jueves, 18 de enero de 2024

DETERGENTES BLANQUEADORES

Paseábamos el otro día por Las Canteras yendo a almorzar con mis amigos de Estados Unidos que estaban en las Palmas y otra pareja más que se sumó también. La comida, muy sabrosa, la conversación algo más dura. En medio de ella salió el tema recurrente de los viajes, cómo no, y las consabidas preguntas ¿adónde se van este año? ¿tienen planes para carnavales? bla bla bla. Oslo, en principio, aunque ahora con la obra no sé yo...
¿Y por qué no se van a Qatar? (siempre hay quién te organiza un viaje, te dice qué coche comprar, a qué médico ir, cosas así) Tienen de todo, arquitectura, arte, "naturaleza". Y calor, apuntillé. 
Pero no, gracias, no se me ha perdido nada en Doha; habiendo tanto que ver y tan poco tiempo (y dinero) tengo una serie de países vetados por el hecho de no respetar los más mínimos derechos humanos. Al igual que en su momento estaba Sudáfrica en mi lista, ahora lo están otros países como los del Golfo, en general, Hungría, Rusia, Irán, a pesar de ser consciente de que no conoceré muchas maravillas. Diatriba sobre esto como si de un detergente blanqueador se tratase.
¿Sabes lo bueno de viajar? concluí: que cada uno decide el lugar que quiere visitar. Yo no respeto a quien no me respeta.
Café y listo.
No vayas, Rafa
En la dictadura saudí aterriza un tenista que siempre hizo alarde de su aversión a los extremos, y ha terminado publicitando el peor de todos.
Manuel Jabois, 17.01.2024
https://elpais.com/deportes/tenis/2024-01-17/no-vayas-rafa.html

Shalma El-Shebab llegó en diciembre de 2020 a Arabia Saudí a pasar las vacaciones procedente del Reino Unido, donde esta higienista dental, madre de dos hijos, estudiaba un doctorado en Leeds. Nada más aterrizar, fue detenida: desde su cuenta de X había retuiteado a disidentes y activistas críticos con el régimen saudí. Estuvo un año en la cárcel a la espera de juicio. Fue condenada en ese juicio a seis años de prisión. Hubo un segundo juicio sin abogado en el tribunal de apelación: allí fue condenada a 34 años de cárcel. Cuando salga, tiene prohibido salir del país durante otros 34 años. Se le condenó por “desestabilizar la seguridad civil y nacional” en la red social; allí, Shalma El-Shebab tenía 2.600 seguidores.

No, Rafa Nadal no puede ser el primer centinela puro de las libertades occidentales y estudiar caso por caso las deficiencias de cada país para negarse a tener vinculación con él. Pero Shalma El-Shebab no es una anécdota: es la constante. Son datos de Amnistía Internacional: las mujeres en Arabia Saudí no pueden tener pareja ni casarse sin el permiso de un hombre (padre o tutor), tampoco pueden divorciarse sin el consentimiento de su marido (el marido sí puede hacerlo, y una medida reciente le obliga a comunicarlo por mensaje de texto, pues podía divorciarse sin avisar); no pueden estudiar según qué carreras sin permiso de un hombre (generalmente marido o padre), ni recibir según qué tratamientos médicos, ni vivir solas sin ese permiso. Desde 2015 pueden votar e incluso crear una empresa sin autorización de un hombre; desde 2018 pueden conducir. Y las mujeres mayores de 21 años ya pueden viajar al extranjero sin permiso de su tutor. Eso sí, que tengan cuidado con lo que tuitean desde el extranjero. En cuanto a la homosexualidad, serlo puede acarrear pena de muerte, por tanto quien lo es, debe esconderlo a riesgo de acabar torturado a latigazos en plaza pública, encarcelado o ejecutado por el Estado. Desde 2019, el feminismo, el ateísmo y la homosexualidad son oficialmente “ideas extremistas”. 

Rafa Nadal, hombre informado, sabe estas cosas. En 2017, un reportaje en el suplemento Icon de EL PAÍS tituló ‘¿Cómo es posible que Nadal caiga bien a todos los españoles? 30 frases que podrían explicarlo’. Las 30 frases no eran fáciles. Nadal hablaba del independentismo catalán, de una investigación que Hacienda abrió en 2012 a unas sociedades suyas, del comportamiento de los políticos en el Congreso, del conflicto que en su día surgió con Gala León, capitana en 2015 del equipo de la Davis. Pero termina cayendo –generalmente– bien. Siete años después, es ya una leyenda en vida, considerado uno de los grandes deportistas de la historia, y alguien que protege extraordinariamente aquello que no puede ganar con la raqueta ni con el dinero: el cariño de los millones de fans, su extraordinaria reputación como tenista ejemplar, de comportamiento intachable, solidario, generoso, atento; no son adjetivos gratuitos: pregunten a cualquier trabajador, tenista o no, del circuito.

¿Qué lleva a una figura como él a anunciar un acuerdo con Arabia Saudí? ¿En qué momento no cree que él, o Rahm, o Cristiano, o Benzema, no son felices instrumentos con aspiraciones legitimadoras de la tercera dictadura del mundo que más aplica la pena de muerte, uno de los países que más asfixia la libertad de expresión, la libertad sexual, los derechos humanos? Si no es dinero (insértese emoji de obviedad), ¿por qué elige ese país y no otro, en el que haya tantos niños, seguramente menos recursos, y su rostro y su nombre no sirvan como propaganda de una dictadura ultrarreligiosa en la que es insoportable vivir si uno no se parece a Rafa Nadal?

El tenista español, inmerso probablemente en su último año en el circuito, un asalto épico, no necesitaba esto; no él, precisamente, ya un símbolo al que esta vinculación le deja en la posición delicada de quien solo puede defenderse diciendo la verdad (es dinero, son negocios), y ni siquiera eso puede hacer. Justo el fin de semana en que Toni Kroos salió abucheado de una competición vendida a la dictadura, Rubiales y Piqué mediante, por no prestarse a la farsa que todo el mundo sabe que lo es y calla envolviendo billetes: que Arabia Saudí tiene tanto dinero que puede comprar casi todo, también lo que más queremos. Un país (un régimen) en el que ha aterrizado un tenista que siempre hizo alarde de su aversión a los extremos, y ha terminado publicitando el peor de todos.

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