miércoles, 18 de mayo de 2022

ANIMALES NOCTURNOS

 

6º día con COVD y aquí sigo, a pesar de los pesares. Entre analgésicos, naranjas y limones, como ahora mismo que me beso una limonada tirando a muy ácida, paso los días en casa emulando el pasado confinamiento, teletrabajando en la medida que el insistente dolor de cabeza me permite y arropado por familia y amigos, no no es lo mismo pero es igual.  Anoche, sin ir más lejos, me llaman para "darme ánimos": tú cuídate y si la tos sigue haz como yo, pide una radiografía de tórax y vete al neumólogo, no vaya a ser que te pase como a fulanito, que después del COVID siguió con tos y murió. Gracias, gracias, le contestaba repetidamente para que me dijera adiós de una p vez. Con estos amigos uno lo tiene todo.
Desayunado y escuchando música estoy ya trabajando con la lista del día y la jornada por delante. Ya miércoles, un día menos para hacerme el test a ver si mi cuerpo está a la altura y me recompensa con una única rayita y si te he visto no me acuerdo. Al menos sin tos y sin fiebre la vida se ve desde otra perspectiva.
Encerrado en casa uno tiene más tiempo para darle vueltas a la cabeza y yo estoy en el bucle de pensar en la gente que cogió el virus prevacunación, no se me va de la cabeza. Incluso he llegado a tener pesadillas sobre ello aunque sólo tengo ligeros retazos del sueño, mejor así.  Solos en las habitaciones, sin nadie que los pudiera visitar, consumiéndose y sin certeza alguna de curarse (o con la otra que no hace falta nombrar). 
Deambulando por la cocina, mal hábito éste, siempre, porque ya sabemos cómo termina (en esta ocasión fue un yogur natural) me saltó una frase de una película de hace pocos años donde la protagonista le decía a su amor de juventud algo como esto: uno siempre termina pareciéndose a su madre. 
¿A qué viene esto?
Muy fácil, se trataba de la pequeña bolsa sobre el poyo con algo de basura dentro: un par de naranjas exprimidas, sobres de sacarina y servilletas de papel.
La historia. Mi abuela, con la que viví muchos años al terminar la carrera, tenía la costumbre de colocar una pequeña bolsa de basura sobre la encimera y depositar en ella los desperdicios para vaciarla después. No recuerdo que dentro de la cocina hubiera nunca un cubo de basura al uso. Mi madre hace lo mismo y yo he seguido por el mismo camino después de descubrir que mis añoradas Augusta y Octavia se entretuvieron una temporada con el cubo de basura -más bien con su suculento interior- por lo que pasó a estar fuera. Dentro quedó la pequeña bolsa de basura sobre la encimera.
Queda certificado, todos acabamos pareciéndonos a nuestras madres.
Marvin Gaye & Tammi Terrel,
*Ain't no mountain high enough.

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