martes, 9 de abril de 2024

MARY SHELLEY, THANKS!


La bondad de Frankenstein
El Gobierno está perdiendo una oportunidad, única en lo que llevamos de siglo, de vender su gestión económica.
Víctor Lapuente, 09.04.2024

Cuanto más estéril es un tema para la ciudadanía, más fértil es para la política. Es la lógica en la que se mueven los partidos hoy. Dan más importancia a las especulaciones sobre las parejas de sus oponentes que a las decisiones de sus propios ejecutivos, a las reuniones en restaurantes que a las del Consejo de Ministros, a la Guerra Civil que a la de Gaza, a las leyes de memoria histórica que a la memoria económica de las leyes. Presentan las leyes de concordia en la ONU y el Parlamento Europeo, pero no los Presupuestos Generales del Estado. El centro espiritual de nuestra democracia no está en el Congreso, sino en Cuelgamuros. Y quizás es la mejor estrategia para robar unos votos a corto plazo, pero no para ganar los corazones de los españoles a largo.

El Gobierno está perdiendo una oportunidad, única en lo que llevamos de siglo, de vender su gestión económica. Somos casi 21 millones de afiliados a la Seguridad Social y crecemos cinco veces más que Alemania. Sánchez tiene una ocasión de oro para desmontar dos mitos sobre su Gobierno: los costes económicos de su izquierdismo y los de su debilidad parlamentaria.

Quienes desde el primer minuto trazaron paralelismos entre este Ejecutivo y los regímenes bolivarianos deberían saber que, si Europa nos tira las orejas, no es por ser muy, sino poco socialistas. Por ejemplo, el Comité Europeo de Derechos Sociales consideró que el despido en España, al ser relativamente asequible y de bajo coste, no se ajustaba a la Carta Social Europea. Ni la aprobada reforma laboral ni la proyectada reforma fiscal despiertan miedo en Bruselas. Y el comunismo de Yolanda Díaz ha consistido en subir el SMI de (unos insuficientes) 736 a (unos más decentes) 1.134 euros al mes.

La segunda fábula dice que una coalición de gobierno multipartidista produce peores políticas económicas que uno con mayoría absoluta. Según varios estudios, cuando tienes que poner de acuerdo a actores con intereses muy distintos (como PNV, ERC, Bildu o CC), el producto resultante, aunque cueste gestarlo, suele ser más resiliente, porque se compensa a los grupos sociales perjudicados. Por el contrario, la bondad de las políticas económicas de un Gobierno con mayoría absoluta dura lo que dura su hegemonía parlamentaria. Todas las reformas laborales aprobadas por el rodillo de la mayoría absoluta han sufrido contrarreformas.

Si yo fuera Sánchez, vendería eso: la debilidad de Frankenstein nos hace más fuertes. Y así perdería las peleas en las redes sociales, pero ganaría el debate público.

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