Georgiana Houghton, a la izquierda, y Hilda Af Klint, a la
derecha.
¿Y si el arte abstracto lo inventaron dos mujeres espiritistas?
Una de ellas era canaria, la otra, sueca. Sus dibujos,
explicaron, nacían de los espíritus que tomaban el control de su mano, y esos
lienzos representan las primeras abstractas que se conocen, anteriores incluso
a Kandinsky.
https://elpais.com/elpais/2019/02/21/icon_design/1550773512_890158.html
El 20 de julio de 1861, durante una sesión de espiritismo,
la artista Georgiana
Houghton (1814-1884) pidió a los espectros un favor: que su hermana
Zilla, una consumada dibujante fallecida años atrás, la empleara como médium
para crear obras artísticas. Los espíritus respondieron negativamente.
Imposible. Houghton pasó a la segunda opción, su hermano Cecil. Tampoco hubo
éxito.
Entonces llegó, por fin, la ayuda esperada. Se llamaba Henry
Lenny y era el espíritu de un pintor que en vida había sido ciego y sordo.
"Inmediatamente tomó el control de mi mano, que estaba quieta sobre el
tablero espiritista, y trazó varias curvas y líneas", escribiría Houghton
años más tarde en sus memorias. "Después sentí el impulso de sustituir el
lápiz negro por uno azul, con el que dibujó sobre el mismo trozo de papel. Y se
me concedió el permiso para hacer lo mismo cada tarde, con el objetivo de
dibujar".
'La flor de Samuel Warrand' (19 de agosto de 1862), de Gerogiana Houghton. Acuarela sobre papel.
Durante la década siguiente, Houghton dibujó
incansablemente. Sus obras, expuestas inicialmente en los círculos espiritistas
y olvidadas durante más de un siglo después, cuelgan ahora en los muros del
prestigioso museo muniqués Lenbachhaus como parte de la exposición Weltempfänger
(Receptoras del mundo), que se puede visitar hasta el próximo 10 de
marzo.
En la muestra, esta artista victoriana comparte protagonismo
con un tótem del arte contemporáneo (la suiza Emma Kunz) y con la
sueca Hilma af Klint. Es precisamente con esta última con quien mantiene
un peculiar vínculo: tanto Houghton como Af Klint realizaron obras claramente
abstractas antes de tiempo. En concreto, ambas llegaron a la abstracción
antes de 1912, una fecha subrayada en color rojo en la historia del arte y que
marca la publicación de Sobre lo espiritual en el arte, el ensayo en el
que Kandinsky sentó los principios del arte abstracto.
'El ojo de Dios' (5 de julio de 1864). Georgiana Houghton.
Cuando este influyente ensayo salió a la luz, Houghton había
fallecido 30 años atrás. Sus obras, durante décadas, eran conocidas
parcialmente, pero como una rareza: de hecho, la mayoría de obras que se le
atribuyen pertenecen hoy a la Unión
Espiritista Victoriana de Melbourne (Australia).
Lo que se sabe de la biografía de esta mujer es lo que ella
misma contó en sus escritos: nació en Las Palmas de Gran Canaria, donde su
padre comerciaba con vinos, vivió prácticamente toda su vida en el Londres
victoriano, recibió algún tipo de educación artística, nunca se casó y se
inició en el espiritismo hacia 1860. Para ello, empleó métodos como las mesas
giratorias o el tablero. Era una médium y como tal pintaba. "Para hacer
comprensible esta exposición, debo explicar que durante la ejecución de
los dibujos mi mano fue enteramente guiada por espíritus. No tenía ni idea de
lo que iba a producirse. Ni siquiera sabía, cuando las pinceladas comenzaban,
si mi mano iría hacia arriba o hacia abajo", explicó en el catálogo de su
primera muestra, en 1871.
Houghton solía pintar los domingos por la tarde, porque
creía que era el día de la semana en que había menos espíritus malignos al
acecho. Sus primeras obras recreaban formas vagamente orgánicas, pero cuando
empezó a utilizar la acuarela sus trazos se volvieron totalmente abstractos.
