lunes, 4 de marzo de 2013

UN BARCO SOBRE UN TORO MECÁNICO

Este fin de semana tenía de vuelta mi moto, después de un mes en el taller por múltiples complicaciones; ahora parece ir de maravilla. Pues bien, taller en Gran Canaria, problema de desplazamiento a resolver. Bien, barco a Tenerife el domingo por la tarde, calculando el tiempo de llegada, dos compañías a elegir, una más rápida y cara, otra más lenta y barata; opto por la rápida, 30€ con moto incluida (no bad) y 45min de viaje (de las 16h a 16:45h)...
¡Craso error!
Llegamos al puerto de Agaete una hora antes de la salida del barco, con la moto en la furgoneta, y allí nos dicen que saldrá del puerto de La Luz. Vuelta a Las Palmas y, sin problemas, embarque motorizado. Una vez aparcada y sujeta la moto, subo al salón, escojo una butaca cómoda y me siento a leer, como si nada. Una hora después la cosa empieza complicarse por momentos, hasta que ya fue imposible estar sentado sin mantenerse sujeto a los brazos de la butaca y las plantas de los pies separadas sobre la moqueta, para un mejor equilibrio; y así durante tres horas más. Los sonidos que animaban la travesía eran varios, por un lado las puertas de los accesos al garaje abriéndose y cerrándose con portazos, los armarios arrojando chalecos salvavidas al suelo, un pobre hombre con arcadas interminables, una niña llorandode miedo y preguntando ¿cuánto falta?, las alarmas de los coches disparadas en cada batida del mar, cristales rotos y algún ruido que otro irreconocible. Y claro, después de disfrutar de tremendo panorama acabé cayendo en las redes y vomité también, tres veces. Que sensación tan desagradable y olvidada.


Difícil explicar el movimiento del barco, los interminables zarandeos y nosotros como pequeñas figuritas dentro, a merced de las olas y de los bandazos rítmicamente acompasados, todo aderezado con la incertidumbre de la hora de llegada. Durante la travesía únicamente se nos informó de la llegada, primero a las 6pm y después una hora ininteligible que supuse cerca de las 7, pero que el ruido que nos rodeaba hizo imposible que lo escuchase bien. Lo más parecido a cómo se movía el barco, para que se hagan una idea, sería montarse sobre un toro mecánico, pero sin caerse, durante varias horas (hoy he sabido que otro barco de igual características estuvo 10 horas en alta mar y sin poder atracar, puerto tras puesto. No quiero ni imaginarme lo que pasó esa pobre gente dentro).
Llegamos, por fin, a las 8:05pm al puerto de Santa Cruz de Tenerife, y aún tuvimos que esperar hasta que se nos permitiera bajar al garaje sin más explicaciones. No quería pensar en el estado en que habrían quedado los coches y, ni que decir tiene, también estaba nervioso por si mi moto había volado. Pero no, allí estaba la moto, aparentemente bien sujeta al metálico suelo de la plataforma donde la había dejado 4 horas antes.


Casco, guantes, moto arrancada y vuelta a casa por la autopista, hacia La Laguna. A medio camino me cae el diluvio universal, ráfagas de viento y agua sobre el asfalto como si de cruzar el Mar Rojo se tratase, de manera que consigo llegar a casa igual que si me hubieran tirado, moto incluida, dentro de una piscina.
Me desnudo en el jardín, la ropa chorrea, los tenis tal para cual, pierdo las gafas en el ínterin...
¡Por fin en casa!
Revoltura que persiste.
No tengo sueño, pero sí frío, así que antes de meterme en la cama a leer, hago un par de llamadas telefónicas mientras entro en calor, contesto algunos mensajes del móvil y me preparo una sopa caliente. Tardo en beberme la sopa diez minutos, los mismos que aguanto viendo el capítulo 11 de Walking Dead, así que después de terminar apago todo, compruebo puertas y ventanas de la planta baja, y me meto en la cama, radiador encendido.
Durmo de manera desapacible.
Hoy lunes, un día más al pie del cañón, aún revuelto. Por lo menos, aunque hoy haya utilizado el coche, vuelvo a tener la moto en casa.

Ya habíamos bordeado La Islata y yo leía plácidamente en la butaca sin saber lo que nos esperaba...


Este fue la última vez que miré el móvil. A partir de espe punto empezó la batidora a moverse y yo a agarrarme a la butaca, sin moverme, salvo para vomitar.

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