La política internacional no hay quien la entienda, esto es lo primero que aprendemos cuando leemos un poco sobre el devenir de la Historia. ¿Por qué ocurren unas cosas en un momento preciso y la contraria en otro que parecería el mismo sin serlo? Chi lo sa.
Podemos hablar de las fronteras de líneas rectísimas en áfrica, por ejemplo, para acabar hablando de las fronteras de Israel, de las de 1948 y las que existen hoy tras numerosos conflictos. Ignoro las repercusiones del reconocimiento de Palestina como Estado, reproclamo mi ignorancia diplomática, pero lo que es un hecho aceptado por (casi) todos es que el final del túnel debe ser la convivencia de ambos Estados. Si bien la Historia no ayuda mucho a ser optimista, también lo es que torres más altas han caído; ¿quién iba a suponer, en medio de la guerra fría, que la URSS desaparecería (mejor no hablar de lo que es hoy), que caería el muro de Berlín sin violencia o que los acólitos del inefable asaltarían el Capitolio norteamericano? Pues eso, torres más altas han caído, por lo que no queda otra que ser optimistas.
Nosotros, españolitos todos, mal que nos pese, siempre damos la nota. Estos días volvemos a estar en el candelero internacional, esta vez a colación del aparente raudo reconocimiento del estado palestino por el Gobierno. Estos dicen que debe ser al golpe de ya, los de enfrente que también, aunque sin fecha y con la boca pequeña. El otro, que siempre aparece cuando menos se le espera, sentencia con sorna: ¿qué Palestina ni qué ocho cuartos? Al de enfrente le crecen los enanos, pobre.
La guerra en Gaza debe cesar, los rehenes devueltos y las aguas regresar a su cauce.
Repito, sólo nos resta ser optimistas.
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Aztec Camera, *Somewhere in my heart.
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