Era una artista consciente del valor espiritual de su obra: al dorso de cada
papel apuntaba la fecha, el título, la interpretación que le daba, y también el
nombre de los espíritus que la habían guiado durante la ejecución. Algunos eran
misteriosos personajes anónimos, pero otros tenían un indudable caché: Tiziano,
Correggio, personajes bíblicos e incluso 70 arcángeles.
Aunque tenía un cierto prestigio en los círculos
espiritistas, su trayectoria artística no corrió igual suerte: en la exposición
que organizó (y sufragó) en una galería londinense en 1871 vendió uno solo de
los 155 dibujos incluidos. Sus posteriores tentativas no obtuvieron mejores resultados.
Tampoco sus obras suscitaron un debate en torno a la
abstracción, porque ni siquiera ella veía nada particular en su ausencia de
motivos figurativos: "Dado que su arte no estaba vinculado al mundo
terrenal, no tenía por qué pintar objetos banales", escribe la comisaria
Karin Althaus en el estudio preliminar del catálogo de Lenbachhaus. "Las
formas abstractas eran perfectamente adecuadas para los mensajes trascendentes
que recibía. Para ella, los dibujos mediúmnicosno eran solo objetos
bonitos. Eran sermones llenos de simbolismo sagrado, llenos de mensajes
espirituales complejos".
El compromiso de Houghton, por tanto, no era con el arte,
sino con el espiritismo. "Son obras que no se pueden criticar desde
ninguno de los cánones artísticos aceptados", llegó a escribir. Y, en su
búsqueda, se adentró en terrenos algo más pantanosos. En 1872, cuando su
trayectoria pictórica estaba ya encauzada, comenzó a colaborar con
Frederick Hudson, un personaje excéntrico que parece haber salido de la
imaginación de un novelista gótico. Hudson había adquirido cierta fama
como fotógrafo de espíritus: los clientes acudían a su estudio, posaban
ante la cámara y, para su sorpresa, la imagen resultante los mostraba rodeados
de presencias espectrales. Houghton, que desconocía los rudimentos de la
técnica fotográfica —en aquella época, todo un misterio—, creía en la
honestidad de Hudson incluso cuando se demostró que sus fotografías de
ultratumba no eran más que trucos generados mediante la utilización de la
doble exposición de placas.
La clave de todas las obras hasta la fecha' (1907). De la serie 'The Large Figure Paintings'. Óleo sobre lienzo. Hilda Af Klint.
Cuando Houghton falleció, en 1884, lo hizo sin sospechar que
más de un siglo después sus obras suscitarían preguntas diferentes. Ni que, en
aquella época, daba sus primeros pasos otra mujer enigmática y a
contracorriente cuyas obras, ahora, cuelgan junto a las suyas en Lenbachhaus.
Relevo de espíritus
Nos referimos a Hilma af Klint (1862-1944). Tras
estudiar Bellas Artes en Estocolmo, comenzó en 1906 una intensa actividad
artística que no tenía parangón con nada de lo que estaba sucediendo en las
artes plásticas en aquella época. "La clave de la pintura abstracta de
Hilma af Klint es que hizo visible el mundo invisible", explica con motivo
de la exposición Johan af Klint, sobrino-nieto de la artista sueca y actual
director de la fundación que custodia un conjunto de 1.300 pinturas, 124
cuadernos y más de 26.000 apuntes y documentos. "Es decir, representó
físicamente, sobre un lienzo, ideas filosóficas complejas, conceptos
espirituales y experiencias religiosas. En esta tarea estuvo influida
principalmente por el Rosacrucismo, la Teosofía y el Cristianismo".
En su caso, el contacto con los espíritus procedía de
las sesiones que celebraba en Estocolmo junto a Los Cinco, un grupo
teosófico sueco al que pertenecía. Fue allí, durante una sesión en 1904,
donde un espíritu que se identificó como Ananda profetizó que Klint pintaría
imágenes astrales para representar aspectos inmortales de la humanidad. Hay una
cierta similitud en el modo en que Houghton y Af Klint describen su metodología
de trabajo. "Las obras se pintaron directamente a través de mí, sin
bocetos preliminares y con una gran fuerza. No tenía ni idea de lo que estas
imágenes representaban. Sin embargo, trabajaba rápidamente y con seguridad, sin
cambiar una sola pincelada", explicó en sus escritos.
