sábado, 6 de septiembre de 2014

TRAS LOS ÚLTIMOS SEFARDÍES

Varias iniciativas privadas museísticas en Granada revitalizan la memoria de los judeoespañoles
Recuerdan su cultura, su historia, sus personajes y sus costumbres.
BELÉN HERNÁNDEZ Granada 22 AGO 2014 - 20:35 CEST
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“Por su aspecto, la gente suele llamarla la estatua del moro, pero en realidad fue un gran médico, poeta y traductor judío, nacido en Granada”. Junto a Yehudá Ben Saúl Ibn Tibón, que alza su figura en un pedestal a la entrada del barrio del Realejo (Granada), está Beatriz Chevalier (París, 1970), que explica a un grupo de turistas ingleses la historia y las costumbres de los judíos que habitaron Granada a lo largo de los siglos.

Esta estatua es uno de los puntos clave de la ruta guiada que ofrece el Centro de la Memoria Sefardí , del que Chevalier es la responsable. Sus visitantes recorren el antiguo barrio judío de la ciudad, bautizada por los musulmanes como Garnata al yahud, que significa ‘la Granada de los judíos’, de la que no quedan restos arquitectónicos.

A esta iniciativa privada, que trata de revitalizar la cultura, la historia, los personajes, la vida y las costumbres de los judeoespañoles en Granada, ciudad donde en 1492 los Reyes Católicos firmaron el edicto de expulsión de los judíos de la península Ibérica, se ha unido otra más desde enero de 2014. “La Granada mora y cristiana nadie la discute, y, sin embargo, pocos conocen la Granada judía”, asegura Andrea Pezzini, gerente del Palacio de los Olvidados , otro museo temático ubicado en el barrio del Albaicín. Es, además, un espacio promovido por la familia Crespo López, también dueña de la Sinagoga del Agua, ubicada en Úbeda (Jaén), otro punto histórico de la España judía.
Dos de las piezas centrales del Centro de la Memoria Sefardí, abierto desde marzo de 2013 en la casa de su promotora, también en el Realejo, son un menorá, que había estado escondido 50 años en el garaje de un matrimonio de judíos españoles afincados en Alemania, y un pergamino con el Cantar de Salo món (Shir Hashirim, en hebreo), cedido por la comunidad Lubavitch de Francia. “Los visitantes se darán cuenta de que, para nosotros, lo verdaderamente importante no es el valor de estas piezas, que recopilamos poco a poco, sino la historia que encierran”, explica Chevalier.

La colección de esta historiadora, afincada en Granada desde hace 24 años, incluye una copa de vino para la celebración del shabat, además de un shofar, el cuerno que anuncia el Año Nuevo judío (Rosh Hashaná, en hebreo). Está compuesta, en gran parte, por piezas donadas por su familia materna. Su abuela, originaria de Baza (Granada), y su madre, judía conversa y exiliada en Francia desde los años sesenta, son los pilares de la fe que profesa esta francesa. “Mi abuela casi no hablaba español. De pequeña, cuando veníamos a Granada de vacaciones, recuerdo escucharlas hablar ladino a mi madre y a ella. Son las que me lo enseñaron”, apuntilla emocionada Chevalier sobre uno de los dialectos que los judeo es pañoles hablaban en la Península antes de su expulsión.

Durante la ruta, Chevalier recuerda la visita de Sally Perel, víctima del Holocausto, que presentó en el centro sus memorias Tú tienes que vivir. “Aunque algunos piensen lo contrario, en este centro no se habla de política, se habla de historia”, sentencia la responsable después de dar por finalizada la visita guiada. Ya es viernes por la tarde, a punto de la puesta de sol. Chevalier enciende dos velas, coloca el vaso de vino y dos panes trenzados, que posa en una mesa en la sala principal del centro. Es hora de comenzar el shabat,más de 500 años después de que el último judío lo celebrara en el mismo lugar.

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