Leo un estupendo artículo de Elvira Lindo hace un rato, artículo que reproduzco más abajo, donde hablaba, resumiendo, sobre la mala educación. Ayer, por otro lado, comentaba con un amigo lo bien que nos iría si la nobleza o la aristocracia, que no es lo mismo pero es igual, desapareciera de un plumazo, que ya estábamos hartos de tanta tontería, tantas prebendas, tanta gente estupenda; y ¡zas!, el inefable Álvaro de Marichalar sale a la palestra.
Recordé que hace años, -añísimos, que diría el bardo-, estaba yo pendiente de entrar en una reunión con un grupo de gente y uno de ellos hablaba con su móvil dando vueltas y sin importar que todos lo escuchásemos. Caminaba en círculos, movía los brazos y gritaba ¡compra! ¡compra! La verdad es que en aquel momento sólo pude pensar, vaya un imbécil, por favor.
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Blablacar, el sainete
Si un tío habla a voces en el vagón es que no le importa
difundir sus secretos-
Después de que un tipo se pusiera chulo en el tren porque le
pedí que hablara más bajo por el móvil, decidí que mi campaña por el buen uso
del celular había concluido. Ya lo conté. Ante la amenaza física, me rindo.
Pero, cuidado, no soy un alma cándida y mi cabeza maquina venganzas. Desde
entonces, pienso que si un tío habla a voces en un vagón es porque no tiene
problema alguno en que sus secretos se difundan. Desde entonces, estimados
lectores, pongo oído. Y oigo cosas. Oigo a hombres que dicen que están llegando
a Sevilla cuando están llegando Madrid, oigo a mujeres que asesinarían a sus
cuñadas si pudieran, oigo a un señor del PP (este jueves) que cuenta a voz en
grito que comió con unos colegas en Horcher (alto copete) y que se zamparon no
sé cuántas botellas de vino y que, para rematar, acabaron en el Habanera y allí
siguió el juergón. Siento sus risotadas en mi nuca, porque va en el asiento de
atrás. Soy consciente de que me metería en un lío si escribiera su nombre, en
caso de saberlo, pero me parece injusto que a él no le suceda nada por invadir
acústicamente el espacio de otros viajeros aireando sus secretos a voces.
No en un tren, pero sí en un Blablacar, le sucedió a la
periodista Sabina Urraca si no algo parecido sin duda extraordinario. Entre los
pasajeros que ocupaban el espacio limitado del coche, donde se hace necesaria
una buena convivencia, se encontraba Álvaro de Marichalar, el navegante español
y hermano del exyerno. El tipo no paró de hablar, según la versión de Urraca,
sin importarle que los demás escucharan, y la periodista no desaprovechó la
oportunidad de contar en un jocoso artículo que la viralidad convirtió en
relevante, Pesadilla en Blablacar,
lo que ocurrió en aquellas horas de estrecha y problemática convivencia.
Al cabo del tiempo, don Álvaro, contestó públicamente a doña
Sabina en una carta abierta que destilaba un tono de patriotismo herido, y la
citó a un acto de conciliación en el que exigía a la cronista 30.000 euros por
daños morales. Desde entonces, esta historia bastante sainetesca no ha dejado
de colear y esta misma semana aparecía el ofendido en el Vanity Fair llamando
“pájara de cuenta” a Urraca y declarando que “desde la Revolución francesa se
viene intentando criminalizar a los mejores por el solo hecho de ser los
mejores. Hoy se sigue en lo mismo, como resulta más difícil asesinar, ahora
tratan de guillotinar las almas, lo que casi es peor. Es la destructora
mentalidad comunista una vez más rompiéndolo todo”.
¿Ein?
En fin, espero que todo se resuelva de la mejor manera,
porque tanto está dando de sí que ahora tecleas en Google el nombre de uno de
los afectados y aparece la imagen de ambos, unidos para siempre en el
ciberespacio por el Blablacar. No sé si la justicia estimará que Marichalar
tiene alguna razón cuando apela a su honor, pero si así fuera, me parece del
todo imposible que a Sabina Urraca le pueda sacar algo más allá de unas
disculpas. Tras las disculpas, tal vez podríamos hacer por que compartieran de nuevo un Blablacar hasta Burgos, por
ejemplo, a ver si a la segunda se van entendiendo mejor. Yo me ofrezco a ir en
medio, de conciliadora.
En esta historia (de ser yo una astuta productora estaría
encargando ya a un guionista una comedia tipo Camera Café), lo que resulta
verdaderamente tragicómico es que a una de las columnistas de la nueva hornada
alguien pueda soñar con sacarle esa cantidad, 30.000 euros. Ese y no otro es el
chiste del asunto.
Puede que haya gente que no sepa lo que ganan los jóvenes
periodistas. Y es comprensible que pueda ocurrir, dado que los medios que
tendrían que informar sobre la infrarremuneración de este gremio en su versión
juvenil suelen contar los conflictos laborales de cualquier sector mientras no
sea el suyo. Cuando se habla de que el tramo de población más castigado por la
crisis ha sido el de los jóvenes debemos incluir a los periodistas, que se
mueven, si es que tienen trabajo, entre los 600 y los 1.000 euros, todo esto
con jornadas laborales a menudo partidas que llevan a finalizar el día a las
ocho de la noche. Pero de esto sí que no hablamos. Abundan los medios
digitales, aparecen nuevas firmas, algunos de los veteranos les aplaudimos sus
gracias, porque en algunos casos la tienen, vaya que si la tienen, pero no hay
manera de saber cómo coño llegan a fin de mes. Echa de menos una un estudio
serio para saber cuántos años debería trabajar Sabina Urraca para pagar los
30.000 euros a su ofendido compañero de viaje. Y es que algunas cabezas
tendrían que rodar, sí, para que una juventud que está dejando de serlo pueda
prescindir algún día del socorrido Blablacar.
Por lo demás, Sabina, Álvaro, hagamos ese viaje a Burgos.
Convirtamos el sainete en épica, ¡venga ya!
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