viernes, 9 de noviembre de 2012

QUEVEDO SIGLO XXI

Si Quevedo viviese hoy habría escrito, sin duda alguna "Érase un hombre a un móvil pegado..."
Parece que nos es imposible permanecer con el móvil apagado mientras estamos despiertos, y aún tampoco lo apagamos de noche... por si las moscas. En el avión es donde más desesperación se palpa; ya ni el no poder fumar pone tan nervioso al personal. Se nos va la vida segundo a segundo y hay que aprovechar el móvil bien encendido hasta que la azafata echa una mirada asesina, pues ni la señal ordenando apagarlos hace efecto. En mi último vuelo, un modesto Tenerife-Gran Canaria, a lo sumo media hora que casi ni da tiempo a que el avión despegue y ya avisan el aterrizaje "en el aeropuerto de destino" ¿les costará decir el nombre del lugar?, cerca de mi tenía el circo recurrente de los móviles, un señor caminando en un metro cuadrado mientras nos llevaban al avión, moviendo los brazos, la cara, haciendo muecas y girando sobre sí mismo porque estaba hablando por su móvil con auriculares colocados, de manera que como así es difícil saber al volumen al que uno habla, todos los que estábamos en el eléctricamente silencioso transporte aeroportuario nos enteramos perfectamente del 50% de la conversación. Al tipo parecía importarle 0, de 0 a 10. Llegamos al avión, nos fuimos acomodando, y dos filas detrás se sienta una mujer con pinta de ejecutiva barata, también hablando por su teléfono para que todos la oyésemos pues ésta no llevaba auriculares y el tono de voz era evidentemente alto, a la par que autoritario. Parecía responder al perfil de politicucha con cierto poder pues decía constantemente no-se-qué de los Consejeros y su imposible ubicuidad (dicho con otras palabras), que ella no había autorizado algo y le daba constantemente la misma y recurrente orden: ¡Fulanita, llámate a tal o a cual! "Llámate" ¿qué es "llámate"? ¿tal vez hablar inspirando el aire al mismo tiempo? ¿llamar como hacia adentro? A saber quién era esta susodicha, capaz que tiene un cargo en Cultura y nosotros sin enterarnos. Esperemos que la interlocutora "se haya llamado" convenientemente y el mundo autonómico siga girando a la misma velocidad.
¡Ah!, pero la media hora con el móvil apagado no se la quitó nadie, aunque nada más pisar la pista el avión, la mano ejecutora de la fémina, esa que no había firmado autorización alguna y que repetía con autoridad ¡llámate!, hizo un gesto veloz en el aire, con prestancia, para rápidamente y de un golpe seco y certero, encender su celular. Acabemos pues con un "Érase una mujer a un móvil pegado..."

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