Entre 1906 y 1908, siguiendo las instrucciones de los
espíritus Gregory, Georg, Clement, Amaliel, Esther y Ananda, Af Klint creó las
primeras 111 obras de un ciclo que llamó Pinturas para el Templo. Entre
1912 y 1915 siguió su tarea, pero esta vez a través de las visiones que experimentaba.
Si las obras de Houghton eran dibujos y acuarelas sobre
papel, las de Af Klint son monumentales pinturas de gran formato con
formas levemente botánicas y abiertamente geométricas. Requerían un inmenso
espacio para ser contempladas y, de hecho, en 1916 construyó, con el apoyo
financiero de sus amigos y seguidores, un estudio en una isla del lago Mälaren,
donde solía pasar sus vacaciones. Allí intentó exponerlas al público, pero la
escasa respuesta obtenida la llevó a plantear un escenario más ambicioso, un
templo espiral que nunca llegó a construirse. En 1932 indicó que sus obras no
debían exponerse hasta al menos 20 años después de su fallecimiento.
Sin título (1922), en la serie 'Viewing of Flowers and Trees' (vista de flores y árboles). Hilma Af Klint.
La exposición que ahora yuxtapone la obra de ambas artistas
tiene interés adicional porque precisamente Lenbachhaus custodia un
importantísimo conjunto de pinturas generadas en el seno de Der Blaue
Reiter, el grupo de expresionismo muniqués en cuyo marco Wassily Kandinsky
creó las obras que los historiadores consideraban como las primeras puramente
abstractas. Ese es, al menos, el relato mayoritario establecido a partir
de un diagrama en el que el fundador del MoMA, Alfred H. Barr Jr., ubicaba
el nacimiento del arte abstracto en 1910. Tanto Houghton como Af Klint
comenzaron a desarrollar obras abstractas antes de esas fechas, por lo que
podrían considerarse como pintoras abstractas antes de la abstracción.
Aunque los comisarios —Karin Althaus, Matthias Mühling
y Sebastian Schneider— sostienen que "lo interesante es el arte
abstracto, no la cuestión de quién pintó la primera obra del género", a
nadie se le escapa que exposiciones como esta sirven para reescribir —o,
si se quiere, perfilar mejor— el relato canónicamente aceptado acerca de
los orígenes del arte abstracto. Sobre todo porque dos de sus
protagonistas —la tercera es Emma Kunz, posterior a Kandinsky—pertenecen
a categorías tradicionalmente excluidas de buena parte de la genealogía del
arte moderno: mujeres, espiritistas y ajenas a los círculos del arte.
No es baladí, por tanto, insertar una perspectiva de género
en la cuestión: frente a un mundo del arte predominantemente masculino, los
círculos espiritistas y esotéricos aceptaban a muchas mujeres entre sus
integrantes y les proporcionaban un ámbito de libertad e independencia que no
era posible en otros ámbitos.
Otra discusión es si resulta legítimo hablar de
abstracción a propósito de la obra de dos mujeres que no empleaban dicho
término para definir su trabajo. Tanto Houghton como Af Klint (y, más
tarde, Emma Kunz) se consideraban "receptoras" y, por lo tanto, no enteramente
responsables de su obra. Pero también Kandinsky, al trazar la presencia de lo
espiritual en el arte, se hacía eco de las teorías teosóficas difundidas en su
época y hablaba de la "necesidad interior" para definir el impulso
pictórico.
El debate sobre la influencia del espiritismo, el ocultismo
y las corrientes esotéricas en el arte contemporáneo ha conquistado posiciones
teóricas desde 1986, cuando el comisario Maurice Tuchman abordó el tema
por primera vez en The Spiritual in Art: Abstract Painting 1890-1985 en
Los Angeles County Museum of Art. Hoy parece difícil llegar a un relato
unificado sobre el origen de la abtracción, pero, como recuerda Karin Althaus
en el catálogo de World receivers, "siempre se descubrirá un caso
anterior". Y, en cualquier caso, exposiciones como la que se puede visitar
en Lenbachhaus ponen sobre la mesa el legado de dos artistas enigmáticas que,
de un modo insólito y que hoy puede parecer azaroso, se adelantaron sin saberlo
a la gran revolución artística del siglo XX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario