miércoles, 1 de mayo de 2013

SOBRE LA PIRATERÍA

A favor de (entender) la piratería
David Navarro

La polémica que produce conversar sobre piratería audiovisual sólo es comparable con avivar ciertos debates religiosos o políticos. Yo también soy extremista, pero a favor de entender qué quiere decir todo esto. Percibo que a mi alrededor exite cierto tipo de piratería generada y consumida por nativos digitales que demandan un nuevo modelo de distribución audiovisual. O tal vez no.
Nací en 1981, así que películas como Gremlins (1984), Cazafantasmas (1984) o Los Goonies (1985) me pillaron algo pequeño para ver su estreno en cine, y sin embargo, en cuanto pude me hice fan de ellas. Llegaron a mi tele en cintas VHS grabadas por un amigo. No sé qué excusa dar a esa piratería incipiente, supongo (y acierto) que entre todos los problemas ochenteros de mi familia, lo último que iban a barajar sería comprarme una de esas películas, y cuando por fin llegaba un regalo yo elegía algo más “tangible”. No puedo tener mucho remordimiento sobre aquello, ya de adulto creo haber contribuido con creces a enriquecer esas franquicias. Años más tarde continué “pirateando” la señal de Canal+, también vía VHS grabadas por un par de amigos. Muchos años después conocí Napster, y hoy en día me atrevo a decir que... conozco a mucha gente que sube y baja.
Ahora yo estoy al otro lado, produzco ficción audiovisual. Independiente, low cost y puede que minoritaria, pero pretendo vivir de esto. Por lo tanto soy parte activa, tanto como productor como espectador. Y aunque la ley de la industria me obliga a tachar de ilegal a la piratería y clausurar aquí el debate ocultándolo bajo la alfombra, no me resisto a tratar de entenderla. No doy un cheque en blanco para disculparla, pues cualquier creador (tanto si es de una escultura art decó como de una película de vampiros) debe tener derecho de gestionar su obra como quiera. Pero a diferencia de la escultura art decó, cuando una obra audiovisual (que matemáticamente podríamos entender como una serie de ceros y unos) se inyecta en el voraz sistema nervioso de la oferta y demanda audiovisual... las consecuencias de dónde acabará esa obra son imprevisibles. Para bien o para mal, te puedes convertir en el próximo apadrinado de Robert Redford, o no interesar ni a tus primos. La piratería también es un indicador, y tal vez un revulsivo. No me refiero a la piratería con ánimo de lucro (al top manta ni a otras formas de piratería lucrativa que rechazo sin duda), sino al P2P (intercambio entre particulares: Torrent) y a las comunidades generadas a su alrededor.
Según en qué ambiente se converse acerca de la piratería quien te acompañe podrá aportar su opinión al debate o simplemente pedir tu cabeza a ras de suelo. Hace no demasiado una distribuidora mediana y muy selecta quiso contratarme, en la segunda entrevista surgió el tema de la piratería, y lo que parecía un tema entre mil, precipitó el fin fulminantemente de la reunión con mi no-futuro jefe saliendo del despacho, raudo y sin despedirse. Nunca había hablado de este tema con un creyente tan acérrimo y su reacción me pilló muy desprevenido. Se fue sin decir adiós, pero antes sí me aclaró que la piratería roba el pan de muchas familias que trabajan honradamente en esta industria, y que sobre estos actos ilegales no pensaba ceder ni un segundo de su tiempo. Por lo fortuito, fue la primera vez que entendí que cuanto más en profundidad entendamos las razones de el otro, mejor nos irá, y que quienes se tapen los ojos acabarán abrazados a sus rollos de película, en la oscuridad.
Meses después conversaba en el despacho de otro directivo, en este caso de televisión de pago, y sin saber porqué acabamos hablando de Homeland (2011) y de cuanto nos gustaban los primeros capítulos. Pero Homeland acababa de estrenarse en EE.UU. Yo pensaba que él, como miembro de la industria, lo habría visto en algún sistema de streaming marciano, así que le pregunté... ¿Como te llegan los capítulos? Me respondió con naturalidad “Me los bajo de Torrent... no tengo paciencia para esperar a que los emitan en España a la hora en la que yo puedo estar frente a la tele... la distribución tiene que cambiar...”, me dijo.
