Cartel que animaba a los franceses unirse a las SS alemanas,
en el año 1943. GETTY IMAGES
Redención o caída
Los redentores de Europa conforman una larga estirpe de
gente peligrosa.
Los redentores de Europa conforman una larga estirpe de
gente peligrosa. De Europa en conjunto o de sus porciones, da igual. Los
redentores son a veces muy tontos y a veces muy inteligentes, también da igual.
Siempre invocan valores, culturas, tradiciones supuestamente vitales.
Examinemos, por ejemplo, el caso de Martin Heidegger (1889-1976), un filósofo
alemán que marcó el siglo XX. En 1927, antes de cumplir 40 años, publicó Ser y tiempo, una obra de extraordinaria
influencia. Fue sin duda un hombre inteligente. En 1931 escribió esto en una
carta privada: “[Adolf Hitler] tiene un instinto político seguro y remarcable,
y lo tuvo incluso cuando los demás estábamos en la niebla, es imposible
negarlo. El movimiento Nacional Socialista pronto ganará una fuerza
completamente diferente. No se trata de la mera política partidista, se trata
de la redención o caída de Europa y la civilización occidental. Cualquiera que
no lo entienda merece ser aplastado por el caos”.
Vale, Heidegger era nazi. Ya lo sabíamos.
Lo interesante es su percepción de que Europa y la civilización occidental se
enfrentaban a una alternativa trágica, la redención o la caída, y la fórmula
que le parecía más útil para redimirla: el nazismo. En general, los
catastrofistas tienden a proponer soluciones catastróficas. Claramente, en los
años 30 del siglo pasado, Europa se enfrentaba a una gravísima crisis. Los
viejos imperios habían caído en una orgía de sangre (1914-1918), se asentaba en
Rusia un totalitarismo expansivo y la devastadora crisis económica parecía
eterna. Resulta normal el ansia por algo nuevo. Lo anormal es la apuesta, que
tantos hicieron, por un demente como Adolf Hitler y su pandilla de asesinos
carismáticos.
La lectura del libro Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger, provoca una cierta
desazón. Eilenberger aborda la década de 1919 a 1929, en la que, bajo los
efectos del horror bélico, varios filósofos centroeuropeos quisieron hacer una
revolución y cambiar de forma radical los sistemas de pensamiento. La obra se
centra en cuatro de ellos: el mencionado Heidegger, Ludwig Wittgenstein, Walter
Benjamin y Ernst Cassirer. Dejando de lado las cuestiones metafísicas o
hermenéuticas, lo destacable es que los cuatro eran personas completamente
traumatizadas por la matanza (Wittgenstein la había visto desde muy cerca en el
frente) e inspiradas por un sentimiento apocalíptico. Se sentían cerca del fin
del mundo. De alguna forma, lo estaban: lo que ocurrió a partir de 1939 dejó
pequeños todos los terrores anteriores. Intelectualmente, somos hijos y nietos
de esa gente asustada.
Vivimos en un mundo muy distinto a aquel. Y, sin embargo,
sigue resonando lo de “la redención o caída de Europa y la civilización
occidental”. Mantienen su valor en el comercio político los dos conceptos en
que Heidegger se refugió tras la caída del nazismo, “patria” y “tradición”. Sin
que exista ninguna amenaza realmente existencial, el miedo se vende bien:
escuchando ciertos discursos, uno acaba creyendo que el mundo se va al garete.
Aunque su fuerza sea mucho menor de lo que trata de aparentar, la ultraderecha
resurge por todas partes, desde Le Pen a Puigdemont, desde Abascal a los brexiteers.
Los redentores proliferan. Conviene recordar eso que decíamos antes: quien
formula diagnósticos catastrofistas tiende a proponer soluciones catastróficas.
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