martes, 7 de mayo de 2013

NO FUTURE

No hay futuro en el Metropolitan
LA RABIA JUVENIL, OBJETO DE MUSEO. El nihilismo punk se convierte en objeto de exposición en el museo neoyorquino. La muestra rastrea su asimilación por la moda y su influencia en la cultura de masas.
Andrea Aguilar Nueva York 6 MAY 2013 - 22:02 CET

Grandes carpas blancas y varias decenas de vallas desplegadas en la Quinta Avenida anunciaban ayer por la mañana la preparación de la Gala del Instituto del Traje del Museo Metropolitan, la ya clásica cita primaveral cuya alfombra roja rivaliza con las que se despliegan en Los Ángeles para las estrellas de cine. En este caso, los fastos siempre van unidos a una gran exposición en torno a la moda, sin duda, una de las industrias más poderosas de la ciudad de Nueva York. Pero, ¿cómo reconciliar este escenario con el no hay futuro del punk (el celebre no future de Sex Pistols), con el desenfadado, furioso, rebelde y anárquico espíritu del movimiento, pilar central de la exposición de 2013? “Aunque la democracia implícita en el punk es diametralmente opuesta a la autocracia de la moda, los diseñadores siguen apropiándose del vocabulario estético del punk para capturar su rebeldía juvenil y su agresiva contundencia”, señalaba ayer por la mañana durante la multitudinaria rueda de prensa Andrew Bolton, comisario del Instituto del Traje del Museo Metropolitan. “Aunque el punk rechazaba la nostalgia, se ha convertido en un movimiento profundamente nostálgico e incluso idealista. El punk resiste porque refleja nuestro anhelo por un tiempo en el que se celebraba la originalidad y la innovación, en el que la moda era beligerante y provocativa y sobre todo un tiempo en el que la moda celebraba la individualidad y la expresión personal”.
La exposición Punk: chaos to couture (Punk: del caos a la costura) abierta al público desde el 9 de mayo hasta el 14 de agosto, reúne cerca de 100 piezas distribuidas en siete salas, incluye proyecciones de vídeos de conciertos y audio para trazar un mapa de este movimiento cultural a partir de dos epicentros fielmente recreados: la boutique Seditionaries, que Vivienne Westwood y su pareja Malcolm McLaren (descrito como el Diaghilev del punk) abrieron en Londres en los 70; y el CBGB la sala de conciertos del Bowery en Nueva York, cuyos urinarios están fielmente replicados.
Las dos estancias han sido recreadas en la muestra con el mismo mimo que los salones ingleses y franceses que presenta el Metropolitan, como “dos altares al punk”, según Bolton. El romanticismo y heroísmo, de la rebeldía punk es el trasfondo que el comisario enfatizó.
A la entrada de la exposición en la pared, una advertencia alerta al público del contenido explícitamente sexual que se presenta en las salas. Dos maniquíes, uno de ellos haciendo un corte de mangas, flanquean un vídeo de un concierto de los Sex Pistols de 1978 en Longhorn. Si en EE UU el movimiento punk cuajó entre las clases medias, en Reino Unido tuvo una fuerte connotación política y social, y una veta rebelde en cuestión de moda mucho más acentuada, que se tradujo en tachuelas, cueros, pantalones apretados y camisetas con mensaje.
En la irreverente individualidad que defendía el punk, (a través de la destrucción y customización de las prendas, a través de alfileres, rotos y manchas de pintura) se encuentra según esta exposición una conexión directa con la alta costura, que desde un punto de partida diametralmente opuesto, también preconiza la idea de unicidad y autenticidad. El trabajo de diseñadores como Vivienne Westwood en los años setenta o de Martin Margiela, Galliano, Versace, McQueen, Rodarte o el español Miguel Adrover en las décadas siguientes afianzó el puente entre la cruda y romántica estética.
Punk: chaos to couture conecta el trabajo de Westwood con diseños recientes de Rodarte y estructura el desenfado del punk a partir del concepto de “hazlo tu mismo” que guió su faceta estética y cuyo eco ha reverberado en las pasarelas. La inclusión de materiales como bolsas de plástico, periódicos o vajillas, el estampado con grafiti, el mensaje político en prendas o los jirones son los cuatro ejes en torno a los cuales la exposición explora la conexión del viejo punk con el trabajo que hoy muestran las pasarelas. Más que abrir una nueva senda de inspiración, la exposición toma una instantánea de cómo se ha digerido el punk en versión moda y estilo, despojado ya de contenido político. En la puerta de salida de la exposición, un último maniquí levanta el dedo índice a modo de despedida á la punk.

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