El cine no se detiene, cada cierto tiempo parece que ya no se puede ganar más dinero del ya ganado, y sin embargo luego se vuelve a traspasar el techo marcado. Y mientras surgen tendencias que parecen que va a acabar con él, en ocasiones lo refuerzan. Los años 70 significaron un punto de inflexión interesante, fue el momento en el que los estudios fueron conscientes de que este negocio millonario podría ser brutalmente multimillonario. Ese hito lo marcaron El Padrino (1972, 86 millones de dólares) y El Exorcista (1973, 89 millones de dólares), que generaron más beneficios de los que hasta entonces una sola producción había dado nunca, y precisamente eran proyectos en los que los estudios no confiaban, mientras que los proyectos más mimados fracasaban estrepitosamente. Y entonces llegó Tiburón (1975), la película que nadie quería producir, con unos ingresos de 126 millones de dólares. El cine nunca había visto tanto dinero, y el séptimo arte, como industria, se transformó en el monstruo verde que es hoy, que sólo quiere crecer. Pero ahora lo consumimos en un mercado global, el usuario ha conseguido tener voz y obligar a la industria a reescribir ciertas reglas...
Clásicamente la piratería es entendida como anti-sistema, yo lo veo completamente al revés. Cierta piratería audiovisual es un latido potente de lo más profundo del sistema: el espectador, que obliga a la industria a adelantar sus estrategias y a ofrecer otras vías. Ya no es sólo cuestión de qué consumir, sino de cuándo y cómo hacerlo. El fax murió en favor del email, el SMS tras sistemas como WhatsApp, y el DVD está agonizando en favor del VOD (video on demand). En EE.UU. Netflix ya tiene más usuarios que HBO. En España plataformas como Filmin o Canal+Yomvi se merecen todos los respetos porque son una respuesta directa ante lo que la piratería parece apuntar. La mejor forma de "vencerla" es entenderla, imitar sus bondades y cobrar por ello algo razonable.
En España las comunidades sobre series son algo muy serio. Tantos seguidores de lo último y lo mejor de la ficción de EE.UU. va en contra de esa idea tan extentida por las cadenas nacionales sobre que lo único que funciona aquí son los gustos de "La señora de Cuenca", no es cine español lo que se piratea en España precisamente. A la fuerza, todo lo que consume esta nueva generación de vanguardia tal vez no es lo que rigurósamente se emite y distribuye en España (o no)... En la foto un encuentro BirraSeries (por Llegaron para quedarse).
En España la cultura de series es colosal, y como en el resto del mundo tenemos un interés insaciable por lo último. Pocos minutos después de que en EE.UU. se emita cualquier serie, el capítulo ya está disponible en Torrent. También lo están los subtítulos para sordos en su idioma orginal. En España ese texto es recogido por varias comunidades de subtituladores aficionados y comienza así su vertiginosa traducción. Ellos tienen sus propios manuales de estilo, karmas y metodologías de trabajo que permiten que en cuestión de 24 horas cada capítulo ya esté traducido en un castellano impecable, y pocos minutos después también lo esté en catalán y español latinoamericano. Algo tiene que significar que tantas personas formen parte de una cadena de trabajo ilícita pero sin ánimo de lucro, sólo para ofrecer a otros el disfrute de entender su serie favorita apenas 24 horas después de su emisión original. Es más, si las personas que traducen los subtítulos tienen un dominio tan avanzado del inglés como para conseguir traducciones intachables en tan poco tiempo... ¿Por qué no se limitan a ver la serie y a seguir con su vida? ¿Por qué regalan el don del idioma a otros que no lo tienen? ¿Son tan malos que prefieren traducir líneas de súbtítulos antes que beber cerveza en un bar?
Mi única explicación es la pasión, una pasión que desde el anti-sistema fuerza a al sistema a avanzar, a perfeccionarse y evolucionar. Obligadas, las televisiones españolas comenzaron a emitir los capítulos de la series más candentes con apenas 24 horas de diferencia a su emisión en EE.UU., Cuatro abrió la veda con Lost y luego le siguieron Canal+, FOX... Los sistemas de distribución deberían ser, como mínimo, tan rápidos y ágiles como la piratería. No es una cuestión meramente económica (robar por no pagar) sino de exigencia del espectador. Durante tres décadas se nos ha educado en la impaciencia. Si algo mola, lo queremos ya. Si hay algo que ver, queremos verlo en directo. Si hay algo que poseer, queremos ser los primeros. Piratear no es ni lo más ágil ni lo más divertido, y sin embargo para disponer de muchos contenidos, y tenerlos ya, para muchos es la única opción. Pero consumir series o cine no es un derecho, no es lícito robar sólo porque algo no está disponible para tu consumo. Pero consumir tampoco es una obligación, por lo que todo rasgo de la piratería que denote una carencia del mercado debería ser tenida en cuenta para hacerlo mejorar y no solo para defenderse.
