sábado, 5 de octubre de 2019

LA ÚLTIMA FRONTERA: ALASKA



Mi intención era sentarme a escribir sin antes haber comprobado los correos electrónicos pendientes de leer, ni mucho menos preocuparme por el trabajo aparcado durante las cortas vacaciones, pero fue imposible; el ordenador, que por esas cosas que nadie entiende, al encenderlo decidió también que debía abrirse automáticamente el programa de gestión de correo, así que una cosa llegó a la otra. Un poco de realidad como un jarro de agua fría para ayudar a sobrellevar este jet lag que tanto me afecta. Me encanta viajar, pero cada vez me gustan menos los aviones, las esperas en los aeropuertos, los vuelos largos... se ha perdido completamente el glamour que tuvo viajar, claro que el que sea ahora tan asequible "tiene que pagarse" de alguna manera.
 
Hemos estado en Alaska, sí, lejos, frío (bueno, no demasiado, aún), de abrumadora naturaleza, y lejos, mucho, ¿ya lo había dicho? 6 vuelos para llegar y 5 de vuelta (Tenerife, Gran Canaria, Madrid, Frankfurd, Seattle, Anchorage, Denver, Washington...), demasiados aviones, demasiadas escalas, demasiado tiempo sentado, demasiado dolor de cuello y posturas absurdas. Todo sea, finalmente, por lograr unos días de desconexión, sin móvil, sin trabajo, sin presiones. Es éste el precio que hay que pagar para conocer sitios tan lejanos. Y estoy convencido de que, si no fuera porque la memoria es mala y uno se olvida de las horas de avión, nos conformaríamos con salir al restaurante de la esquina.
Pues bien, a la ida lo peor fue el vuelo de Frankfur hasta Seattle y a la vuelta, sin duda -y no por ser el más largo precisamente- el vuelo a Gran Canaria desde Madrid: un avión repleto, incomodísimo, en el lado del sol, con todas las cortinillas cerradas y un coro de cotorras que no pararon de hablar durante las 2:30h que duró el suplicio; claro que estábamos ya rendidos del palizón desde Anchorage y eso se notaba.
Llegar a Tenerife fue surrealista, apagón general en toda la isla durante 9 horas, de hecho volvió la luz a mi casa y yo estaba completamente dormido, pues sólo pude aguantar con los ojos abiertos hasta las 8 de la tarde. Ahora, cuando escribo, han pasado ya unos días desde que volví y creo que aún no me he recuperado del todo del jet lag. Ya reincorporado al trabajo, al estrés diario, a las reuniones y la falta de sueño. 
Pero volvamos al viaje.
Hablar de Alaska es hablar de naturaleza, de belleza, de animales, de poca civilización, de carreteras inexistentes, de largas distancias, de hidroaviones, de nieve. Un estado donde para moverte de una ciudad a otra, salvo en las zonas más pobladas, tienes que utilizar el barco o el avión porque no hay carreteras, donde los paisajes son impresionantes, donde encuentras agua allá donde mires y, cuando menos te lo esperas, puedes cruzarte con una familia de patos cruzando la calle, o un alce mirándote con cara de buenazo o carteles anunciando el peligro de osos cercanos, en fin, de todo.


Cuenta con la montaña más alta de Estados Unidos, el monte Denali, antes conocido como monte McKinley que, a pesar de no sobrepasar los 6.190m, el desnivel desde su base es tan grande (4.000m) que parece ser un monte difícil para la escalada (nota de la Wikipedia: el monte Denali tiene una prominencia superior a la del Everest. Pese a que el techo del mundo es 2700 metros más alto, el hecho de tener la base en la meseta del Tíbet (a una altura de 5200 metros) hace que su prominencia real sea solo de 3700 metros. La base del Denali está situada en una meseta de unos 600 metros de altitud, convirtiéndose así en una "pared" de 5500 metros). La imprescindible excursión al Denali National Park, aunque algo alejado de Anchorage (fueron aproximadamente 5 horas ida y 5 vuelta, más las que pasamos en el Parque). El espacio  es inmenso, inabarcable con la vista y mucho menos con la fotografía. Ya sólo el paseo desde Anchorage hasta el Parque vale la pena, los paisajes son espectaculares, da igual donde pares el coche a admirarlos. Esto sumado a que, estando en otoño, los colores cambian y la variedad cromática es muy llamativa: verdes y ocres saturados. Lástima que el cielo no ayudase muso porque el gris fue constante. 









