De nuevo, el ridículo
No me imagino al jefe de prensa
de la Casa Real pasándole al Rey las estrofas raperas de Valtonyc con un parco:
“Mire lo que dice este tipo sobre su Majestad”.
https://elpais.com/cultura/2018/02/24/actualidad/1519485926_856650.html
La otra mañana temprano
esperábamos en cola a que abrieran las puertas del juzgado de la madrileña
calle de Pradillo. Sí, la cosa iba de bodas y nacimientos. Un tipo de un acento
latino indeterminado, nos avisaba a gritos, teatral e inagotable, de que la
mujer que se casara con una mujer o el hombre que se uniera a otro hombre
arderían para siempre en el infierno. Advertía de la ofensa a Dios que
constituían las relaciones prematrimoniales. En fin, que no eran horas.
Nosotros éramos pobres personas con sueño y respirando detrás de la bufanda.
Una joven bufó: “¡Cállate ya, pesssao!”. Pero lo verdaderamente reseñable del
momento es que el pueblo, como así suele ser, asistía a la homilía como quien
oye llover, resignado, tolerante. Intercambiábamos sonrisas, miradas cómplices,
ironía. De entre los que guardábamos cola habría parejas gays, heteros o
segundos matrimonios; sospecho que todos presentaban sus documentos en regla y
los deberes hechos en lo que a experimentación sexual se refiere. Pero ahí
estaba la esencia misma de la ciudad: se aprende a escuchar pero también a
desconectar si algo te incomoda, porque si bien hay que estar atento resulta
saludable practicar la introspección para refugiarse del prójimo.
En mi opinión, los ciudadanos de
la calle estamos dándoles una lección a nuestros Mr. Hyde, a los ciudadanos
internautas. En la calle tendemos a ignorar o a negociar; en la red, no pasamos
ni una. La calle nos inclina hacia la observación, la red a la reacción. Lo
pensaba esta semana a cuenta del castigo penal inaceptable que habrá de cumplir
el rapero Valtonyc, o el de Hasel o el de Shadid. Como estos nombres han
aparecido estos días reproducidos en múltiples enlaces parece que aquí todos
estábamos en la onda, que todos tarareábamos en la ducha o en Nochebuena las
letras de Valtonyc, o que al contrario cundía la indignación, pero yo confieso
que jamás hubieran llegado a mí sus contenidos si no hubiera sido porque el
Tribunal Supremo los ha puesto generosamente en circulación. Enhorabuena. No sé
si la Casa Real está al corriente de todo lo que se escribe sobre ellos,
imposible desde que nació Twitter, pero no me imagino al jefe de prensa
pasándole de buena mañana al Rey las estrofas raperas referidas a su persona
con un parco: “Mire lo que dice este tipo sobre su Majestad”. En realidad, el
público de estos músicos está limitado a un ambiente tan específico que una se
pregunta porqué ya puestos no se han tomado las mismas medidas con letras del
pop y del rock que gozan de un público masivo y que llevan animando décadas al
consumo de droga, de alcohol o a matar y morir por amor.
Defender su libertad de
expresarse está unido a mi libertad de ignorar algo que me desagrada por su
agresividad, que incluso me lleva a sentir compasión por el agraviado sea quien
fuese. Esto hay que dejarlo claro: las personas tenemos derecho a ofendernos,
no estamos obligados a poseer un humor ilimitado ni a aplaudir una estética que
nos es hostil, pero sí a señalar como aberrante este tipo de censura judicial
que no pudiendo borrar una obra de la circulación, procede a meter a su autor
entre rejas. Y de ahí a Fariña, el libro de Nacho Carretero: usted que no lo
había leído ha entrado raudo como tantos otros en Amazon y lo han agotado.
Ahora ya sabemos quién era el exalcalde de O Grove. A ver si va a ser una
retorcida manera de la Justicia para generar aficiones culturales. En cuanto a
Arco, sus organizadores no han querido esperar a que un juez secuestrara la
sección dedicada a los presos políticos de Santiago Sierra, ellos mismos han
hecho el trabajo sucio. Quién sabe si el comité directivo de Ifema decidió dar
el campanazo antes de la inauguración para dotar a la feria de la chispa de una
polémica, pero lo que han conseguido es que esta sea la edición de los cuadros
retirados de Sierra, que colgarán en el salón de un independentista de postín.
Está claro que en un ambiente de censura política sale ganando quien desafía
los límites, porque se valora el mensaje político por encima de cualquier otra
consideración: ¿de verdad pensaban que los visitantes de Arco, con lo modernos
que somos, no podíamos tolerar que un artista llamara presos políticos a Oriol
Junqueras o a los Jordis? Incluso si pensamos que son políticos presos, ¿nos
iba a dar un soponcio al ver alterado el orden de los factores? ¿O es el miedo
a las autoridades y no al público? Porque si algo caracteriza al visitante de
exposiciones es que ya no se asusta de nada: ha visto demasiado.
Al menos, cuando se diluyó el
escándalo de la exhibición de la Olympia de Manet en el Salón de París de 1865,
quedó ella, la Olympia, retando orgullosa al espectador, valiente, descarada,
carnal. Presiento que a nosotros lo único que nos quedará de todo esto será el
ridículo.
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