jueves, 1 de septiembre de 2022

EDITORIAL EN EL PAÍS

Monumento a los Padres de la Reunificación, Berlín.

Otra Rusia es posible
La disolución de la Unión Soviética bajo el liderazgo de Gorbachov cambió el sentido de la historia contemporánea.
EL PAÍS. 01.09.2022
https://elpais.com/opinion/2022-09-01/otra-rusia-es-posible.html

Con la muerte queda fijada definitivamente la trayectoria del personaje político. Hace ya 30 años que Mijaíl Gorbachov perdió el poder y cerró su trayectoria como gobernante, al disolverse la Unión Soviética, el Estado que presidía. Pero su desaparición a los 91 años, tras una larga enfermedad, ha fijado en el trasluz del contraste con Vladímir Putin el verdadero valor de su vida política, sus decisiones, su coraje y, sobre todo, su decencia de gobernante, que acabó prefiriendo la libertad de sus conciudadanos al empleo de la fuerza para mantenerlos bajo un sistema comunista esclerótico y ya irreformable.

El balance es histórico. Durante los breves pero intensos siete años de su liderazgo, emprendió el desarme nuclear, sacó a las tropas de Afganistán, permitió la emigración en masa de ciudadanos judíos a Israel, liberó a los disidentes y empezó lo que más popularmente se asocia con su mandato: las reformas políticas y económicas de la perestroika sin demasiada fortuna y la libertad de la glasnost, la transparencia que irrumpió en la opacidad del régimen soviético. Rompió con la doctrina Bréznev de la soberanía limitada, de forma que se abrieron transiciones democráticas en regímenes comunistas como los de Polonia, Hungría o la República Democrática Alemana. Dio luz verde a la unificación alemana dentro de la Alianza Atlántica, disolvió el Pacto de Varsovia, la alianza militar enfrentada a la OTAN, y el Comecon, el falso mercado común socialista. Con él acabó la Guerra Fría, cayeron el Muro y el telón de acero y Europa recuperó su unidad.

La admiración y el agradecimiento que su figura suscita, y especialmente en los países de Europa central y oriental de la antigua órbita soviética, es directamente proporcional a la denigración que levanta todavía entre los dirigentes de la Rusia actual y otros regímenes hostiles a la democracia y al pluralismo. Unos no le perdonan la desaparición de la Unión Soviética y del bloque de las dictaduras socialistas, esgrimiendo su función de amenaza histórica necesaria para contener los desmanes del capitalismo (y despreciando a la vez el altísimo precio que pagaron quienes padecieron sus regímenes totalitarios durante 70 años). Otros, desde el conservadurismo nacionalista e imperial ruso, no le perdonan la reducción del territorio imperial y la pérdida del estatus de Rusia como superpotencia. No es extraño que su muerte haya provocado reacciones rayanas en la hostilidad, entre las que destaca la frialdad del Kremlin.

Pero no se trata únicamente de su dimensión internacional. Con Gorbachov se inauguran tres décadas de multilateralismo, de paz y cooperación internacional y de desarme, mientras que Putin es el hombre del unilateralismo, la guerra, la polarización y el rearme. Si el primero representa el sueño de un mundo pacífico y estable gobernado por las leyes internacionales, el segundo significa la cuña de la violencia y de la guerra como instrumentos de inestabilidad con los que los más fuertes podrán imponer su ley sobre todos. Peor es todavía el contraste interior, entre una Rusia esperanzada que ensanchaba los aires de libertad, y la Rusia deprimida por la guerra contra un país hermano y por una economía sacudida por el esfuerzo bélico, las sanciones y la corrupción de una oligarquía mafiosa.

Habrá que esperar todavía a que se asiente el polvo de las batallas para que el balance de Gorbachov adquiera toda su dimensión en la propia Rusia. Pero es sólido e indiscutible su legado de libertad y de respeto, como lo ha sido hasta el último momento su actitud esperanzada ante el futuro y la juventud que debe protagonizarlo.

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