Otras dos excursiones fueron a Seward y a Wittier, ambas en la costa. Otro paseo teniendo el mar durante prácticamente todo el recorrido. Puertos, fiordos, glaciares, nutrias, orcas, focas, águilas y un segundo día espectacular con un cielo sin nubes y una temperatura más que agradable durante la travesía.














Éste ha sido el primer viaje donde, haciendo de copiloto, no utilicé un Road Atlas, no fue necesario. Conducir con el GPS del móvil es tan sencillo que no tuvimos el menor problema, incluso en un par de ocasiones donde nos encontramos con carreteras cortadas en medio de la nada. Es tan fácil que te muerte el camino a un restaurante escogido como llegar al quinto pino. Fue una elección magnífica el comprar una tarjeta prepago para utilizar la red americana de teléfono móvil y no arruinarse con el roaming. Esta tarjeta nos permitió utilizar también Spotify durante nuestros largos paseos en coche, escuchando todo tipo de música para mi desconocida. Para muestra un botón.


Vanexxa, *La más rica del cementerio.

Me han preguntado muchas veces el porqué de escoger un destino tan lejano, incluso me llegaron a decir "habiendo fiordos y glaciares más cerca",  y la verdad no tengo una repuesta concreta, o sí pero sería políticamente incorrecta decirla. Yo siempre repito que me siento muy afortunado por poder viajar y tener la capacidad de asombrarme con las bellezas del planeta, ya sea encontrándolas en mis islas, en la Península, en Europa o más lejos. He tenido la oportunidad de vivir en África, de recorrer gran parte del continente norteamericano, de estar en las antípodas. Disfruto con otras culturas, otras costumbres, otros idiomas, otra forma de entender la vida. Y disfruto, sobre todo, teniendo la posibilidad de ver animales en su entorno. Si ya comenté el trastorno que suponen tantas horas de avión, lo maravilloso de viajar no es precisamente esto -que se olvida rápido- sino la propia experiencia y el bagaje que adquirimos.

 es una ciudad más bonita de lejos que de cerca, más grande de lo que auno le parece a primera vista y con un centro fácil de recorrer. Nuestro primer acercamiento fue a pie, bajo la lluvia y terminamos resguardados un buen tiempo dentro de un centro comercial. Luego, una vez tuvimos el coche, fue más fácil movernos por ella, GPS en ristre, disfrutando de sus parques y bosques. Llama la atención la cantidad de hidroaviones que hay, ríos con salmones y por ende con osos, alces, aves. Nos encontramos en uno de los parques con un elemento colocado para que los ciclistas puedan arreglar su bicicleta en caso de necesidad (inflador y herramientas a disposición de ellos) , carteles anunciando osos cerca en época de desove de salmones, una pista de kockey sobre hielo en medio de un centro comercial o sillones en un cine más grandes que los de mi casa, por contar algunos ejemplos.









 


Nuestra última excursión la hicimos al ALASKA WILDLIFE CONSERVATION CENTER, un lugar donde se recuperan animales que han tenido algún problema antes de devolverlos a su entorno. Como no es un zoo uno tiene la oportunidad de verlos en su entorno natural (en la medida de lo posible). Fue emocionante ver a un oso gigante (brown/ grizzly bear)a unos metros, aunque estuviera completamente dormido sobre un tronco, o a un black bear deambulando o subido a un árbol, bisontes de dos tipos, puercoespines, cuervos enormes, varios tipos de ciervos, lobos y hasta renos. Fue esta una excursión que disfrutamos mucho después de quedarnos desconsolados al no poder acceder a las instalaciones del Alaska Native Heritage Center, cerradas por estar ya en temporada invernal.




Ya, en el aeropuerto de Anchorage, esperando nuestro vuelo a Denver, primera escala de retorno, me alegra encontrarme para despedirme con un stand ofreciendo lectura a los viajero, una excelente fórmula de fomentar leer en el avión.

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