Hace casi dos décadas surgió un término visionario: economía de la atención. Fue utilizado en 2002 por José Cervera en un artículo que decía así: “El nuevo mercado de la atención es como un ecosistema: el objetivo es que los memes se reproduzcan cuanto más mejor, de manera que ocupen un nicho razonable y consigan suficiente atención como para alimentarse. Cualquier forma de restricción es autodestructiva, pues va en contra del interés fundamental del creador de los memes en cuestión: acaparar tanta atención como sea capaz”. Y aun no existía Twitter, ni la TDT, ni webseries, ni AMC.
Hace ya varios años tomé un café con otro directivo de televisión de pago. Aquella noche su canal iba a estrenar en televisión un super-taquillazo de Hollywood, y según lo comentábamos entró en el bar una china ofreciéndonos DVDs piratas. La primera peli que nos enseñó fue el mismo taquillazo que su cadena iba a estrenar esa noche, yo sonreí. Al irse ella le pregunté ¿que te parece esto? Él me respondió muy serio: “fenomenal, nos hace publicidad”. Todo esto parece una broma, pero no hace mucho el presidente de HBO hizo públicas unas declaraciones similares ante el record de descargas ilegales de Juego de Tronos, Michael Lombardo vio en ello una confirmación del gancho de la serie y definió las descargas ilegales como un complemento publicitario.
También en 2002 Ignacio Escolar, que por aquel entonces aún no dirigía periódicos y trataba de vivir de la música publicó otro artículo titulado “Por favor, pirateen mis canciones”, otro hit con frases como estas: “Si hubiese dedicado a repartir pizzas el mismo tiempo que he empleado en la música habría ganado más dinero sólo con las propinas. La creación artística no peligra —ni mucho menos— con la distribución gratuita en Internet. Use Napster sin remordimientos, a los músicos nos hace un favor”.
Precisamente la piratería del P2P (Torrent) no es eterna ni masiva. Sólo están disponibles los contenidos más demandados y más recientes, los que demuestran “merecer atención”. Eso es porque para poder sostener un flujo de descargas cómodo el mismo contenido debe estar bajándose en cientos de ordenadores a la vez. Se trata de un almacén ilegal, pero temporal y colaborativo. Los contenidos que no tienen una repercusión razonable apenas son accesibles, y con el tiempo todos ellos desaparecen, pues se trata generalmente del disco duro de uso cotidiano de los usuarios que se conectan, donde no se puede almacenar enteramente cualquier cosa.
La semana pasada compré a mi hija de tres años una película de su gusto. Me gasté casi 20 euros. Fue ella quien metió el DVD en el aparato y lo primero que apareció en pantalla fue un anuncio alertándonos en primera persona sobre que si a nosotros (repito, un padre y su hija de 3 años) alguna vez se nos ocurriera robar un coche iremos a la cárcel, que si robamos un bolso también, y que si robamos esta película nuestro futuro no será mejor. Yo ya había visto este anuncio muchas veces, pero nunca con ella a mi lado (babeando por que empiece su medicina audiovisual), y entonces pensé: “Os estáis equivocando de tipo, y de niña, precisamente sí hemos pagado para escuchar esto...”.
Traté de hacer pasar el anuncio, o por lo menos acelerarlo, pero la sintonía marcial no cesa, está programada para inyectarse quieras o no. Mi hija mira la pantalla contrariada: “¡Esto no son las princesas que me prometió mi padre y las quiero ya!” Mientras, yo pienso en cómo hacer una copia privada de esta película omitiendo los residuos aledaños, pues auguro que veremos la película de princesas unas 100.000 veces durante los próximos tres meses. Pienso en el trabajo que me supone descargar un programa de rippeo, investigar cómo quitarle las protecciones, y sueño con que alguien lo haya pirateado ya para poder descargarlo y disponer de ello con un poco más de facilidad. He pagado por ello, ¡y lo quiero ya! Y no lo digo sólo por el anuncio anti-piratería, sino porque después aparecen en mi pantalla hasta media docena de trailers y ninguna forma de pasar directamente a las princesas, que es lo único que quiero ver. Este es un perfecto ejemplo de mercado kamikaze, lo normal...

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