Si hay que resumir este viaje a Nueva York se puede hacer utilizando una palabra: gente. Si bien era mi segunda vez en la ciudad durante estas fiestas, en absoluto recuerdo tanta gente, algo impresionante; tanta que había policías emplazados en los cruces del midtown dirigiendo el tráfico humano, tal cual. Cruzar se convirtió en una tarea ímproba, debiendo buscar el sentido del flujo de personas para poder atravesar la calle huyendo del centro. Así, como mucha paciencia, logramos llegar desde Central Park South, atravesando Rockefeller Center y parte de Times Square, a la boca del metro correspondiente para llegar al Soho donde teníamos reserva en un pequeño restaurante. Llegamos, cenamos y volvimos al hotel para terminar nuestra primera noche en la ciudad.
Ahí terminaba el periplo desde Cartagena, desde donde nos trasladamos a Madrid en autobús para tomar el vuelo al JFK la mañana siguiente. ¿Dónde se ha quedado el glamour de antaño de los viajes en avión? me lo pregunto recurrentemente; los espacios entre los asientos son cada vez más pequeños y comer en ellos nos convierte en tiranosaurios, imposible separar los brazos del cuerpo (y ya, si tienes la mala suerte de tener un pasajero enfrente que abata su respaldo ¡apaga y vámonos!). Lo único que agradezco es la pequeña pantalla de vídeo que hace más llevadero el tiempo perdido entre el despegue y el aterrizaje. Una vez llega uno a Nueva York y traspasa la aduana, labor poco agradable pero rápida en esta ocasión, se adentra en el paisaje urbano, en el olor típico de la ciudad y, sobre todo, en el ruido incesante. Nueva York es ruido y gente, gente y ruido.
Lo mejor de esta vez ha sido el tiempo, ¿quién iba a pensar que el primer día llegaríamos a 14° un 29 de diciembre. Sí, una media diaria entre 4° y 8°, y sólo un día de lluvia, precisamente el mismo 31. Este año teníamos previsto acudir a dos exposiciones, una ópera, cena con unos amigos con los que coincidíamos (un fantástico reencuentro), y un paseo al barrio de Dyker Heights en Brooklyn, además de darnos un salto a Coney Island, a Rooselvet Island y al WTC para ver la última calatravada allí, la estación de metro. Sólo es posible un poco de paz y de silencio en el centro mismo de Central Park.
¿Y qué hace uno en Nueva York? Pues caminar, todo el día. Una media de 20km diarios, desde por la mañana hasta por la noche, por la superficie, bajo tierra o hasta en teleférico. Llegar al hotel se convierte en un placer después de cada larguísimo paseo por la ciudad y más si se disfrutan desde el piso 26 de unas estupendas vistas del Central Park.
El centro estaba insoportablemente lleno, pero este hecho no quita su grandiosidad de la decoración navideña. Si la de Brooklyn se reducía a las casas y mansiones y a sus jardines, en Manhattan los edificios son los que se decoran con luces en movimiento, música y todo el despliegue que pueden hacer allá donde el gasto no parece ser un problema.
Nuestra intención, como así fue, era dar un paseo por el río, desde la W.59th hasta la W.34th, recorrer la High Line desde esta última calle hasta Gansevoort y acabar en el downtown visitando la nueva estación de Subway del WTC y frente a Century 21. Planeamos tomar el metro para hacer tiempo hasta las 17:30, hora en que se hacía de noche, para ver las casas iluminadas de Dyker Heighs, Brooklyn, después de recorrer -en una tarde lluviosa y desapacible, la costa de la ciudad, Coney Island.
Así, entre paseos interminables, ruido y gente terminamos nuestras vacaciones navideñas en Nueva York con la cabeza puesta en volver, pero esta próxima vez será en primavera o en otoño, fuera de época festiva.
Lo mejor de esta vez ha sido el tiempo, ¿quién iba a pensar que el primer día llegaríamos a 14° un 29 de diciembre. Sí, una media diaria entre 4° y 8°, y sólo un día de lluvia, precisamente el mismo 31. Este año teníamos previsto acudir a dos exposiciones, una ópera, cena con unos amigos con los que coincidíamos (un fantástico reencuentro), y un paseo al barrio de Dyker Heights en Brooklyn, además de darnos un salto a Coney Island, a Rooselvet Island y al WTC para ver la última calatravada allí, la estación de metro. Sólo es posible un poco de paz y de silencio en el centro mismo de Central Park.
¿Y qué hace uno en Nueva York? Pues caminar, todo el día. Una media de 20km diarios, desde por la mañana hasta por la noche, por la superficie, bajo tierra o hasta en teleférico. Llegar al hotel se convierte en un placer después de cada larguísimo paseo por la ciudad y más si se disfrutan desde el piso 26 de unas estupendas vistas del Central Park.
Exposiciones vistas en este viaje: “Hilma af Klint: Paintings for the Future”
en el Guggenheim y “Andy Warhol-From A to B and back again” en el Whitney. Al Guhhenhein es siempre un placer volver, el museo es una auténtica maravilla.
En otro de nuestros paseos, la mañana del 31, recorrimos parte del West side, por el Hudson, hasta llegar a la calle 34 desde donde accedimos al High Line. Como la mañana estaba fresca, pero no fría, y lucía el sol, estaba ¡cómo no! lleno de turistas y lugareños. Durante el paseo litoral pudimos ver cómo una pantalla gigante de FACEBOOK navegaba lentamente por el río, neoyorquinos haciendo jogging, amables policías (nos desearon happy new year! cuando cruzábamos) en los cruces; la ciudad se preparaba para la noche de fin de año y ya se veía pequeños grupos de personas dirigiéndose a Times Square, o al menos lo parecía.
Nuestra intención, como así fue, era dar un paseo por el río, desde la W.59th hasta la W.34th, recorrer la High Line desde esta última calle hasta Gansevoort y acabar en el downtown visitando la nueva estación de Subway del WTC y frente a Century 21. Planeamos tomar el metro para hacer tiempo hasta las 17:30, hora en que se hacía de noche, para ver las casas iluminadas de Dyker Heighs, Brooklyn, después de recorrer -en una tarde lluviosa y desapacible, la costa de la ciudad, Coney Island.
Esa noche de Fin de Año no llegamos muy tarde al hotel, avituallados con comida china comprada en Brooklyn, bastante floja por cierto, cogimos el metro de vuelta hasta bajarnos en Columbus Circle, calculo que sobre las 8 de la tarde, evitando las aglomeraciones posteriores al acercarse la media noche. A esa hora, a buen recaudo en la habitación, disfrutamos de los fuegos artificiales del Central Park que anunciaban el nuevo año. La imágenes en la televisión mostraban un Times Square completamente abarrotado y esperando la cuenta atrás para ver la bajada de la bola justo al dar las doce campanadas de fin de año.
Después de ambas exposiciones teníamos entradas para la ópera, Mozart esta vez, "La flauta mágica". Entradas para el MET, siempre un precioso sitio al que ir.
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