jueves, 9 de diciembre de 2021

LA CAMA


Pocas cosas hay en este mundo que me gusten menos que cambiarle el forro al edredón. Parece una tontería, lo sé, pero me resulta sumamente difícil. Y no debo ser el único lerdo al respecto porque hasta en Youtube encuentras tutoriales para aprender a hacerlo. Así, todo lavado, secado y perfumado, me dispuse ayer a cambiar las sábanas y por ende el forro del edredón; acabé sudando pero victorioso. Una vez concienciada la humanidad sobre la necesidad de cuidar el planeta, las dos próximas metas deberán ser reducir la burocracia y encontrar un método fácil para mi problema con el edredón.
Claro que igual es el edredón el que se venga de mi con sus artimañas -la más recurrente es esconder sus esquinas cuando estás en la lucha cambiadora-, ya que cuando duermo me temo que bien, bien, no lo trato. Esto me hace recordar mi época de estudiante, en particular la primera noche que me quedé a dormir en casa de mi amiga ML, compañera de fatigas durante la carrera y amiga. Debía estar tan cansado que, al acostarme, me quedé frito en un tris y, al levantarme, la cama estaba como si nadie se hubiera metido en ella. Tanto fue así que la madre dudaba que realmente hubiera dormido esa noche. Esta mañana, al despertarme, descubro el edredón completamente revuelto, el lado de arriba en un lado, una esquina en medio, la almohada en el suelo. Con los años me debo pelear con algún contrincante imaginario mientras sueño, visto el resultado.
¿Cómo no me va a odiar mi edredón?
*Brahms lullaby.

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