Mercedes, muy cerca de su casa, le dan los dolores de parto y tiene que tirarse a la cuneta donde, tras la pared de una huerta, debajo de un árbol, nace una niña entre berridos, lloriqueos y sollozos de la madre. Para proteger el cuerpo de la recién nacida, forma una cama de helechos dentro de la cesta, con dos tiras de badana ata el cordón de la vida (ombligo), la abriga con su delantal y, con este panorama, se presenta en su casa con la más hermosa carga que Dios le ha dado aquel día. Cuanta soledad sufrida, cuanto sacrificio, cuanta ternura y cuanto amor”.
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