Sídney es agua, es bahía, es arquitectura, es ópera, es Utzon. Una vez deshecho el equipaje y tras una ducha reparadora nos dirigimos desde Chinatown, donde se emplazaba nuestro hotel -una joya clásica art deco, The Great Southern Hotel-, hasta Campbells Cove caminando por George St. Una agradable caminata, aunque algo larga para ser la primera, e imbuirnos en el espíritu de la ciudad australiana por antonomasia. Fuimos descubriendo esa parte de la ciudad mientras nos encaminábamos hacia el norte en busca de la famosa bahía.
Y allí llegamos para encontrarnos con el skyline tantas veces añorado (¿será posible echar de menos algo que no se conoce todavía?). Dimos un paseo por la costa, sacamos fotos, disfrutamos del aire del mar, de sus luces y de su ambiente hasta que ya, rendidos tras el viaje, optamos por volver al hotel para meternos en la cama, que ya era hora.
Pertrechados de guías, planos y, por supuesto, de una nueva tarjeta SIM australiana para poder utilizar el GPS del móvil. Parece mentira lo rápido que ha ido todo en estos últimos años, nadie recuerda ya cómo viajábamos antes, sin teléfonos ni, por supuesto, GPS.
Recorrer en coche los Parques Nacionales en Estados Unidos, por poner un ejemplo, se hacía con el consiguiente atlas de carretera, un poco de paciencia y siempre ojo avizor. En nuestro anterior viaje a Nueva Zelanda, catorce años atrás, siendo en esta ocasión cuatro personas repartidas en dos autocaravanas, compramos sendos walky-talkies con los que compartir información de cruces, salidas a tomar, etc. La experiencia fue fantástica y sobrevivimos sin problema alguno ni GPS. Pero claro, antes se lavaba a mano y ahora ¡qué necesidad! El Google-Map del móvil es la piedra filosofal del viajero.
Si bien en Australia no teníamos reservado ni autocaravana ni coche, las excursiones y paseos los hicimos a pie, en tranvía o en barco. El móvil lo usábamos para orientarnos en la ciudad, para buscar lugares donde comer. ¡Ay la herencia gastronómica anglosajona en Australia y benditos restaurantes asiáticos!
Dormidos, duchados y desayunados, comenzaba nuestra estancia en la ciudad, comenzando por hacernos con tarjetas del tranvía para poder desplazarnos con algo más de comodidad.
Desde Canarias habíamos comprado entradas para el musical "Miss Saigon" en la Ópera, teníamos vista una excursión a las Blue Mountains que estaba pendiente de la climatología y que finalmente hicimos también así como "Beauty end the Beast", en el Capitol Theatre, muy cerca del hotel y que vimos por casualidad paseando. Este teatro es, con toda probabilidad, el más kitsch que hemos visitado nunca. El musical estuvo bien, más ameno que el otro.
Los primeros días nos dedicamos a pasear por la ciudad, conocer sus plazas y jardines, subir al mirador de la torre y comprar un par de cosas -había olvidado traer calcetines en casa y ya habían aparecido las primeras llagas de tanto caminar. La visita nocturna a la Ópera estaba prevista para el día de mi cumpleaños y después volvimos a hacer otra al edificio, esta vez guiada, donde pudimos visitarlo todo, incluida la sala de conciertos que es grandiosa; durante el musical sólo habíamos podido acceder al hall y a la sala de ópera Joan Sutherland.
La visita al edificio merece, cómo no, una crónica monotemática que será la siguiente.
Dejo ya de escribir porque una imagen, salvo en casos contados, vale más que mil palabras (ahora, qué bonitas esas palabras cuando se trata de esas excepciones, y si no basten las descripciones de Oscar Wilde en "El retrato de Dorian Gray" o las de Eco en "El nombre de la rosa".
Vale, sí, me callo.
¡Ay, las Blue Mountains! Tengo la sensación de que moriré sin haberlas visto, pero... ¡cómo me gustaría visitarlas, o al menos avistarlas, antes de estirar la pata!
ResponderEliminarPues ya sabes, todo es proponérselo. A pesar de lo lejos que está Australia, vale la pena el viaje. Gracias por escribirme.
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