sábado, 25 de junio de 2016

CUANDO SEÁIS FELICES, PRESTAD ATENCIÓN

46 HORAS DE FELICIDAD
Gabriele Romagnoli, periodista y escritor.
Tengo 55 años. Casado, sin hijos. Nací en Bolonia, viví en Nueva York, París, El Cairo, Beirut y varias ciudades italianas. Ahora, en Roma. No creo que la política sea economía, sino derechos civiles. La idea de Dios como juez me parece un cuento. El universo no tiene moral. Creo en los universos paralelos.
26/05/2016 01:38 | Actualizado a 26/05/2016 08:24

Sólo 46 horas de felicidad en una vida?
Me enteré cuando asistí a mi propio funeral.

¿..?
Ojeando el Financial Times topé con un artículo que explicaba que para reducir el número de suicidios en Corea del Sur (33 al día) habían inventado los falsos funerales.

¿Te meten en la caja para que reflexiones?
Sí, y grandes empresas como Allianz o Samsung pagan para que sus empleados pasen por la experiencia con la esperanza de que destierren la idea del suicidio. Siendo periodista, no pude resistirme.

¿Y cómo le fue?
Primero me mostraron unos datos aproximados de cómo pasamos la vida: 23 años durmiendo, 6 comiendo, 5 esperando a alguien y... 46 horas de felicidad. Después me dejaron solo en una habitación con una vela, un papel y un bolígrafo para que escribiera mi testamento.

¿Y cambia la percepción de la vida?
De lo primero que te das cuenta es de las pocas personas que de verdad cuentan en tu vida y de las pocas cosas que tienen valor, en mi caso mi vieja Vespa..., ¿pero a quién le dejo ese trasto?

Ya; estamos llenos de cachivaches.
Luego, una vez dentro de la caja, por supuesto, me dije: “¡Quién me manda a mí meterme en esto!”. Pero durante meses seguí reflexionando.

¿A qué le ha dado vueltas?
Hay que vivir más ligero de equipaje, y no me refiero sólo a cosas materiales. Nos aplasta el estéril pensamiento de “mi vida podría haber sido diferente si me hubiera casado con aquella otra o hubiera escogido ese otro trabajo...”.

Lo que pudo haber sido y no fue.
Curiosamente siempre pensamos que habría sido mejor, nunca peor. También hay que desprenderse de las certezas, ya que todo cambia, incluso nuestros sentimientos. Saber con certeza es no saber. La duda nos ayuda a crecer, la certeza nos congela.

Alguna certeza debe de tener...
Que lo más importante es recordar que somos moléculas conectadas unas con otras y que contribuir a la felicidad de las personas con las que te sientes conectado es hacer lo mejor para ti.

Somos lo que elegimos ser cada día.
Por eso hay que volver a apropiarse del espacio y el tiempo. Sólo importa lo que todavía puede ser. El pasado es como una piedra.

A menudo también lo es el futuro.
De joven estás muy influenciado por la sociedad, quieres tener (carisma, trabajo, coche...); con los años, si reflexionas, eres más libre. Es importante saber escoger, pero también saber apartar. Y a veces perder es encontrar.

Puede abrirte oportunidades...
Así es, ¡pero tenemos tanto miedo a perder...! A veces perdemos cosas sin las cuales pensábamos que no podríamos vivir (un ser querido, las piernas, casi la vida...) y eso nos hace crecer. ¿Hace falta pasar por ese horrible suceso para saber qué es lo que vale la pena?

¿Así somos?
Me temo que sí, de manera que perder se convierte en algo necesario para crecer. Y perder cosas menores (trabajo, casa, pareja...) a veces es enriquecerse, te abre horizontes, puedes encontrar eso que no buscas porque ya tienes.

Usted ¿qué ha perdido?
Además de mi esposa a los 30 años, que murió; tras la infancia perdí la fe, pero siempre he atesorado el undécimo mandamiento de Job: no te quejes, mira hacia delante.

“El olvido es una forma de libertad”, escribió el poeta Kahlil Gibran.
Solemos recordar las cosas tremendas, las personas que vivieron una guerra se pasan la vida hablando de ella; el psicoanálisis busca la psicosis..., ¿pero por qué no poner la atención en los momentos felices y olvidar los malos?

Por lo visto los momentos malos están ahí agazapados, esperando para morderte...
En su discurso a universitarios recién licenciados, el escritor Kurt Vonnegut les dijo: “Cuando seáis felices, prestad atención”, y les contó que de niño, en verano, se sentaba a la sombra de un manzano a beber limonada con su tío Alex, que siempre interrumpía la conversación para decir: “¿Hay algo más bello que esto?”.

Eso me emociona.
A mí también, y está a nuestro alcance: mejor ser un espeleólogo de la felicidad que un traficante de malos recuerdos.

Al final la felicidad es una manera de mirar que te lleva a una actitud.
Le contaré un par de historias de las que he aprendido. La primera, del escritor Joseph Heller: estaba el autor de Trampa 22 en una impresionante villa en Long Island y alguien le preguntó: “¿Qué sientes al saber que el dueño de esta casa ganó en media hora lo que tú ganarás por todas las ventas de tu famoso libro?”.

...

“Yo tengo algo que él nunca podrá tener –contestó–, la conciencia de tener bastante”. La segunda historia es conocida: cuando le dieron el Oscar, Roberto Benigni dijo: “Doy las gracias a mis padres por haberme dado el don de la pobreza”. Nadie lo entendió, pero era el reconocimiento a un acto de amor: no dar posesiones, sino cariño, estímulos, fe. Libertad.

Nosotros, con nuestras cosas, pensamientos..., ocupamos demasiado espacio.
Sí, es necesario un poco menos de uno mismo. Y sustituir la ambición vertical por la horizontal. En lugar de una carrera, experiencia; en lugar de reconocimiento, conocimiento.

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