sábado, 9 de diciembre de 2017

CAPITAL

SALMO 137

Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. 
Sobre los sauces que están en medio de ella colgamos nuestras arpas; 
cuando nos pedían allí, los que nos cautivaron, las palabras de la canción, (colgadas nuestras arpas de alegría) diciendo : Cantadnos de las canciones de Sion. 
¿Cómo cantaremos canción del SEÑOR en tierra de extraños? 
Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, mi diestra sea olvidada. 
Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no ensalzare a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría. 
Acuérdate, oh SEÑOR, de los hijos de Edom en el día de Jerusalén; quienes decían: Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos. 
Hija de Babilonia destruida, dichoso el que te diere tu pago, que nos pagaste a nosotros. 
Dichoso el que tomará y estrellará tus niños a las piedras. 

Para muchos, si se le pregunta cual es la capital de Israel responden; Jerusalén, pero en verdad en la actualidad es Tel Aviv, si bien siempre fue Jerusalén. Ver artículo. La polémica está servida después de la decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como la capital del Estado de Israel. A nosotros, pobres mortales interesados en que se resuelva el conflicto, sólo nos resta esperar que las aguas vuelvan a su cauce y se retomen las conversaciones de paz que deriven, definitivamente, en la coexistencia de dos estados que convivan sin problemas. ¿Estado palestino? sí, ¿Estado de Israel? por supuesto. Pero, sobre todo, ¡PAZ!
No es fácil una discusión racional sobre Jerusalén
La ciudad es la cuna del monoteísmo y símbolo de tres grandes religiones.
https://elpais.com/internacional/2017/12/08/actualidad/1512763291_312132.html

Jerusalén no es una ciudad normal. Es la cuna del monoteísmo y la ciudad santa de tres grandes religiones. Frente al politeísmo relativista de la Antigüedad, el monoteísmo puede tender hacia el totalitarismo teológico: mi Dios es el Único Dios, y por lo tanto el tuyo no es Dios. No es fácil una discusión racional sobre estas cuestiones, ni tampoco sobre la ciudad que constituye su epicentro.
“Si te olvido, oh Jerusalén…”, como comienza un hermoso texto del Libro de los Salmos. Los sionistas, fundadores de un movimiento político moderno en el siglo XIX, no sentían un especial entusiasmo por las tradiciones religiosas judías, pero no dudaron en elegirla para dar el nombre de Sion a su proyecto. Los musulmanes situaron en la mezquita de Al Aqsa la ascensión de Mahoma al cielo, y sus dirigentes políticos han sido los primeros en reaccionar ante la decisión del presidente Trump de reconocerla como la capital de Israel y llevar allí la embajada estadounidense. Y no es casualidad que la Santa Sede lo haya hecho también enseguida, con una intervención del propio papa Francisco sobre el tema.
No, no es fácil una discusión racional sobre Jerusalén, porque muchos fieles de estas tres religiones no la miran con los ojos del cuerpo, sino con los del alma. Para ellos es un símbolo, y tocar ese símbolo significa tocar muchas más cosas de las que pueden reconducirse a una mera discusión política.
El papel de los políticos y de los diplomáticos es manejar estas situaciones complejas y buscar puntos de entendimiento. En el caso de Oriente Medio, los escasos logros obtenidos en esa tarea en los últimos setenta años —uno de los cuales fue la Conferencia de Paz de Madrid, por cierto— demuestran su especial dificultad. Oriente Medio ha sufrido ya demasiadas veces las consecuencias de decisiones unilaterales. Las guerras lanzadas por unos y por otros, las décadas de ocupación israelí, el recurso al terrorismo. Si la historia ha demostrado algo, es que esas decisiones generan aún más tensión, más venganzas, más ciclos de violencia. En Oriente Medio ninguna de las partes tiene la capacidad de derrotar totalmente a la otra. Están obligadas a vivir juntas, no pueden lograr —como muchos desearían, tanto entre los israelíes como entre los árabes— que la otra parte desaparezca, que de repente se esfume. Por eso, la única vía posible es el diálogo, las negociaciones, el cumplimiento de las resoluciones de las Naciones Unidas, tal como recogen estos días los comunicados de muchos gobiernos, empezando por el español.
Tratar de imponer soluciones unilaterales nunca es una buena idea. Porque el autor del Libro de los Salmos en realidad no tenía ningún motivo para preocuparse: nadie, nunca, en ningún lugar, va a olvidarse de Jerusalén.

Rafael Dezcallar es diplomático español. Estuvo destinado en Israel de 1989 a 1992 y es autor de Entre el desierto y el mar (Destino, 2013).

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