Mi despacho, como tantos, tiene ese orden desordenado donde pudiera decirse que todo está colocado en su sitio, pero que de vez en cuando pide su pequeña catarsis, como así ha sido esta mañana. La mesa, en forma de "L", paralela a la luz o a la oscuridad, según la hora, requería urgentemente despejarse; ¿no les pasa que la mesa de trabajo nunca es suficientemente grande e indefectiblemente acaba repleta siempre? Dicho y hecho, mesa reordenada, parte del papeleo a la basura, material de oficina en su esquina, el termo de café en la suya y la música de Chopin amenizando esta madrugada.
Esta manía de leer varios libros al mismo tiempo, como si no hubiera un mañana (♪so many books, so little time ♫), me deparaba algunas sorpresas insospechadas: un libro de cuentos de Unamuno, "El espejo de la muerte", bajo un archivador olvidado, uno de esos que llevo conmigo para leer en soledad en mis ratitos del cortado en el bar, de espera y desespero en cualquier cola o en la sala de espera del aeropuerto, y que acabo traspapelando muchas veces.
Leyendo a Unamuno o a cualquier otro, me pregunto muchas veces por qué no tengo la capacidad de enfrentarme al discutidor con esa suerte de parresía donde todo fluye tal y como lo haría un personaje de novela o de una película noir francesa. Pero claro, la realidad le da a uno dos bofetadas y se queda tan fresca. Las palabras salen, sí, pero no son ni de lejos las que debieron ser, esas que dejan al otro indefenso, mudo, con esa cara de póker -al otro- y una ligerísima sonrisa con sorna -a uno-.
Justo hace un par de días tuve una conversación nocturna, una de esas de tipo profundo, donde me decían que debería hacer y decir esto o aquello, que estaban acabando conmigo y bla bla bla. Tenía toda la razón, lo sé, pero desgraciadamente no todo es blanco o negro, casi siempre la gama de grises es tan amplia que no llegan a verse los demás colores. No supe qué decir, me quedé en blanco; tanto libro, tanto cine y nada, ni Heathcliff, ni Ismael, ni Swann, ni Leopold Bloom, ni siquiera Holden Caulfield. Nadie acudió en mi ayuda y créanme que los llamé. Esto es lo que hay.
¡Feliz jueves con sabor a viernes!
♫
Frederic Chopin, *Nocturno Nº2, Op.9
Laboriosa y soporífera labor de organización del espacio de trabajo, yo llevo más de un mes en el de mi casa.
ResponderEliminarReflexión profunda sobre lo que debo hacer. Yo, fundamentalmente soy un buen escuchador, pero no doy consejos. Si me los piden, proncuro reflexionar, sólo eso. Cuando tengo que decir algo, lo expreso claro y contundente, lo siento, dejo fluir las palabras y, desde luego, no me dejo avasallar. Defiendo fehacientemente lo que pienso, argumentado. Procuro ser yo, sin caretas ni maquillaje.
Un abrazo fuerte amigo.
Salud y cuídate.
Mucha gracias por tus palabras, es un placer leerte.
ResponderEliminar