La división por clases sociales y su transformación a lo
largo del tiempo
Extraído del blog ElAcorazadoPotemkinblog
Reflexiones y opiniones sobre sociedad y política
acompañadas de un marcado toque personal.
https://elacorazadopotemkinblog.wordpress.com/2016/04/14/la-division-por-clases-sociales-y-su-transformacion-a-lo-largo-del-tiempo/
Las figuras poseedoras del auténtico poder
dentro de la sociedad han adoptado diversas formas durante los últimos
siglos. En la actualidad se han difuminado de una forma asombrosa y un tanto
alarmante. El cinismo y la obsesión de aquellos grupos influyentes que no son
elegidos por el pueblo junto con un capitalismo sin barreras han generado
confusión y dudas forjando un laberinto creado para ocultar las respuestas que
ha requerido el ciudadano. En muchas ocasiones el objetivo consiste en que no
se llegue a plantear siquiera aquella pregunta que resulte comprometedora,
sirviéndose de una gran cantidad de fanáticos y simpatizantes que en definitiva
son ajenos a las motivaciones internas de sus referentes morales. Y es
que a pesar de que la economía mundial es más boyante ahora y más personas
disponen de los recursos suficientes para mantenerse, parece que a la hora de
reconocer la figura de quiénes ejercen el caciquismo, el abuso o la picaresca a
gran escala, la distorsión alcanza niveles astronómicos.
En la época feudal la distinción entre clases
sociales era muy sencilla. El bastón de mando estaba en manos del rey, su corte
y demás miembros de la aristocracia. La cultura hibernaba entre los muros de la
iglesia católica sin ningún atisbo de retornar del sueño. Un bien tan preciado
era exclusivamente para el disfrute de sectores minoritarios y privilegiados.
El resto de la población, exceptuando algún mercader o artista, pertenecía a la
parte pobre y sometida de la sociedad, sin derechos de ningún tipo y condenada
a trabajar para poder sustentar el estilo de vida de aquellos que los estaban
menospreciando.
Cuando llegamos al siglo XIX se producen cambios
significativos. La conciencia de clase ahonda en la sociedad y se vislumbra la
capacidad organizativa necesaria como para suponer una amenaza real para el
gobernante tradicional. Se comprende que la tutela monárquica ha de llegar a su
fin. La burguesía pasa a tomar el poder en varios países europeos y se
comprueba que, aunque da mejores resultados que lo conocido anteriormente, la
soberanía sigue perteneciendo a una clase privilegiada aunque de mayor tamaño.
Ahora el siguiente varón en la estirpe ya no será un ente omnipotente y
todopoderoso cuando crezca y guarde sus juguetes. Se avanza un paso más con la llegada
de la Revolución Francesa en 1879 apartando de manera contundente del gobierno
del Estado a la nobleza, la iglesia y las familias adineradas. Fue el momento
de la Asamblea Nacional. Se tomaron las riendas conjuntamente intentando
que la palabra “democracia” aspirase a tener un significado parecido al de
antaño, al de la antigua Grecia.
En cambio, una parte relevante de nuestra población
no sabe distinguir qué o quién ataca sus derechos fundamentales, le aproxima
más a la pobreza y le condena a un futuro aciago gracias a la aplicación
práctica de un sistema que nunca eligió. Un amplio frente, integrado por
medios de comunicación, empresarios y políticos, ha invertido siempre más
esfuerzos en acercar al ciudadano a su postura idealista mientras se asegura de
que la administración y las leyes no progresen provocando que no se puedan
adaptar a los cambios sociales. No tenemos rey absolutista ni burgueses ni
ninguna clase característica que sea fácil de identificar. En su lugar nos
encontramos con una amalgama de círculos de poder que, zigzagueando entre
representantes del pueblo, niegan ser clave en las decisiones que nos afectan
directamente. El principal problema de esta situación radica en la falta de un
objetivo claro y común. Queremos saber contra quién jugamos esta partida de
ajedrez tan extraña y vital. Sin brújula y con las nubes inundando el cielo
reinará la falta de organización y el contrario nos tumbará cuando ya estemos
demasiado exhaustos para continuar el paso.
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