sábado, 8 de diciembre de 2018

JUNTO A BEETHOVEN


Escuchar música es como nadar. A ver, me explico. 
Nadar en una piscina, cincuenta metros hacia un lado, cincuenta hacia el otro, y así hasta que el cuerpo aguante o el frío te anime a meterte debajo de la ducha calentita. Nadar es la soledad absoluta, y quizá en ello esté la felicidad que puede llegar a producir. Los movimientos acompasados con la respiración, la cabeza sumergida y fuera del agua, los brazos en su movimiento perpetuo. Y se piensa, se piensa mucho, se piensa todo. La respiración y la cabeza van juntas  y las ideas -y las preocupaciones- fluyen a gran velocidad. Escucho un concierto en un auditorio, digamos Beethoven, luces apagadas, concentración absoluta en el escenario; la maravillosa música fluye a través de mis oídos, me transporta a momentos felices, pero igualmente me abre tanto la mente que la cabeza empieza a pensar y no para, he vuelto a la piscina, esta vez nadando junto a Beethoven. ¡Qué se le va a hacer!

Unos minutos antes de empezar...

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