46 HORAS DE FELICIDAD
Gabriele Romagnoli, periodista y escritor.
Tengo 55 años. Casado, sin hijos. Nací en Bolonia, viví en
Nueva York, París, El Cairo, Beirut y varias ciudades italianas. Ahora, en
Roma. No creo que la política sea economía, sino derechos civiles. La idea de
Dios como juez me parece un cuento. El universo no tiene moral. Creo en los
universos paralelos.
26/05/2016 01:38 | Actualizado a 26/05/2016 08:24
Sólo 46 horas de felicidad en una vida?
Me enteré cuando asistí a mi propio funeral.
¿..?
Ojeando el Financial Times topé con un artículo que
explicaba que para reducir el número de suicidios en Corea del Sur (33 al día)
habían inventado los falsos funerales.
¿Te meten en la caja para que reflexiones?
Sí, y grandes empresas como Allianz o Samsung pagan para que
sus empleados pasen por la experiencia con la esperanza de que destierren la
idea del suicidio. Siendo periodista, no pude resistirme.
¿Y cómo le fue?
Primero me mostraron unos datos aproximados de cómo pasamos
la vida: 23 años durmiendo, 6 comiendo, 5 esperando a alguien y... 46 horas de
felicidad. Después me dejaron solo en una habitación con una vela, un papel y
un bolígrafo para que escribiera mi testamento.
¿Y cambia la percepción de la vida?
De lo primero que te das cuenta es de las pocas personas que
de verdad cuentan en tu vida y de las pocas cosas que tienen valor, en mi caso
mi vieja Vespa..., ¿pero a quién le dejo ese trasto?
Ya; estamos llenos de cachivaches.
Luego, una vez dentro de la caja, por supuesto, me dije:
“¡Quién me manda a mí meterme en esto!”. Pero durante meses seguí
reflexionando.
¿A qué le ha dado vueltas?
Hay que vivir más ligero de equipaje, y no me refiero sólo a
cosas materiales. Nos aplasta el estéril pensamiento de “mi vida podría haber
sido diferente si me hubiera casado con aquella otra o hubiera escogido ese
otro trabajo...”.
Lo que pudo haber sido y no fue.
Curiosamente siempre pensamos que habría sido mejor, nunca
peor. También hay que desprenderse de las certezas, ya que todo cambia, incluso
nuestros sentimientos. Saber con certeza es no saber. La duda nos ayuda a
crecer, la certeza nos congela.
Alguna certeza debe de tener...
Que lo más importante es recordar que somos moléculas
conectadas unas con otras y que contribuir a la felicidad de las personas con
las que te sientes conectado es hacer lo mejor para ti.
Somos lo que elegimos ser cada día.
Por eso hay que volver a apropiarse del espacio y el tiempo.
Sólo importa lo que todavía puede ser. El pasado es como una piedra.
A menudo también lo es el futuro.
De joven estás muy influenciado por la sociedad, quieres
tener (carisma, trabajo, coche...); con los años, si reflexionas, eres más
libre. Es importante saber escoger, pero también saber apartar. Y a veces
perder es encontrar.
Puede abrirte oportunidades...
Así es, ¡pero tenemos tanto miedo a perder...! A veces
perdemos cosas sin las cuales pensábamos que no podríamos vivir (un ser
querido, las piernas, casi la vida...) y eso nos hace crecer. ¿Hace falta pasar
por ese horrible suceso para saber qué es lo que vale la pena?
¿Así somos?
Me temo que sí, de manera que perder se convierte en algo
necesario para crecer. Y perder cosas menores (trabajo, casa, pareja...) a
veces es enriquecerse, te abre horizontes, puedes encontrar eso que no buscas
porque ya tienes.
Usted ¿qué ha perdido?
Además de mi esposa a los 30 años, que murió; tras la
infancia perdí la fe, pero siempre he atesorado el undécimo mandamiento de Job:
no te quejes, mira hacia delante.
“El olvido es una forma de libertad”, escribió el poeta
Kahlil Gibran.
Solemos recordar las cosas tremendas, las personas que
vivieron una guerra se pasan la vida hablando de ella; el psicoanálisis busca
la psicosis..., ¿pero por qué no poner la atención en los momentos felices y
olvidar los malos?
Por lo visto los momentos malos están ahí agazapados,
esperando para morderte...
En su discurso a universitarios recién licenciados, el
escritor Kurt Vonnegut les dijo: “Cuando seáis felices, prestad atención”, y
les contó que de niño, en verano, se sentaba a la sombra de un manzano a beber
limonada con su tío Alex, que siempre interrumpía la conversación para decir:
“¿Hay algo más bello que esto?”.
Eso me emociona.
A mí también, y está a nuestro alcance: mejor ser un
espeleólogo de la felicidad que un traficante de malos recuerdos.
Al final la felicidad es una manera de mirar que te lleva a
una actitud.
Le contaré un par de historias de las que he aprendido. La
primera, del escritor Joseph Heller: estaba el autor de Trampa 22 en una
impresionante villa en Long Island y alguien le preguntó: “¿Qué sientes al
saber que el dueño de esta casa ganó en media hora lo que tú ganarás por todas
las ventas de tu famoso libro?”.
...
“Yo tengo algo que él nunca podrá tener –contestó–, la
conciencia de tener bastante”. La segunda historia es conocida: cuando le
dieron el Oscar, Roberto Benigni dijo: “Doy las gracias a mis padres por
haberme dado el don de la pobreza”. Nadie lo entendió, pero era el
reconocimiento a un acto de amor: no dar posesiones, sino cariño, estímulos,
fe. Libertad.
Nosotros, con nuestras cosas, pensamientos..., ocupamos
demasiado espacio.
Sí, es necesario un poco menos de uno mismo. Y sustituir la
ambición vertical por la horizontal. En lugar de una carrera, experiencia; en
lugar de reconocimiento, conocimiento.
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