11°. Miércoles, ya casi la semana hecha. O lo que es lo mismo, la vida se va en un soplo.
Escucho en la radio una interesante y amena entrevista a Espido Freire a colación de su libro "Los malos del cuento. Cómo sobrevivir entre personas tóxicas".
(...) lo que se propone esta «guía»: servir de ayuda para detectar, identificar y eludir a las personas y las situaciones dañinas. En un recorrido tan personal como lúcido, Espido Freire relaciona los arquetipos más recurrentes del malvado con las obras literarias de toda índole que nos han aleccionado sobre sus peligros, sin obviar las referencias a tristes sucesos de actualidad. Ameno y escalofriante a partes iguales, el texto nos recuerda algo que sabemos pero que a menudo nos empeñamos en silenciar: el mal existe y debemos estar alerta. Por nuestro propio bien. La Casa del Libro.
Lo leeré con sumo interés y placer, no lo duden.
Hace algunos meses, tras la enésima discusión, tras la enésima falta de respeto, tomé la decisión: ésta es la última vez. Y así ha sido, más o menos. El jueves pasado volvió la misma persona, arengada por la otra, a traspasar la línea y esta vez ya crucé el Rubicón, quemé las naves, no hay marcha atrás; relación personal 0, profesional la imprescindible. El que no se ha escondido tiempo ha tenido, uno escoge bando en esta vida, cada acción tiene su reacción. Que cada cual aguante su cruz. Alea jacta est.
Me quito un peso de encima, otro. Al enemigo ni agua. Y puente de plata, si se tercia.
Qué peligrosas son las personas tóxicas y qué difícil es sacudírselas de encima.
¡Ay la Administración!, quién te ha visto y quién te ve. Nada ha cambiado en tantos años, sigue siendo la misma cloaca llena de vagos impresentables, conservadores recalcitrantes (en el peor sentido de la palabra, de las palabras), reyes absolutos del NO (absoluto), especialistas en la pérdida del tiempo -detractores de Proust-, emperadores de la procrastinación, plenos insolidarios con sus compañeros.
Nunca se solucionará este grave problema hasta que los "funcionarios" no seamos evaluados recurrentemente por agentes externos, sin lazos, sin vínculos. Hasta que el ojo del amo no engorde el caballo. Es tanto el dinero que se podría ahorrar la Administración en sueldos arrojados al vacío que encuentro incomprensible como no se han tomado nunca medidas para esto, medidas serias. En cambio, se llega a pagar la productividad a todos por igual, por ejemplo, ¡viva el agravio comparativo! Si trabajas te incentivo y si no, también. Qué más da, paga el Estado (pagamos todos). Vergonzoso. Imperdonable. Inmoral.
Ahora, cuando un funcionario trabaja, trabaja. Cuando un funcionario sabe que debe entregarse a los demás, se entrega. Un altar para todos ellos porque son el ejemplo que engrandece la función pública.
Me pregunto qué método encontraré para poder escribir con libertad acerca de mis vicisitudes como arquitecto municipal durante tantos años; cómo hablar de X ó Y sin sumar 2+2; cómo plasmar mis anécdotas, encuentros y encontronazos, náuseas y subidas de tensión, frustraciones todas. Todavía no la he encontrado -la piedra filosofal, la fórmula mágica-, pero les prometo que la encontraré.
La catarsis será total.
Por ti, que eres buena gente, lo doy todo, y lo sabes. En cambio, tú que eres tóxico y también lo sabes, vade retro.
PD. Y como no hay dos sin tres, si Espido Freire no es suficiente para demostrarnos que la maldad existe, he empezado a leer "Meridiano de sangre", de Cormac McCarthy, por si no era ya suficientemente masoquista.
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José González, *Stay Alive.
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