Después del periplo policial de
la noche anterior, de los Crimenstoppers y de caer rendidos en la cama
de un minúsculo dormitorio con moqueta hasta el techo, comenzamos nuestra
visita a la ciudad empezando por desayunar en una cafetería en la planta baja
del mismo edificio y un paseo por la zona portuaria a través de los antiguos
astilleros hasta llegar al edificio que alberga la exposición del Titanic. Éste, proyectado como si de varias proas de nave se tratara, se encuentra aislado,
de fácil acceso, y nos ofrecía la posibilidad de conocer todo sobre el Titanic,
esperando que la exposición no resultara un fraude como la aburrida fábrica de
cerveza Guinness que habíamos visitado el año anterior en Dublín.
Pero no, se
deja ver, hay cosas muy interesantes; nos encontramos con la recreación de los
camarotes de 3ª, 2ª y 1ª clase, vajillas, objetos variados, los menús de 1ª
clase y, quizá lo más impactante, grabaciones reales emitidas desde el barco en
el momento del naufragio. En parte del recorrido nos sentaron en una suerte de
cabina colgada, donde íbamos los cuatro, que se movía subiendo, bajando y
girando para mostrarnos imágenes y películas sobre la construcción del barco.
Terminamos dando una vuelta por la tienda de recuerdos y a otra cosa mariposa.
Vista la exposición tocaba
descubrir Belfast, de manera que caminamos hacia el centro de la ciudad
visitando la zona comercial, preguntando sobre la posibilidad de escuchar
música en vivo en algún pub por la noche, almorzando finalmente antes de volver
un rato al apartamento para ducharnos y descansar un rato. Fue en Belfast
cuando nos enteramos del terrible incendio que quemaba las cumbres de Gran
Canaria y que tardó muchos días en extinguirse, dejando incluso una mujer
muerta al tratar de preservar del fuego a sus animales. De allí a la calle de
nuevo para acudir a varios pubs y disfrutar de la estupenda música irlandesa.
La mañana siguiente llovía,
dejando la ciudad para volver al aeropuerto internacional a recoger el coche de
alquiler que nos llevaría a Dublín, final del viaje de la mitad del grupo,
recorriendo por el camino los dos lugares que nos quedaban por visitar: Giant's
Causeway y Galway. Una vez sentados en el coche contratado condujimos hacia
la primera de las visitas programadas, La Calzada de los Gigantes, una
impresionante formación geológica donde la belleza, las matemáticas y la
geometría se mezclan para ofrecer un espectáculo realmente sorprendente.
Lástima que mi elección de vestimenta no hubiera sido la más aconsejable, pues
esa mañana llevaba pantalones corto, camiseta, calzado deportivo sin calcetines
y un chubasquero tan fino que no tardé nada en estar calado de la cabeza a los
pies, debiendo llegar así hasta Galway una vez recorrimos completamente la
senda para disfrutar del espectáculo que nos ofrecía el lugar. Aún así, he de
reconocer que me resultó más espectacular la visita anterior a los Cliff of
Moher en Irlanda.
Y así, empapados y fríos,
recorrimos el largo camino, como si de un laberinto de calles y carreteras se
tratara -bendito gps-, llegamos a Galway algo tarde, hambrientos y con el
tiempo justo para ponernos ropa seca y salir a buscar un lugar para cenar, como
hicimos después de instalarnos.
Habíamos dejado atrás el Ulster y nos
encontrábamos en Irlanda, podíamos pagar en euros y ya todo resultaba más
cómodo, además de conocer Galway del año pasado. Un italiano abierto que nos
daba de cenar después de preguntar en varios restaurantes con la cocina cerrada
a las 10 de la noche (no me extraña que los turistas sean tan felices en
España), habíamos tenido suerte. Dimos buena cuenta de la cena y con corazón
contentos directamente a Quay's, al mismo lugar donde habíamos disfrutado de un
par de conciertos en el anterior viaje, repleto de gente y con un grupo que
cantaba rock sobre un pequeño balcón sobre el gran espacio central del
ecléctico y recargado pub, todo madera y cervezas. Puedo imaginar cómo sería
una noche en este pub antes de la prohibición de fumar en espacios cerrados.
Cerveza, música y happy people, Irlanda en estado puro.
Galway es una ciudad bonita, rodeada de amplias explanadas de césped donde
pasear y hacer deporte, ubicada en la desembocadura del río Corrib, con una
calle central peatonal y muy animada tanto de día como de noche. Durante
nuestro segundo día aquí paseamos sin rumbo hasta la hora de comer para partir
hacia Dublín, última etapa de nuestro viaje.
Ed Sheeran, *Galway Girl
Thin Lizzy, *The boys are back in town
The boys are back in town (vídeo) ¡volvemos a Dublín! Llegamos a la capital
sin contratiempo alguno, sin lluvia, a una hora estupenda para no tener que
correr antes de salir a cenar, donde nos esperaban nuestros amigos Kathleen y
Gerard, loe mejores anfritriones que uno puede tener, para abrirnos las puertas
de su casa y dejarnos instalarnos allí en la que iba a ser nuestra morada
durante los cuatro días siguientes. La casa, un pequeño tríplex adosado
localizado en el canal de Portobello, a sólo 20 minutos del centro, con
aparcamiento propio. 20 minutos, el tiempo que para Gerard se tarda en ir de A
a B, cualesquiera que sean estos lugares, de manera que a base de “20 minutos
en 20 minutos” recorrimos cada día Dublín terminando cada noche con la lengua
fuera.
Descubierta una aplicación en el
móvil pudimos comprobar la cantidad de pasos, y por tanto convertirlos en
distancia, que habíamos dado en los últimos días, en mi caso desde que empecé a
caminar en Madrid y como Forrest Gump no había dejado de hacerlo. La media
diaria rondaba los 12 o 13 kilómetros, increíble. Este año, también, coincidía
mi cumpleaños estando fuera de Tenerife, de nuevo en Irlanda, como otros años
lo fue en San Francisco, en Nairobi o en Madrid.
Escribía hace unos días a una
amiga sobre Dublín, describiéndola como una ciudad feliz, animada, todo cerveza
y música, ya conocida por mi como “la ciudad de los 20 minutos”. Desde
Portobello salíamos cada mañana y cada noche al centro, a vivirla, a
disfrutarla, a sentirla; sus parques, donde el verde infinito casi hace daño,
sus pubs, su historia, su literatura.
Seguiremos.
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